En 2018 el Musée Jacquemart André dedicó una muestra a Caravaggio con la que inició una línea de exploración de la influencia de sus claroscuros en la pintura posterior: la han continuado, este mismo año 2025, exposiciones de Artemisia Gentileschi y Georges de la Tour. Esta última, su primera retrospectiva en Francia desde la histórica antología que le brindó el Grand Palais en 1997, puede visitarse allí hasta febrero de 2026.
De la Tour no es un autor prolífico, pero su obra escasa sí ha dejado una huella honda en el arte de las décadas siguientes. A través de su sutil naturalismo, la pureza formal de sus composiciones y su intensidad espiritual, consolidó un lenguaje pictórico que ha perdurado y que en los últimos años ha adquirido gran repercusión.
Nacido en Vic-sur-Seille, en el ducado independiente de Lorena, desarrolló una carrera brillante: trabajó para mecenas y coleccionistas de prestigio, como los duques de Lorena y el cardenal Richelieu, y como pintor habitual del rey Luis XIII. En el contexto convulso de la Guerra de los Treinta Años, su casa y estudio en Lunéville fueron destruidos en 1638, y decidió mudarse más cerca de París y del poder: ofreció a aquel monarca una composición nocturna de San Sebastián (hoy perdida), que, según se dice, el soberano apreció tanto que mandó retirar todos los demás cuadros de su habitación para conservar sólo ése.
Sin embargo, pese a su fama y éxito en vida, De La Tour cayó en el olvido tras su muerte en 1652. No fue hasta la década de 1910 y el período de entreguerras cuando su obra fue redescubierta por los historiadores del arte, lo que permitió, casi tres siglos después de su fallecimiento, que recuperara el lugar que le correspondía entre los más grandes pintores franceses del siglo XVII. Aunque sólo se conocen unas cuarenta piezas auténticas suyas, numerosas copias dan fe de la fama de sus imágenes y de la importancia de su taller.
Esta nueva exhibición parisina consta de una treintena de pinturas y obras gráficas procedentes de colecciones públicas y privadas francesas y extranjeras y adopta un enfoque temático diseñado para capturar la originalidad del autor. Explora sus temas predilectos: escenas de género, figuras de santos penitentes, los efectos de luz artificial… a la vez que sitúa su vida y obra en el contexto más extenso del caravaggismo europeo, en particular analizando la influencia de los caravaggistas franceses y holandeses.
En lugar de imitar directamente las enseñanzas de Caravaggio, De La Tour forjó un estilo distintivo a través de su propia interpretación del claroscuro, marcado por un realismo austero y una profunda espiritualidad que confieren a sus composiciones una dimensión atemporal. Las escenas de juego ilustran, en particular, su atracción por los temas caravaggescos: Los jugadores de dados y Negación de san Pedro prueban su talento para orquestar gestos y miradas en un drama mudo.

Otro tema muy querido por el pintor, el del personaje del músico ciego, lo representó en varias versiones (incluidas las conservadas en Remiremont y Bergues, ahora en París). Este motivo forma parte de una tradición de Lorena, también ilustrada por Jacques Callot y Jacques Bellange, pero fundamentalmente entronca con el deseo de Georges de La Tour de humanizar a las figuras marginadas, otorgándoles una gran dignidad al monumentalizarlas. Estas figuras populares también incluyen los retratos de Anciano y Anciana llegados del Museo de Bellas Artes de San Francisco.
La exposición despliega, igualmente, varios bustos de santos, en particular de un grupo que representa a Cristo y los Apóstoles, llegado de la Catedral de Albi. Repartidas por todo el mundo, esas obras revelan la capacidad única de Georges de La Tour para infundir vida y espiritualidad en sus modelos.
Finalmente, podremos contemplar algunas escenas nocturnas iluminadas por velas, como Niño recién nacido (Musée des Beaux-Arts de Rennes), Job burlado por su esposa (Musée départemental d’Épinal), Mujer atrapando una pulga (Nancy, Musée Lorrain), San Pedro arrepentido (The Cleveland Museum of Art) y La Magdalena arrepentida (Washington, National Gallery of Art). Estas composiciones depuradas, en las que la luz se convierte en vehículo de trascendencia, se encuentran entre las más impactantes de su producción.

Una primera sección del recorrido explora los orígenes de su estilo, desde sus raíces locales hasta el surgimiento del caravaggismo en Europa.
En este apartado saldrán a nuestro paso aquellos Mujer atrapando una pulga (Museo Lorrain, Nancy) y Job burlado por su esposa (MUDAAC, Épinal), testimonio de la sencillez, el misterio y la intensidad espiritual que distinguen al artista. Bajo una luz a menudo reducida a la de una sola vela, y a través de su atención a los gestos cotidianos, La Tour transfigura lo cotidiano. Solía pintar a personas de su entorno: figuras humildes —campesinos, soldados, ciudadanos—, muy alejadas de la refinada elegancia de la corte.
Una mujer buscando pulgas se convierte en una imagen de meditación; una pareja apenas iluminada por una vela representa a Job y su esposa, debatiendo, en el silencio de la noche, el significado del sufrimiento y la fe. Estas icónicas obras se han situado junto a las de contemporáneos como Jean Le Clerc y Mathieu Le Nain, emplazando a De La Tour en un panorama artístico marcado por esa decisiva influencia de Caravaggio.
A partir de la década de 1610, el estilo de aquel comenzó a extenderse mucho más allá de Italia, impulsado por los viajes de los artistas y la circulación de sus obras, adaptándose a las tradiciones locales a medida que avanzaba. No hay constancia de que Georges de La Tour visitara Italia, pero sí asimiló ese nuevo lenguaje —claroscuro dramático, realismo crudo, profunda espiritualidad— con gran libertad, transformándolo en códigos propios y despojados. El pago de las deudas (Galería Nacional de Arte Borys Voznytskyi de Lviv) es un poderoso testimonio de esa influencia poderosa del italiano.
Una segunda parte de la exposición continúa con un estudio de las primeras obras de La Tour, pintadas en su juventud: composiciones diurnas que se centran en figuras marginadas, como los citados músicos ciegos, mendigos y ancianos. Nuestro autor fue sobre todo un pintor del pueblo, un pintor de la realidad (según el título de una exposición histórica celebrada en la Orangerie de París, en 1934).
Los intérpretes de zanfona de los museos de Bergues y Remiremont son figuras de tamaño humano, cercanas al espectador en un espacio estrecho, casi opresivo, que impone su presencia con una intensidad inquietante. Sus rostros curtidos y gestos mesurados, combinados con los detalles de sus ropas desgastadas, pero bien presentadas, apuntan a su profunda atención a la realidad social de Lorena. Lejos del patetismo, la caricatura o la representación grotesca que otros artistas reservaban para los pobres, De la Tour les confirió una dignidad silenciosa. Sus escenas de género revelan una visión profundamente humana del mundo.
Lejos del patetismo, la caricatura o la representación grotesca que otros artistas reservaban para los pobres, De la Tour les confirió una dignidad silenciosa. Sus escenas de género revelan una visión profundamente humana del mundo.
Y los mencionados Anciano y Anciana (Museos de Bellas Artes de San Francisco), cuyo vestuario teatral podría hacernos pensar en actores más que en campesinos, difuminan los límites entre la realidad y la representación; en el fondo, la pintura de Georges de La Tour es precisa sin ser fría y registra sin juicios ni sentimentalismo. Aunque los asuntos que aborda son comunes, su tratamiento es fresco, audaz y a veces experimental; sus pinceladas, casi caligráficas en sus primeros años, y su enfoque de la luz natural marcaron una etapa clave en el desarrollo de un estilo profundamente original, a la vez arraigado en su época y personal.
Resulta interesante la comparación de dos versiones de San Jerónimo Penitente, una de Grenoble y otra de Estocolmo. Se representa el mismo motivo, pero con sutiles variaciones: la calavera, el libro, la linterna y el látigo manchado de sangre están presentes en ambas telas, pero la posición del santo, la intensidad de la luz y el tratamiento de los detalles reflejan dos interpretaciones muy distintas del mismo asunto. Mencionada en el inventario del cardenal de Richelieu, una de estas versiones probablemente fue realizada para este mecenas, identificable por el capelo cardenalicio escarlata.
Al contemplarlas unidas podremos intentar dilucidar si una u otra pintura es original, réplica u obra de su taller, una cuestión clave para comprender la obra de Georges de La Tour en su conjunto, ya que revisitaba con frecuencia sus propias composiciones, fuera pintándolas él mismo o confiándolas a sus ayudantes de estudio, como parte de un enfoque deliberado y pragmático de su producción. Esas diferentes versiones, lejos de ser meras copias, en el fondo reflejan una auténtica profundización en el significado de los temas y un deseo de adaptarse a las expectativas del mercado.

Otra sala del Jacquemart cobija varios bustos de santos, tres de ellos (Santiago el Mayor, Santiago el Menor y San Felipe) fruto de un encargo desconocido recibido por Georges de La Tour, uno de los primeros que obtuvo; se trataba de un Apostolado, una serie de trece lienzos que representaban a Cristo y a los doce apóstoles en media figura.
Dispersa tras la Revolución Francesa, esta colección, que en su día se encontraba en la Catedral de Albi, sólo se ha preservado parcialmente. Estos “retratos” de apóstoles se complementan con dos figuras de santos: Santo Tomás, también conocido como el santo de la Pica, del Louvre, y San Gregorio, obra recientemente atribuida a este artista y adquirida por el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa. Todos impactan por su presencia: cada rostro, captado bajo una luz fría sobre un fondo neutro, parece habitado por una especie de espiritualidad silenciosa, muy distante de los éxtasis del Barroco.
Estas medias figuras masculinas, a la vez retratos individuales e imágenes devocionales, constituyen un aspecto esencial del legado de De La Tour. Su realismo psicológico, su atención a las huellas del tiempo —arrugas, cicatrices, rostros curtidos— apelan a una humanidad muy real. Ante la ausencia de cualquier autorretrato conocido de este autor, nos vemos tentados a buscar lo que, aún joven, pudo haber plasmado de sí mismo en estos rostros desgastados por la edad.
Continuando con la temática anterior, un quinto apartado reúne varias figuras de santos absortos en la oración o la lectura. En la obra de De La Tour, estas ocupaciones no implican ningún movimiento dramático; los cuerpos permanecen inmóviles y los gestos se reducen al mínimo: una página arrugada, una mirada hacia abajo…
San Pedro Arrepentido (1645, Museo de Arte de Cleveland) es prueba de este estilo sobrio. La armonía visual entre la tonsura del santo y la cresta del gallo transmite una discreta ironía, una visión un tanto singular de la iconografía religiosa. Es la luz, que parece jugar con figuras y objetos, la que representa lo divino; velas semiocultas, reflejos en una página translúcida, el tenue brillo de una cabeza calva: todo ello perfora y enfatiza la oscuridad en la que se desarrolla esta meditación. El virtuosismo de Georges de La Tour al iluminar, acción que dominó con una maestría excepcional, también impregna las obras de su taller, de las que se exhiben aquí dos manifestaciones de gran calidad: un San Jerónimo leyendo (Museo Lorrain, Nancy) y un Santiago el Mayor (colección privada).
Aunque el propio Caravaggio mostró poco interés por la luz artificial, varios de sus seguidores, como Trophime Bigot y Gerrit van Honthorst, la convirtieron en su especialidad. La Tour amplió esa investigación, cultivando al mismo tiempo su propio estilo: ausencia de emoción, densidad de materiales y silencio meditativo. Su conexión con las órdenes religiosas de Lorena, en particular en Lunéville, foco de un importante resurgimiento espiritual, probablemente explica la recurrencia de esas figuras solitarias e introspectivas. Reflejan un misticismo sereno que resulta notablemente moderno.

Finalmente, una atmósfera más íntima evoca en la exposición el mundo visual en el que se inserta la obra de De La Tour. Grabados de Jacques Callot y Jacques Bellange, dos nombres clave del arte lorenés de principios del siglo XVII, ofrecen una visión del efervescente panorama cultural de este ducado católico, aún independiente en aquel entonces y situado entre Francia y el Sacro Imperio Alemán.
Reuniones nocturnas, músicos ambulantes, marginados y figuras solitarias… todo ello se encuentra en las pinturas de De la Tour. Un dibujo de un hombre (posiblemente san Pedro) en oración, que le ha sido recientemente atribuido, forma parte de esta sección; dado que no se han conservado bocetos preparatorios del pintor, podría ser un hito valioso en nuestra comprensión de la génesis de sus obras.
A este apartado corresponden obras maestras nocturnas que marcan la cúspide de la madurez artística de De La Tour. Inventaba entonces un nuevo tipo de tenebrismo, en el que la luz no sólo iluminaba escenas, sino que se convertía en su tema principal.
En su tierno Niño recién nacido (Museo de Bellas Artes, Rennes) y en La Magdalena arrepentida (Galería Nacional de Arte, Washington), la tenue luz de las velas revela y transfigura a los personajes, dándoles un aire de espiritualidad. Sus efectos—manos translúcidas, reflejos dobles, llamas parpadeantes— no son simplemente una cuestión de observación óptica, sino una sorprendente invención pictórica que transmite un aura poética y mística. La Magdalena se empareja aquí con una elaborada por Finson (Marsella, Museo de Bellas Artes), inspirada en Caravaggio, que demuestra cuánto el pintor lorenés tomó prestado de la tradición caravaggesca y cuánto se había emancipado de ella. También en la primera copia de San Sebastián atendido por Irene (Museo de Orleans), la mejor de toda una serie, el resplandor de una linterna guía cuidadosamente la delicada mano del santo y baña el cuerpo del mártir con una intensidad emocional poco común.
Y El éxtasis de san Francisco, del que solo conocemos una versión en Le Mans, continúa la vena meditativa del pintor, en una atmósfera de contemplación acentuada por la sombra y la combustión lenta y silenciosa de una vela.


Estas pinturas de género se acompañan del Descubrimiento del cuerpo de san Alexis (Museo Lorrain, Nancy), obra atribuida a su estudio, cuya luz filtrada, siluetas alusivas y sobriedad expresiva mantienen el mismo vocabulario formal. No está claro si el estudio, o incluso su hijo Étienne, pintor y arquitecto, participaron en estas últimas creaciones, pero su factura fluida y estilizada suele alimentar esta posibilidad.
Cuando el caravaggismo prácticamente había desaparecido, La Tour conservó su austeridad, pero con un espíritu bastante diferente. Más que un pintor de la noche, fue un pintor de la llama, una llama que revela, transfigura y otorga a la escena más humilde una clara dimensión religiosa.
La última sala de la exposición reúne algunas de sus últimas obras, caracterizadas por la extrema simplificación del tema y el papel cada vez más crucial de la luz. La negación de san Pedro (1650, Museo de Artes de Nantes), una de sus raras pinturas firmadas y fechadas, se muestra aquí en diálogo con Jugadores de dados. Esas escenas nocturnas, con sus composiciones de encuadres precisos, ilustran un lenguaje artístico audaz en el que la narración cede casi por completo al poder expresivo de la luz.
Y dos obras maestras de pequeño formato señalan aún más esta búsqueda: Niño soplando una tea (1646, Museo de Arte Fuji de Tokio) y Niña soplando un brasero (década de 1640, Louvre Abu Dabi), probablemente diseñadas inicialmente como pareja. Se crearon varias versiones de ellas, ya que el tema fascinaba a los coleccionistas de la época: la luz brillante del brasero, la respiración suspendida, el atisbo de un pequeño gesto; todo aquí celebra la poesía de lo efímero.

“Georges de la Tour. De la sombra a la luz”
158 Boulevard Haussmann
París
Del 11 de septiembre de 2025 al 22 de febrero de 2026
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