John Szarkowski, conservador de fotografía del MoMA de los treinta a los noventa, dijo de Garry Winogrand que fue “el artista central de su generación”, situándolo a la altura de nombres ampliamente reconocidos como Robert Frank, Diane Arbus, Harry Callahan, Lee Friedlander o Walker Evans. Sus imágenes trascendieron pronto la fotografía de prensa o el fotorrealismo para mostrarnos una mirada directa y distinta a la realidad y sentaron escuela a la hora de retratar el mundo urbano y la sociedad contemporánea para muchos artistas posteriores.
Amplitud de miras, profundidad del sentimiento y una filosofía más compleja de lo que parece definen la obra de este artista, que podemos considerar como el fotógrafo de la vida cotidiana en Estados Unidos en el periodo transcurrido entre 1950 y 1984, pues, aunque captó algunas fotografías de la vida privada de su familia y amigos, éstas nunca constituyeron el núcleo fundamental de su trabajo, caracterizado en su conjunto por tratar de responder a cuestiones esenciales: qué está pasando ahora en América, quiénes somos los estadounidenses y qué nos ha convertido en lo que somos. No hay que olvidar que las décadas en las que transcurrió la carrera de Winogrand fueron para EE.UU una etapa convulsa, a medio camino entre el optimismo posterior al fin de la II Guerra Mundial y la nueva prosperidad económica, social y cultural instaurada en los cincuenta y el miedo y la cierta sensación de caos derivada de los asesinatos de Kennedy y Luther King y de conflictos como la Guerra de Vietnam o la Guerra Fría.
Esas emociones contradictorias estuvieron presentes en la obra de Winogrand desde sus inicios; en palabras de Leo Rubinfein, el fotógrafo aplicó un truco de magia: captar la alegría que hacía que la desesperanza fuese tolerable y la desesperanza que hacía que la alegría fuera creíble.
A partir del 25 de febrero y hasta el 3 de mayo, podemos ver en la Sala Bárbara de Braganza de la Fundación MAPFRE la mayor antología de este artista hasta ahora, organizada en colaboración con el San Francisco Museum of Modern Art y la National Gallery of Art de Washington. No es una retrospectiva al uso, porque más de la mitad de las doscientas imágenes que la componen no se habían impreso antes, son inéditas porque el fotógrafo o bien no las había positivado, o si lo hizo, las olvidó en los cajones: Winogrand murió repentinamente a causa de un cáncer y no tuvo tiempo de ordenar su producción, que tras su fallecimiento quedó dispersa y desorganizada hasta la puesta en marcha del proyecto de esta exposición.
Winogrand aplicó un truco de magia: captar la alegría que hacía que la desesperanza fuese tolerable y la desesperanza que hacía que la alegría fuera creíble
Esta exhibición constituye por tanto un intento de contar la historia de Winogrand, ya que no se había hecho de forma completa antes, sin el propósito de convertir su trayectoria en un caso cerrado, sino dando pie a futuros estudios sobre su trabajo. Se organiza atendiendo a sus temas de interés, en tres grandes secciones: las dos primeras, tituladas En el Bronx y Un estudioso de América corresponden a series realizadas en la misma etapa de la vida del artista, entre 1950 y 1971, y la última, Auge y decadencia, incluye fotografías que tomó tras marcharse de Nueva York en 1971, en su mayoría paisajes americanos que translucen un sentimiento de desesperanza.
La muestra se presenta al espectador como un paseo por Nueva York y por Estados Unidos de la mano de Winogrand en el que el propio artista hace que nuestra mirada se detenga en instantes tan cotidianos como especiales.
Más que ningún otro motivo, Winogrand fotografió mujeres, sobre todo si eran jóvenes, atractivas y vestían bien, aunque en su última etapa no resaltaba lo encantador, lo suave y lo sano como en sus inicios: la inocencia se enmascara y difumina en beneficio del escepticismo y la extravagancia. También fotografió militares, animales, espectáculos de todo tipo, la carretera, a hombres de negocios o a personas heridas o enfermas.
Es inevitable resaltar que no retrató a gente pobre o marginal, y en este sentido sus imágenes se diferencian radicalmente de la tradición de la fotografía norteamericana anterior, que encontraba en este tipo de imágenes de los desfavorecidos su vertiente más genuina. Winogrand rechazó esa idea sin por ello dejar de lado un profundo sentido humanista a la hora de trabajar: no se trata de un humanismo sentimental ni de que cultivara la empatía con sus modelos, sino de que todas y cada una de las fotografías, en su razón de ser última, plantean si el ser humano de la etapa contemporánea vive sumido en la belleza o hundido en el caos, dónde termina una y empieza el otro.
En lo formal, Garry fue un innovador: sus composiciones centrífugas ofrecen una información visual muy abundante manteniendo un punto de atención claro que concentra la mayor tensión, difuminándose ésta en los márgenes, donde solemos encontrar personajes ajenos a esa situación central. Además, su inclinación de la horizontal le permitía intensificar el significado de sus fotografías, y logró captar el instante preciso a partir de tomas tan certeras como rápidas.
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