Perdió a su madre siendo niño y no ha hecho otra cosa durante su adolescencia que entrenar caballos y montarlos en los rodeos; no tiene otra afición ni plan de vida que cabalgar, ni es consciente de que pueda albergar algún otro talento. Brady Jandreau es el joven cowboy de Dakota del Sur que protagoniza The Rider, un western moderno, tanto como Comanchería o el mismo Western pero algo más dulcificado e íntimo.
La trama de la película de Chloé Zhao, exitosa en festivales como Cannes o la Seminci, parte de un hecho que no vemos pero que explica absolutamente todo lo que sí se nos muestra: una caída le ha provocado a Brady una espantosa fractura en el cráneo y una grave afección nerviosa, así que, con la razón en la mano, ha de recomponer su vida sin hacer lo que único que sabe y quiere. Lo acompañan en la tarea su padre, un hombre a medio camino entre la rudeza y la cercanía, y su hermana autista, cuya enfermedad contempla Zhao desde la normalidad absoluta y sin asomo de compasión (como contaba hace poco Laura Terré que le gustaba mirar a su padre a algunos de sus retratados). Precisamente a su hermana, Lilly, le explica un Brady parco en palabras cómo se siente, en una intervención que da sentido a The Rider y que la joven puede perfectamente comprender: Estoy herido; a un animal lo sacrificarían en mis condiciones, yo puedo seguir vivo solo porque soy un ser humano.
La de Brady es, desde el inicio y hasta el final del filme, la historia de un héroe cotidiano forzado a capear con la terrible frustración en un entorno que parece conducirle únicamente a montar. Los caballos son para él sus compañeros más cercanos (ocurría también en Lean on Pete, otro viaje iniciático), pero él parece ser consciente desde un inicio de que no hay nada eterno y del reverso cruel de su vocación: visita regularmente a su amigo Lane, casi un mito joven del rodeo, sin habla ni prácticamente movilidad a causa de otra caída. Pero tampoco él quedó por eso derrotado.
Se da la circunstancia de que Brady y Lane protagonistas comparten nombre con Brady y Lane personas, y más allá: están interpretándose a sí mismos, contándonos su historia sin mediaciones y por eso siéndose fieles. Ciñéndose al guion, pero también dejando espacio para la improvisación y para lo que solo ellos saben, por eso The Rider transmite una verdad que va más allá de la cercanía a los hechos reales: es una película intensa y emocionante en la que nadie llora ni grita. Pureza podría ser la palabra que la defina, tanta que parece impensable en una directora que no alcanza los cuarenta y que hasta ahora solo ha filmado dos largos (hay otro en camino).
Zhao y los jóvenes jinetes demuestran, de nuevo, que no hay mejor material fílmico que la vida y que la sencillez es uno de los mejores caminos para contarla. Por esa autenticidad, atreviéndonos un poco y a falta de sorpresas (en breve llega Cold War, lo nuevo del director de Ida, Pawel Pawlikowski), podemos considerar ya a The Rider una de las mejores películas de este año.