El hecho de no ser nada, de no tener importancia alguna en el mundo exterior, de que no me interese nada de él, de no tener ambiciones ni necesidades, de que no me engañe a mí mismo dibujando “con sensibilidad y talento” puertas que no se abrirán jamás en las lisas paredes del laberinto, me ofrece una oportunidad única o, tal vez, la oportunidad que ofrece a todos los solitarios y olvidados: la de explorar los vestigios extraños de mi propia mente tal y como aparecen en ella a lo largo de la retahíla interminable de noches en las que, mientras anochece poco a poco en mi habitación silenciosa, mi cerebro sale como si fuera la luna y brilla cada vez más.
Quien lo leyó lo sabe: Mircea Cartarescu no novela lo palpable, narra lo que hay al otro lado de lo cotidiano, en otro mundo que forma parte de este pero que permanece ajeno a quienes han hecho claudicar sus sentidos dejándoles actuar solo en el campo breve de las obviedades (él lo explica, en el fondo, con bastante claridad: Somos como hombres dibujados en una hoja, en el interior de un cuadrado. No podemos traspasar las líneas negras y nos agotamos rebuscando, decenas, cientos de veces, cada esquinita del cuadrado para encontrar una fisura. Hasta que uno de nosotros comprende-porque ha sido predestinado para comprender- que es imposible escapar del plano de la hoja. Que la salida, amplia y sencilla, es perpendicular a la hoja en la hasta entonces inconcebible tercera dimensión. Así que, para sorpresa de los que se quedan en las líneas de tinta china, el elegido de repente rompe la crisálida, extiende unas alas enormes y se eleva suavemente, arrojando su sombra, desde arriba, en dirección a su antiguo mundo).
Las novelas y cuentos anteriores de este escritor rumano están en Solenoide y lo que en ellas nos dejaba intuir lo despliega aquí, sin embargo Nostalgia, Las bellas polonesas o El ojo castaño de nuestro amor son opciones mejores para iniciarse en la lectura de un autor que nos lo pone placentero pero no fácil, porque escribe haciendo ese acto de honestidad rara que es ser fiel a sí mismo y a la intimidad de su cabeza ateniéndose a las consecuencias, sin pretender gustar a un público amplio que tiene perdido de antemano. Sus libros no se parecen a nada.
En todos ellos se entrelazan lo biográfico y lo imaginario: un componente narrativo racional que no desafía la lógica y el entendimiento convive indisolublemente con otro mágico, a veces dulce y a veces cruel, y en la imbricación de los dos reside el carácter único de la obra de Cartarescu – que escribe con un lenguaje sencillo y claro, terrenal – y el reto para el lector, que tiene que adaptar su mente al introducirse en estos universos paralelos, casi mentalizarse previamente de que no va a leer, sino que va a sumergirse, o más bien elevarse, a una dimensión en la que el disfrute está garantizado, pero solo para los que de verdad se dejan llevar y no pretenden aplicar a la lectura esquemas previos inútiles para estos textos.
El protagonista de Solenoide, en esa misma línea, es un personaje absolutamente común a pie de acera, un joven criado en una familia humilde, profundamente solo, enfermizo, un escritor frustrado que da clases de literatura, cuya mente es ajena a la condición vulgar de su existencia: sus sueños, ricos, delirantes, poblados de seres humanoides que tienen todo y nada que ver con nosotros, son, a la vez, contrapunto y extensión de su mundo diario, sin más aparentes alicientes que su reverso fantasmal soñado. Como el día lo es de la noche y el Solenoide donde habita -un laberinto en forma de barco que nunca se descubre del todo y permite levitar- lo es de una Bucarest fría y desolada que más de una vez él describe como la ciudad más triste del mundo pero que termina aupándose, izada por solenoides, en una ascensión que es justicia poética. Especialmente románticos resultan sus piquetistas, manifestantes contra el sufrimiento y la muerte que acuden a protestar a cementerios y morgues.
Allí donde hay una rutina mediocre surge un enigma, en el cuerpo de un borracho habita un visionario y donde parece reinar lo profano surge lo religioso. Solenoide es una maraña de seres que nos son a la vez próximos y muy extraños, de referencias literarias y científicas, y el despliegue de la imaginación coherente de un autor que busca, no solo las fisuras de las líneas negras del cuadrado, también compartirlas.
Esta obra, y las demás del autor en castellano, las ha editado, por cierto, Impedimenta.