Señora de rojo sobre fondo gris o cómo escenificar el duelo

05/11/2019

Pero no vivir del lamento/como un jilguero cegado.

A Cinco horas con Mario (hablamos de por qué no perderse esta obra en esta misma sección, coincidiendo con su paso por el Reina Victoria), le ha tomado el relevo en el Teatro de Bellas Artes de Madrid el texto que el mismo Miguel Delibes consideró antitético a aquel: Señora de rojo sobre fondo gris, por los muy distintos lazos que unen a los matrimonios protagonistas y sobre todo por la más que opuesta personalidad de las mujeres, la viva (Carmen Sotillos) y la muerta (Ángeles de Castro).

Quizá no hayan salido nunca duelos más diferentes de la mano de un mismo escritor: el de la tradicional señora que hizo de las convenciones el centro de su vida y que convirtió el adiós a su marido en un continuo reproche por no haberlas compartido, y el del pintor, alter ego del mismo Delibes, que una y otra vez alaba justamente la ausencia constante de convención que encarnaba su esposa, aun sin que desafiara abiertamente ninguna. Todo lo que de mediocridad había en la Sotillos y sus circunstancias nos lo devuelve Ángeles convertido en excepción sin más truco que una actitud, un modo de entender todo lo que en lo cotidiano hay de belleza y de reducir lo inútil o doloroso a la más pequeña expresión mental. Ya dice Sacristán, que da vida a Nicolás, que volver a Delibes es no dejar de aprender a mirar, y él lo sabe bien, porque interpretó hace treinta años al Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados.

Señora de rojo sobre fondo gris

Algunos nos acusarán de exagerados, pero Señora de rojo sobre fondo gris (para los neófitos en Delibes, el tributo literario que el escritor dedicó a su esposa tras fallecer antes de los cincuenta) es uno de los textos más bellos sobre amor y duelo post mortem que se han escrito, por sencillo y por honesto, y no es poco decir teniendo en cuenta que se trata de un terreno fértil en obras de calidad: ya relacionamos esta de Delibes con La muerte de la bien amada de Marc Bernard, pero la posible lista es larga y quizá tendría su colofón en La peor parte, lo último de Savater.

Delibes recuerda a su mujer en la esencia y en los detalles, en el modo en que él supo admirarla y en el que fue alabada por otros, y la acerca al lector, haciéndola próxima en sus anécdotas sin que pierda su magia. Porque Ángeles, en su adaptación a las circunstancias de la vida sublimándolas, tenía mucho de ser espiritual y elevado, y su compañero supo advertirlo sin esperar su muerte. Frente al matrimonio siempre necesitado de estímulos que componían Carmen y Mario, el de Ángeles y Nicolás (Delibes) era capaz de encontrar el todo necesario en una tarde en silencio con las butacas frente a frente, en el mutuo reconocimiento. Delibes transmite, sin ínfulas como hizo siempre, el milagro de esa cotidianidad, y la adaptación de su texto al teatro por José Sámano, con apuntes de Sacristán, preserva lo fundamental de ese mensaje, de los rasgos que hacían de Ángeles una mujer de tierra y de cielo y de su convivencia con Delibes, otro tanto: un milagro en lo ordinario. Escuchando a Sacristán, y leyendo a Delibes, resulta en ocasiones inevitable pensar que estas personas sólidas, conscientes de lo que es importante y lo que es banal y capaces de reaccionar con fortaleza ante las dificultades dejaron de nacer tras la generación de nuestros padres.

Si decíamos que en Cinco horas con Mario se hacía muy evidente la sabiduría de Delibes en lo que a captación de psicologías se refiere, Señora de rojo es seguramente su obra más poética sin pretenderlo: su estilo solo puede ser austero (cuando definía a los castellanos en Castilla, lo castellano y los castellanos estaba categorizando, en buena medida, su propia literatura), pero el dolor personal aproxima este texto a una lírica depurada.

Conviene mencionar que otro duelo se intercala, en la figura de Nicolás, cuando pena a su esposa: la tristeza por la inspiración perdida; los ángeles se evaporaron cuando Ángeles se fue. Y que Sacristán encarna a este hombre doliente, él también sobre un fondo gris, entre alcoholes y lágrimas, conmoviendo con su voz y con un cuerpo que vaga perdido, haciendo caso omiso al consejo de la esposa: No te aturdas, déjate vivir.   

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