Secaderos: prisión y fantasía en la Vega de Granada

09/06/2023

Secaderos. Rocío MesaHa perdido ya carácter de novedad que el cine reciente mire al campo o se haga desde él; en buena medida, se trata de filmes que profundizan en nuestro modo de vivir o habitar -casual o permanentemente- el medio rural, en las peculiaridades de su ámbito laboral, en las raíces que en él guardamos o en sus opciones para entenderlo como escenario de vida a futuro. Predomina en estas obras (Alcarrás de Carla Simón, As bestas de Sorogoyen, Suro de Mikel Gurrea, La banda de Roberto Bueso) una mirada existencial hacia los pueblos, puede que menos asimilados hoy que hace décadas como escenarios donde pueden transcurrir tramas no necesariamente ligadas a la idiosincrasia del lugar.

Las dos opciones se daban en El agua, de Elena López Riera, y confluyen también en Secaderos, de Rocío Mesa, que además tienen en común la incorporación de elementos propios del realismo mágico y la mirada a ese entorno desde la perspectiva de adolescentes con deseos de escapar y pocas posibilidades de poder hacerlo. En el que es el primer largo de ficción de la cineasta granadina, rodado en varias localidades de La Vega de esa provincia, los días de verano de una niña que acude al pueblo de sus padres y abuelos desde Madrid, y que disfruta allí a manos llenas de las amistades, los animales y los juegos (Vera, interpretada por Vera Centenera) comparten escenario, aunque solo puntualmente coincidan, con los de Nieves (Ada Mar Lupiañez), una joven obligada a ayudar a sus padres en su trabajo, cada vez menos agradecido, del cultivo de tabaco, y deseosa de viajar; de conocer la nieve que, pese a su nombre y la cercanía de Sierra Nevada, no ha podido ver. Para ambas es su primera película, y se han estrenado transmitiendo perfectamente la libertad y los mundos nuevos que la pequeña encuentra en el mismo entorno del que la mayor desea, como objetivo vital, salir.

Si Vera halla en La Vega una libertad inédita en la ciudad (también la ejercerá su madre, lejos de algunos encorsetamientos), seres nuevos que solo los niños pueden ver -un encantador monstruo del secadero-, y encuentra en sus abuelos y en las comidas familiares de productos de la huerta un cariño del que no quiere desprenderse, Nieves oscila entre el apego y la distancia respecto a amistades y novios con quienes no termina de identificarse y a una familia que no le proporciona demasiados estímulos. Descubrirá más adelante, porque todo vuelve, que las renuncias que comienza a conocer las experimentó antes su madre, que tuvo inquietudes semejantes a las suyas y las dejó a un lado por una maternidad temprana.

Secaderos. Rocío Mesa

Tienen cabida, además, en Secaderos, el reflejo del distinto acceso al disfrute en función de la posición social (esa contemplación televisiva de los veraneantes apiñados en las playas de Motril, mientras otros descansan del trabajo con el tabaco en torno a una mesa camilla) y las referencias a la especulación inmobiliaria en terrenos que siempre fueron campo y a los padecimientos económicos de quienes en otro tiempo se dedicaron, con aprovechamiento, a estas plantaciones ahora en horas bajas. La venta de un secadero, como la instalación de placas solares en zonas agrícolas en Alcarrás, despierta aquí también nostalgias y conflictos emocionales más allá de lo económico; esas construcciones son, en el filme y en Granada, más que una herramienta ligada al sustento: parte de la memoria colectiva.

En el desenlace de la obra de Mesa, libre y correspondiente más bien a un sueño -lo real y lo imaginado se dan a menudo la mano, con sus derivaciones estéticas-, Vera, Nieves y todos los demás convergen en un abrazo mullido de hojas de tabaco, en una metáfora del pueblo que acoge y mece a todos los suyos, vayan o vengan, deseen regresar o evadirse, como si se tratara de hijos pródigos. Las distintas líneas del montaje y los mundos paralelos quedan reunidos en el cultivo de futuro seguramente breve, como breve se atisba la infancia y la juventud de las protagonistas.

Secaderos. Rocío Mesa

 

 

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