Parásitos, por doquier

31/10/2019

Parásitos. Bong Joon-hoLa más reciente edición del Festival de Cannes coronó con su Palma de Oro a Parásitos, el último filme del coreano Bong Joon-ho. Tiene en común con los anteriores su recurso a la sorpresa y sus incursiones en géneros inesperados cuando la trama parece asentada en una tónica dominante: en este caso, una aparente comedia sobre los múltiples recursos de supervivencia de una familia tan desfavorecida como avispada acaba convirtiéndose, tras la premonitoria caída de un trueno y una riada, en drama violento cuando a los protagonistas ya no les mueve la necesidad sino la venganza.

El resultado es una tragicomedia que, por momentos, tiene mucho de parábola sobre la riqueza, la pobreza y las consecuencias de las grandes desigualdades, de la avería del ascensor social, y también de acentuada crítica, vestida de infinita carcajada, no solo hacia la falta de sensibilidad de los más favorecidos, sino a la desunión y las envidias de quienes no tienen la misma suerte.

La pervivencia de las manidas clases es el eje de la película de Bong Joon-ho desde que conocemos a la primera de las dos familias en torno a las que gira el relato: un matrimonio con dos hijos adolescentes, lastrados por el paro que no por la ignorancia, porque suyo es el ingenio.

Raptan el wifi de los vecinos desde su subsótano y obtienen menguados ingresos encajando cartones de las cajas de pizzas hasta que obtienen una oportunidad: la de que el hijo mayor trabaje como profesor particular en la pulcrísima y luminosa casa de una familia adinerada. Tan rica como carente de intelecto, de emoción y de sentido común: la risa y el dolor quedan entonces servidos.

Unos y otros podrían parecer representados desde el tópico y el trazo grueso, y en parte lo están, pero Joon-ho afina lo suficiente para que sus caracteres nos resulten, en buena medida, creíbles, y para que sintamos familiares las personalidades de los infortunados que mienten y perjudican al prójimo para lograr y conservar un puesto de trabajo, y también las de los excesivamente agraciados que desconocen por completo cómo educar a sus hijos o cómo concederse satisfacciones, incluso en el plano físico. Los parásitos parecen entonces cambiar de bando o al menos quedan equitativamente repartidos en uno y otro piso de la escalera social.

El humor, muy agudo, equilibra sin embargo el carácter crítico del filme del coreano y contribuye a que nuestra atención no se dirija solo a la denuncia, sino también hacia la intriga: no hay secuencia sin ironía, aunque esta no sea en absoluto sutil, y cuando Joon-ho parece haber desplegado toda su artillería y negritud nos sorprende abriendo a nuestros ojos el sótano del almacén, que nos hace saber que alguien ya se sustentaba de las hierbas que otros arrojaron.

Si la miseria de unos y otros no nos había sacudido bastante frente a lo elegante de los espacios de la vivienda rica, el desenlace termina por ensuciar cualquier limpieza. Resulta, por truculento, menos sorpresivo, quizá no a la altura dramática del resto de la película, plagada de giros de guion que atrapan y de un humor difícilmente clasificable.

Casualmente o no (o no), Parásitos es hoy plato fuerte de muchas carteleras junto a otro filme en el que la desigualdad, convenientemente aderezada, acaba siendo germen de caos, Joker. Una y otra, sobra decirlo, no admiten lecturas rápidas.

Parásitos. Bong Joon-ho

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