Ondina: el progreso es imposible

25/11/2020

El cineasta alemán Christian Petzold viene acostumbrándonos, desde que comenzara a ganar proyección en España a principios de la década pasada, a filmes de sello reconocible: dramas intimistas y poblados de misterio, con ingredientes de thriller, y apegados a la historia de su país, siempre presente en las vidas de sus protagonistas aunque no incorpore referencias claras a grandes acontecimientos. Nina Hoss era la protagonista de aquellas historias (Jerichow, Barbara, Phoenix).

Hace dos años, con En tránsito, imprimió un cierto cambio a su producción, dando mayor peso (aún) a los conflictos interiores de sus personajes y trasladando la trama a un escenario distinto: a otra geografía, un lugar de paso, que también era paisaje emocional. Paula Beer era la protagonista de una historia de amor tan potente como frágil, sumida en la extrañeza y siempre a punto de desvanecerse. La ambigüedad intencionada genera en estas obras siempre un cierto desconcierto en el que, no obstante, habitamos cómodos.

Christian Petzold. Ondina

Esa continúa siendo la atmósfera de su última película, Ondina, protagonizada nuevamente por Beer, que no ha dejado de labrar interpretaciones interesantes desde que la conociéramos en otra historia de amor, deleznable en teoría pero pura en la práctica: Frantz, de François Ozon. Esta vez pone rostro a una criatura a la vez carnal y evanescente, en un relato situado a medio camino entre lo real y lo mítico: Undine es historiadora, responsable de explicar a los turistas las maquetas que alberga un centro municipal berlinés en las que se refleja la historia de la capital alemana y de su urbanismo. En su trabajo es extraordinariamente competente y también imaginativa, pero cuando sale de él su personalidad pierde carácter práctico y deviene la ninfa de la que lleva el nombre.

De la mitología germánica forman parte mujeres-pez sin cola, el equivalente a las náyades grecolatinas, que podrían habitar tanto bajo el agua como en la superficie. El folclore no las define como seres bondadosos o malignos de intenciones concretas, pero sí solía concedérseles el privilegio de la inmortalidad. Una de esas ninfas, Ondina, tiene una historia propia: se enamoró de un caballero humano llamado sir Lawrence, que al casarse con ella le hizo una promesa mayor: Que cada aliento que de mientras estoy despierto sea mi compromiso de amor y fidelidad hacia ti. Cuando la engañó quedó, por tanto, condenado a la muerte, ante la imposibilidad de permanecer continuamente despierto.

Así, Undine se nos presenta, en el inicio de la película, como ser de fantasía cuando demanda a su pareja, al ser abandonada, que regrese con ella bajo amenaza de muerte, una muerte inevitable, tanto como el destino en los mitos, que ambos habían decidido aceptar. Pero esa exigencia de regreso, formulada con chupa de cuero, nos resulta tan palpable y contemporánea como la Undine que recibe, día tras día, a los visitantes de Berlín, haciéndoles ver que el pasado y el presente de la ciudad están vitalmente ligados, que la historia anterior no es un cajón cerrado y que las motivaciones elementales humanas de ayer y de hoy no difieren demasiado. En el filme el Humboldt Forum, proyecto de museo a gran escala cuyo antecedente fue una cámara de arte prusiana del siglo XVI, se convierte en metáfora de ese mantra de que el progreso es imposible; como lo es también ella misma.

Ni siquiera la vivencia de otra historia de amor, con un buzo llegado también de las aguas, salvará a su sir Lawrence de morir (justamente ahogado) y a ella de regresar a su medio natural y mítico, allí donde puede fluir lejos de la constreñida ciudad de cartón, donde debe uniformarse y donde, muy en el fondo, no hay cambio ni evolución.

El director ha explicado que su Ondina, no obstante, tiene mucho de reinterpretación del mito desde un enfoque feminista: deja de llorar al amor que la olvida para caer en brazos de otro, y solo vuelve a aquel, para cumplir con el obligado sacrificio, cuando su nueva pareja duda injustamente de su fidelidad. Así, la negritud de la ninfa derivaría de la mezquindad, repetida, de los hombres, que una y otra vez devuelven a Ondina al río al rechazarla como mujer real; nos encontraríamos ante una lectura política que puede completar, o no, esa historia fundamental en torno a sentimientos básicos sobre los que no existe evolución, pero que no la sustituye ni le resta vigor.

 

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