Las armas sirven para matar hombres, pero nunca sirvieron para matar ideas. Vayan, pues, estas páginas en homenaje al sufrido y heroico pueblo checoslovaco y a cuantos pueblos, a lo largo de la historia, vieron sus voces sofocadas por el inhumano argumento de la fuerza.
Este año se ha conmemorado el medio siglo transcurrido desde las revueltas parisinas de mayo del 68, pero ha tenido menos eco (sí alguno) el recuerdo de las que, también aquella primavera, sacudían Praga en demanda de un socialismo de rostro humano. Algunos estudiosos han relacionado ambos episodios, enmarcándolos en una ola común de rebeliones estudiantiles, aunque es evidente que en Francia y en lo que entonces era Checoslovaquia el contexto lo cambia todo.
Cuando las revueltas en Praga comenzaban a tomar forma y antes de su represión, Miguel Delibes acudió a esta ciudad, y a Brno, invitado por sus Universidades para impartir conferencias sobre novela española. Sus reflexiones de hombre observador y abierto, poco dado a juicios radicales y sí a tratar de comprender, las plasmó en seis artículos que se publicaron, con el título de Viaje a Checoslovaquia, en la revista Triunfo en los meses de mayo y junio de ese año, artículos que fueron recopilados en este libro que hoy os recomendamos, La primavera de Praga, que publicaría poco después Alianza Editorial.
En el libro antecede a esos textos, cuya división se mantiene, un prólogo que el propio Delibes escribió cuando tuvo noticia, muy poco antes de que este volumen saliese a la venta, de la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, que se produjo en agosto y que él ya atisbaba en primavera que podría llegar pese a la confianza de algunos de sus interlocutores checos en que lo de Hungría no podría volver a repetirse porque las cosas habían cambiado desde 1956.
En el mismo prólogo manifiesta el autor que ha preferido no introducir ninguna modificación en sus artículos y homenajea al pueblo, los estudiantes y los llamados “nuevos hombres de Praga” que salieron a la calle desde la creencia de que es posible compatibilizar libertad y justicia. También vaticina que esa invasión terminará volviéndose contra Rusia en su afán por imposibilitar cualquier camino de socialismo democrático.
Lo que sigue es una conversación imaginada entre Delibes, a su regreso de una Praga en ebullición, y un español medio de los sesenta, en cuya psicología tantas veces ha profundizado este autor. No solo da cuenta – desde la humildad y sin pretender sentar cátedra, que mi aire es un aire provinciano y vulgar– del tesón de los checos (y los eslovacos) por zafarse de una dictadura bajo la que entonces llevaban veinte años, también de sus formas de vida y de las bases de su economía y su cultura, subrayando que no hay diferencias tan patentes entre los pueblos como para que puedan pesar más que lo que tienen en común y que de toda convicción política pueden extraerse enseñanzas positivas si esas ideas se saben mantener en el marco de la fórmula de justicia en libertad que considera básica para el desarrollo.
Demandaba Delibes, en ese contexto de los sesenta, que las conquistas fundamentales del socialismo (igualdad en la educación, participación política administrativa del pueblo, reforma agraria, desmontaje de oligarquías, derecho al trabajo…) se aceptaran como parte de los derechos humanos inalienables, sin que ello implicara en ningún caso la supresión de las libertades políticas y de la iniciativa privada. Para ello veía necesario el alumbramiento de un hombre nuevo que ni practique el caciquismo ni se someta a él, y consideraba que el episodio checo podría ser un capítulo de ese comienzo: Praga – si no se pliega o si no la pliegan- puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su vecino. En el peor de los casos, restará su esfuerzo, como un ejemplo de independencia valeroso, civilizado y tenaz.
Recoge con emoción los nuevos aires de apertura y optimismo (los checos han perdido el miedo; el riesgo no los hace abdicar, yo diría que los espolea); combate la visión maniquea de si los rebeldes quieren o no seguir siendo socialistas para bucear en una mayor complejidad, elogia las ansias de cambio de estudiantes y escritores frente a quien ve en ellos a los quejicas de siempre (los universitarios de todo el mundo lo que quieren es aire puro, honradez y consecuencia) y señala las deficiencias (y alguna bondad) de la economía soviética férreamente dirigida, causa de las revueltas junto a la falta de libertad.
Aborda también, con una sencillez didáctica y con su conocido humor bienintencionado, cuestiones ideológicas y tópicos que colocan a naciones enteras en el mismo saco, la cara y la cruz de las conquistas sociales, el poderoso trasfondo religioso en esta zona, el paisaje y el paisanaje (salvo una excepción, no encontró allí más que sonrisas amistosas y buenas caras) y la buena disposición popular a la cultura, la música y el interés por lo español.
Son píldoras para ayudarnos a entender desde enfoques diversos el surgimiento de La primavera, el centro temático del libro. Delibes fue su testigo, estando él próximo a los cincuenta, y ofrece del hecho una interpretación breve pero completa, atenta, madura y desde el lenguaje (y la perspectiva) de la gente llana.