NUESTROS LIBROS: Adiós, hasta mañana

09/01/2020

William Maxwell. Adiós, hasta mañanaLo que Clarence Smith ve al salir de misa y ayudar a Fern a subir al asiento delantero es a una mujer que a ojos de Dios es su legítima esposa y le debe amor, honor y obediencia. Los demás, a los que no les va la vida en ello, ven en ella un halo de tristeza, como si viviera demasiado anclada en el pasado o esperase de la vida más de lo razonable.

Uno de los autores estadounidenses que con prosa más precisa y sencilla nos ha acercado a la vida en el medio rural de su país en las primeras décadas del siglo XX fue William Maxwell (1908-2000). Conocía bien el campo porque se había criado en él, ya que había nacido en una pequeña ciudad del estado de Illinois, y también las vivencias infantiles en esos núcleos pequeños cuando uno de los progenitores falta: la epidemia de gripe de 1918 causó la muerte de su madre, y su padre volvería a casarse, trasladándose la familia entonces a Chicago, hechos que marcarían no solo la vida de Maxwell sino también su literatura. Sin ir más lejos, esas experiencias primeras del escritor (que sería también editor ejemplar y orientaría en sus carreras nada menos que a Updike, Salinger, Cheever o Flannery O’Connor) nutren de forma muy evidente las del narrador, en primera persona, de su novela Adiós, hasta mañana, que en 1998 publicó por primera vez en español Siruela y en 2008 recuperó Libros del Asteroide, con traducción de Gabriela Bustelo.

Fue la más tardía de sus seis novelas, al fecharse en 1980 (tras Bright Center of Heaven, Vinieron como golondrinas, La hoja plegada, Time Will Darken It y The Chateau), le valió el American Book Award y, como en más de uno de esos textos, destaca por la maestría en su observación y narración de lo pequeño y cotidiano antes y después de un suceso trágico que Maxwell nos presenta en toda su humanidad y sin juicios sumarios: el asesinato de un hombre por su mejor amigo, casi su hermano, a causa de los celos, en un pueblo del Medio Oeste donde apenas existe intimidad ni, por tanto, posibilidad de redención. Y no resta violencia ni horror al hecho, pero nos lo anuncia prácticamente como el fruto de un destino inevitable, que en mil episodios parecidos ocurrió y ocurrirá; como una manifestación de tantas de que en ocasiones amor y muerte viajan juntos.

El niño narrador enlaza las experiencias previas y posteriores al asesinato de la familia de la víctima y de la del asesino, prestando atención sobre todo a sus hijos pero también a las cuitas de los matrimonios antes cercanos, y después ya unidos de forma indisoluble por una muerte y una oreja cortada. Plantea cómo el silencio ganó la partida, en forma del abandono de un hogar, del pueblo, de una perra que busca caricias y ya no encuentra su sitio, y sobre todo abunda en el recuerdo de un encuentro que no llegó a ser: el del protagonista con Cletus, uno los hijos del hombre despechado al que cuesta llamar asesino, aunque lo sea y cruel. Se vieron tiempo después, pero no mediaron palabra y la culpa sacudió al primero, que ahondó en el agujero de la vergüenza de un inocente.

Ese narrador que, como decíamos, tiene mucho en común con Maxwell rememora hechos, personas y gestos con ternura y ausencia de (pre)juicio, haciéndonos conscientes, sobre todo a la hora de hablarnos del mismo Cletus, uno de sus pocos amigos en la infancia, de que sus recuerdos no constituyen verdad objetiva sino evocaciones y de que, al introducirnos en intimidades y pensamientos ajenos, necesariamente inventa, por más que lo haga con verosimilitud absoluta, la propia de un maestro de su oficio, un observador agudo y empático. Nuestra memoria engaña y la suya no quiere ser menos.

Respecto a esta novela, escribió Richard Ford que, para los autores de su generación, es el libro que a todos les hizo pensar en la necesidad de escribir una novela corta, por más que Adiós hasta mañana, fuese, en sus palabras, un modelo inalcanzable. Algo de su espíritu sí encontramos, más allá de las evidentes diferencias de enfoque, en una de las novelas con las que más disfrutamos (y sufrimos, en el mejor sentido) el año pasado: El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández, en el que un asesinato y un suicidio adolescentes y cercanos marcan vidas cotidianas y son abordados en un complicadísimo ejercicio de sensibilidad; en una mirada personal, adulta y dura al propio pasado.

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