NUESTROS LIBROS: 209 Rue Saint-Maur, París. Autobiografía de un edificio

04/09/2024

209 Rue Saint-Maur. Ruth ZylbermanLos edificios de París son un pueblo vivo. Bullen, rebosan, y en el tiempo que llevo caminando a sus pies, mirando siempre hacia arriba, he aprendido a leer, tal y como se interpreta un idioma, las señales que distinguen unas fachadas de otras, como un rostro se distingue de otro rostro.

Cuenta Ruth Zylberman, en los primeros compases de 209 Rue Saint-Maur, que hace tiempo dio con un mapa publicado por un historiador y un geógrafo, Serge Klarsfeld y Jean-Luc Pinol, en el que se marcaban las áreas de París donde habían sido deportados niños entre 1942 y 1944 (ella misma era hija de una deportada al campo de Ravensbrück): los puntos rojos eran más grandes y más numerosos hacia el este y hacia el norte de la ciudad y el documento permitía conocer nombres y edades. Decidió, a partir de ese estudio, centrarse en investigar un edificio de la zona, uno solo, que se encontrara en un lugar poco conocido para ella, con la intención de filmar el resultado y quizá también de escribir sobre él: el elegido fue el que da nombre a este volumen, editado hace unos meses por Errata Naturae, próximo al Canal Saint-Martin y al Bataclan; también titula un documental, tan recomendable como el libro, en el canal Arte.

Es un edificio entre tantos -es muy probable que hacer arqueología en sus construcciones vecinas ofreciera frutos parecidos-, y por esa razón, gracias a los esfuerzos de esta escritora y cineasta, arroja una riquísima intrahistoria ligada al devenir de las capas sociales bajas y medias de la capital francesa desde 1848 a la actualidad, pasando por la Guerra franco-prusiana de 1870-1871, la Primera Guerra Mundial y la Segunda (sobre todo esta, el grueso del libro profundiza en las familias judías víctimas del nazismo), alguna okupación, la gentrificación y el horror de los atentados de 2015.

En su investigación, Zylberman conoce a unos vecinos de la mano de otros, a clanes que le conducen a otros; se sumerge en las vidas de individuos que se dedicaron a oficios ya desaparecidos, en la cotidianidad de familias numerosas que residían en espacios ínfimos y alquilaban habitaciones en otras viviendas (los pasillos, podemos suponer, bullirían), da con posibles amores y asesinatos, con enconados conflictos familiares, con una colmena de vínculos que se van entretejiendo a lo largo de las décadas y que una y otra vez le deparan sorpresas, también al lector. El libro se acerca a las quinientas páginas, y por el pequeño tamaño de la mayoría de los pisos del 209 eran muchos sus habitantes, así que para no perdernos en ese enjambre genealógico habría que ir trazando un esquema en paralelo a la lectura, pero terminará no importándonos tanto recordar cada uno de esos hilos: más bien nos desbordarán, felizmente, los hallazgos de la autora tras una fachada aparentemente ordinaria y, ya con pesar, el tremendo número de infancias que sabremos que se quebraron en los cuarenta entre estas paredes.

Entrevistó Zylberman, que por la materia tratada puede conjugar aquí lo erudito y lo emocional, a supervivientes y descendientes, viajando mucho en ocasiones, haciendo frente a la verborrea de unos, la desmemoria de otros o su silencio ante el deseo de no revisar tragedias; consultó diversos archivos y, en ocasiones, comparte con nosotros cartas, planos y fotografías, algunas correspondientes, incluso, al antes y el después de los disturbios del 48 y las barricadas en la calle. La narración de esa prospección carece de florituras literarias y no se echan de menos: este relato verdadero no solo no nos aleja, sino que nos hace querer conocer el patio y los pasillos del 209 y a sus inquilinos; el proyecto fue, de hecho, la excusa para reunir a los actuales y a algunos de hace más de medio siglo, para dejar que muchos recordaran juntos y otros conocieran un pasado que les sería lejano. Esas conversaciones ya quedaron en el terreno de lo íntimo.

 

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