Lo que Sócrates diría a Woody Allen

07/10/2015

Lo que Sócrates diría a Woody AllenSabemos lo que Woody Allen decía de Sócrates (que acostumbraba a cepillarse a jóvenes griegos) y podemos hacer algunas conjeturas sobre lo que el filósofo diría a Mickey, el protagonista –alter ego de Woody- de Hannah y sus hermanas, un hipocondriaco en busca de religión: antes de hacerse creyente, usted debe saber lo que es la fe. O quizá que hay cosas en la vida que no se adquieren persiguiéndolas deliberadamente, porque se alcanzan de forma natural o no se alcanzan.

El ensayo que queremos recomendaros hoy, que se titula precisamente Lo que Sócrates diría a Woody Allen, no es ninguna novedad editorial: Juan Antonio Rivera se llevó por él un Premio Espasa en 2003. Nos hemos acordado de él a partir de la última película de Woody, aún en cartelera: The Irrational Man, protagonizada por Joaquim Phoenix y Emma Stone como profesor y alumna de filosofía, en la que se dejan caer, con historia de amor y jazz por medio, cuestiones filosóficas y éticas como si el fin justifica los medios o si un hecho intrínsecamente malo puede ser justificable en función del contexto en que se dé.

El ensayo de Rivera es interesante porque puede atrapar tanto a cinéfilos no especialmente atraídos por la filosofía como a filósofos que no muestren mucho interés por el cine. En esta obra ambas disciplinas se entrelazan de manera tan natural que no parecen posibles esas divisiones, pero en cualquier caso no es necesario ser experto ni en una materia ni en la otra para disfrutarla.

Los filmes que el autor eligió comentar – según él mismo explica en el prólogo – no fueron escogidos tanto por su calidad como por ilustrarse con más o menos claridad en ellos determinadas ideas filosóficas, aunque…es raro que una película sin interés contenga estas cuestiones. Salvando las distancias, las que van de Family Man a Ciudadano Kane, no hay película examinada que no merezca verse.

Rivera ilustra aquella idea explicada por Stuart Mill de que no todo puede conseguirse a base de perseguirlo con ahínco, además de a través de Hannah y sus hermanas, recurriendo a la conmovedora El coleccionista (su protagonista busca un imposible, forzar el amor) y a Ciudadano Kane (Charles Foster trata de lograr el cariño y la admiración ajena en vano y por la vía de la recompensa). A la hora de hablar de las terribles consecuencias que pueden derivar del aburrimiento y la falta de motivaciones examina la fantástica Calle Mayor, La Naranja Mecánica sirve al autor para reflexionar sobre los peligros de banalizar la violencia, filmes como Almas desnudas o La Ley del Silencio los utiliza para abordar hasta qué punto nos marcan nuestras preferencias morales y si podemos modificarlas, y El hombre del brazo de oro y Días sin huella llevan a Rivera a reflexionar sobre nuestra capacidad para fortalecer una voluntad débil, acordándose una y otra vez de Ulises, que se ató a un mástil y pidió no ser bajo ningún concepto desatado cuando oyese el canto de las irresistibles sirenas.

Nuestra actitud ante la muerte, y ante la vida cuando sabemos que ésta se acaba, se estudia a partir de la buenísima Vivir de Kurosawa y de Blade Runner. Family Man, Qué bello es vivir o La vida en un hilo son su excusa para plantear un estudio bastante completo sobre el peso que, a largo plazo, pueden tomar en nuestras vidas tomas de postura que, en un principio, nos parecen nimias y sobre cómo, conforme avanzan los años, reducimos, día a día, decisión a decisión, nuestro abanico de posibilidades. Para bien o para mal, o quién sabe. Son interesantes sus reflexiones sobre cómo otras vidas son y fueron posibles, nada indica que nuestro camino sea solo uno y esté determinado.

Los fans de Matrix podréis disfrutar del estudio de la película a la luz del mito de la caverna de Platón, que también sirve a Rivera para iluminar El show de Truman y la preferencia del deseo del protagonista por una vida “de verdad”, si es que eso existe y no estamos condenados a movernos entre sombras, con o sin cámaras. A la luz del tiempo, esta película sobrecoge aún más: Peter Weir, su director, se adelantó un par de años a los realities televisivos.

Y Lo que Sócrates diría a Woody Allen termina con amor: el autor, catedrático de Filosofía, establece un paralelismo entre el desenlace de Casablanca, que, en su perfección, deja algo fríos a los espectadores no avisados que ven la película por primera vez, y la concepción del amor según Stendhal: un placer más imaginario que real, un autoengaño, que se desvanece con la rutina. A no ser que esa rutina no llegue, y entonces siempre quede un París aún no quemado.

Para cualquier aficionado al cine este es un libro muy disfrutable, ameno y también educativo, que no moralizante. Sería estupendo que llegase, quizá dentro de algún tiempo más, otra versión actualizada que incluyera ejemplos del cine reciente. Lo que sí existe ya es otra publicación de Rivera, tres años posterior y bastante más breve, Carta abierta de Woody Allen a Platón, que también entremezcla comentarios cinematográficos y meditaciones filosóficas poniéndose en la mente del cineasta. Muy divertida.

 

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