All the world’s a stage, / And all the men and women merely players; / They have their exits and their entrances, / And one man in his time plays many parts…Con un fragmento del Como gustéis de Shakespeare, recitado por Simon Axler (Al Pacino) y su alter ego replicante en el espejo, comienza La sombra del actor, el regreso de Barry Levinson, que guardamos en nuestra memoria gracias a Rain Man.
Inspirada en un texto de Philip Roth (La humillación), la película tiene mucho que ver con Birdman en su temática, su inicio y su desenlace, y algo menos en su tratamiento, se eliminan artificios: el protagonista es un actor teatral en horas bajas, una vieja gloria hondamente preocupada por caer en el olvido y sin valor para suicidarse pese a considerar perdido su gran talento: el de dar vida a personajes capaces de emocionar a un público que, por otra parte, ya mira más al móvil que a las tablas.
Mientras decide si apearse de los escenarios, se cruza en su camino la joven hija de unos amigos, interpretada por Greta Wergig, natural como siempre, con la que vive un romance desternillante, interesado por las dos partes y constantemente interrumpido por la irrupción de ex parejas de ella.
Lo mejor de La sombra del actor es Al Pacino (a estas alturas, lo mejor de cualquier obra en la que participe): se percibe que, como ocurre con Michael Keaton en Birdman, entiende a la perfección su personaje, y sus monólogos sobre la soledad del actor que se acerca a la vejez atrapan. Era fácil que rozase la exageración, el histrionismo, y no lo hace: mantiene la contención de su Corleone en El Padrino con la pasión triste en sus momentos de mayor desesperanza como Simon Axler.
Resultan también muy atractivos las elipsis, el puzzle temporal que el espectador debe encajar y los frecuentes toques de humor negro derivados de la relación entre el actor y su amante y de sus encuentros con la mujer que conoció en una clínica de rehabilitación y que le persigue para que asesine a su marido.
Hay mucho de patetismo en la historia de Simon Axler, que no deja de ser alguien que no ha aprendido a envejecer, pero su drama se aprovecha para generar sonrisas: el actor guarda aún la capacidad de reírse de sí mismo, de un hombre devorado por su éxito.
La sombra del actor es de una belleza rara, con un punto decadente y trágico.