La Casa de Alba y la moda: no solo representación

19/10/2023

En los inicios del siglo pasado no era inusual que quienes paseaban por el Parque del Oeste de Madrid se encontraran con una anciana pequeña y elegante que parece que mantenía una actitud altiva. No vivía habitualmente en Madrid, sino en Londres, pero cuando el tiempo era menos benévolo en Inglaterra acudía al Palacio de Liria: se trataba de María Eugenia de Guzmán y Kirkpatrick, Eugenia de Montijo, que fue emperatriz de los franceses, la última que en ese país tuvieron, tras contraer matrimonio con Napoleón III.

Con ella, sus retratos e indumentaria, y con los de su hermana María Francisca de Sales Portocarrero y Palafox, que fue la decimoquinta Duquesa de Alba, comienza la muestra “La moda en la Casa de Alba“, que hoy se ha abierto al público en el mencionado Palacio de Liria y que han comisariado Eloy Martínez de la Pera y Lorenzo Caprile. Abierta hasta marzo de 2024, consta de un centenar de piezas, varias no expuestas hasta ahora, que en su mayor parte se custodian tanto en Liria como en los palacios de Dueñas (Sevilla) y Monterrey (Salamanca), y que en esta ocasión se exhiben junto a obras de arte y documentación con las que están relacionadas -y en las que, a veces, aparecen-: nos referimos a retratos, fotografías, litografías, esculturas y otros objetos.

Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla
Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla

A Montijo y su hermana las retrató, sin ir más lejos, Federico de Madrazo, en composiciones que dan fe de su inquietud por las tendencias, por un vestuario que -recalcan los comisarios- se tomaron tempranamente en serio. María Eugenia de Guzmán, cuya belleza fue alabada internacionalmente y captada por el artista alemán Franz Xaver Winterhalter, ejerció también, en el ámbito de la moda, una influencia sin fronteras. Dado su gusto por las creaciones españolas, dio a conocer fuera de nuestro país las mantillas de encaje, las faldas con muchos volantes o los abanicos y contribuyó a convertir a París, a mediados del siglo XIX, en meca de la moda y el refinamiento, dando trabajo a modistas, orfebres o artesanos; a joyeros (Lemonnier o Chaumet), perfumistas (Guerlain) o maestros del cuero (Louis Vuitton). En su etapa como emperatriz, además, ciudades como Calais, Lyon o Saint-Étienne ganaron peso como centros productores de brocados, sedas y encajes.

En definitiva, la del lujo fue una de las patas sobre las que se apoyó el poderío galo en el Segundo Imperio y la vestimenta de la que fue también condesa de Teba no tuvo nada de anecdótica y se puso al servicio de la política. En Liria nos esperan algunos de los trajes y accesorios que portó en su vida tanto pública como personal, llegados del Château de Compiègne.

Destaca entre ellos un vestido de amazona de verano que se cree que llevó en la inauguración del Canal de Suez y que diseñó Charles Frederick Worth, su modista oficial, a quien le encargaron nada menos que un centenar de artículos para la emperatriz y para su séquito cuando iban a viajar a Egipto. Aquella visita tuvo gran importancia diplomática en un momento de inestabilidad para Francia y Worth, pionero en el negocio moderno de la alta costura y la moda, se tomó la empresa con la responsabilidad que requería para que las prendas llegaran a tiempo. También fue, por cierto, uno de los primeros autores en firmarlas, como si se tratara de obras de arte; introdujo el etiquetado, la división de la producción en dos temporadas y la colaboración con modelos y mujeres tenidas por influyentes. Su propia casa de moda la fundó en 1858 en la Rue de la Paix y la heredaron sus hijos Jean Philippe y Gaston Lucien, pero cerró sus puertas en 1956.

Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla

Montijo y Worth pusieron a la moda los escotes con hombros descubiertos, las faldas muy amplias por el uso de crinolinas, los polisones que dotaban de mayor garbo a las siluetas, los tocados de fieltro con plumas en uno de sus lados, que terminaron llamándose sombreros emperatriz, o los abrigos amplios a los que Montijo también acabaría poniendo nombre: los paletós Eugenia.

Contemplaremos en Liria un vestido à la polonaise de Montijo cuyo patronaje y estilo se asemejan a los de los que el mismo Worth, francés de origen británico, realizó para la condesa entonces de Castiglioni, Virginia Aldoioni (se dice que ella y la española compitieron en estilo y también por las atenciones de Napoleón III). En todo caso, Aldoioni fue otra figura relevante en el panorama de la moda de entonces: amiga del fotógrafo Pierre-Louis Pierson, consiguió que la retratara a menudo siguiendo sus indicaciones.

Y veremos también algunos vestidos que utilizó durante una de sus actividades favoritas, la montería, y que resultan deudores de la indumentaria de caza de Luis XV tanto en su corte como en sus tonos. Esa influencia pervivirá más adelante, como descubriremos en las chaquetillas de Sol Fitz-James Stuart, que fue hermana del XVII duque de Alba: se adornaban con borlones (terminaciones de hilos trenzados o fruncidos), alamares (presillas o botones en las orillas) o caireles (adornos en forma de fleco en los bordes), referencias a los trajes de luces de los toreros.

Más allá de indumentarias concretas, esta exposición también subraya los vínculos de calado entre la Casa de Alba y el desarrollo de la moda en los últimos dos siglos. Rosario de Silva, madre de Cayetana Fitz-James y XVII Duquesa de Alba, fue fotografiada por George Hoyningen-Huene, uno de los grandes autores de la fotografía de esta industria, con un exquisito vestido de Chanel que ha pasado a la historia (podremos ver tanto la imagen como el diseño) y su hija contrajo matrimonio con Luis Martínez de Irujo, en 1947, con una creación de Flora Villarreal, regia y elegante, que respondía al gusto que poco antes había alumbrado Christian Dior en su primera colección. Años después, en 1959, la Duquesa permitió que Liria fuera escenario de un desfile, histórico y benéfico, de la propia firma francesa, cuando era su director creativo Yves Saint Laurent, que en ese momento apenas superaba la veintena: más de cien modelos caminaron entonces entre telas de Tiziano, Rubens o Goya.

Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla
Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla

Veremos más trajes de novia: el que vistió Eugenia Martínez de Irujo en 1998, obra de Emanuel Ungaro, seguidor de Balenciaga, en tonos marfil, de aire medieval y que quedó rematado por una preciosa tiara de Eugenia de Montijo; o el que, solo hace un lustro, diseñó Teresa Palazuelo para su sobrina, la actual duquesa de Huéscar. Ella, Sofía Palazuelo, llevó el día de su boda una Corona Ducal, joya familiar de extensa tradición, en un nuevo diálogo entre pasado y presente.

Y la moda masculina también tiene su espacio en esta exhibición: en su etiqueta nos introduce la figura de Jacobo Fitz-James Stuart, XVII duque, cuyo aura supo captar Joaquín Sorolla (otro elegante) en un retrato que transmite una distinción que va más allá de los códigos y que tiene que ver con una actitud y un modo de mirar. E igualmente nos aguardan uniformes, como el de Húsares de Pavía que llevó Alfonso XIII, pintado por el mismo artista valenciano.

Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla
Vista de la exposición La moda en la Casa de Alba. Fotografía: Jesús Varilla

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