La hija de un ladrón, la soledad escrita en la cara

10/12/2019

 

La hija de un ladrón. Belén FunesAlgún gen o célula elemental que puede que tengamos en común la mayoría nos hace pensar que después de la tormenta saldrá el sol y que, tras un cierto número de desgracias, llegará un alivio, una buena noticia que las compense. Pero es un pensamiento más que irracional creer que las alegrías y las penas se suceden en equilibrio: a veces solo hay una tónica, la del pesar, y no parece haber opción para la esperanza, aun cuando las víctimas de tantísima mala suerte sean más que jóvenes.

Es el caso de Sara (Greta Fernández), hija veinteañera de un ladrón que sale y entra de la cárcel y de una madre hace años desaparecida. Sobrevive a base de encadenar trabajos temporales tan esforzados como mal remunerados, se hace cargo de su hermano pequeño, ingresado en un centro de menores, y también de su hijo, un bebé cuyo padre la rehúye y constituye, sin embargo, su único asidero. Solo hay algo más hondo que su penuria económica, contra la que se rebela con arrojo una y otra vez: una soledad que le lleva a suplicar compañía con un tono de voz neutro semejante al que le escuchamos cuando demanda trabajo. Una y otro le están resultando igual de necesarios.

Se define como una persona normal y se reivindica como trabajadora sin pudor, esquivando cada día, desde los refugios de los empleos que van y vienen y de su hijo, caer en la desesperación. Pero también invoca, desde el instinto, la atención de su padre, aun sabiendo que lo que en el ladrón hoy es cariño mañana será indiferencia o puede que violencia, y algún resquicio de cariño del padre de su hijo, que no hace tanto debió ser su novio. Se mantiene tan independiente como puede serlo alguien a quien nadie llama por teléfono nunca y que acaba teniendo su mayor apoyo en una compañera temporal de piso.

Toda la desolación posible la muestra, sin más lágrimas que las que cierran la película, Belén Funes en su primer largo, de cuyo guion también es autora junto a Marçal Cerbián. Greta Fernández pone rostro a esa joven a la que todos los estímulos se le niegan y Eduard Fernández interpreta, con su impasibilidad propia, al padre ausente, sin nada que ofrecer a otros ni a sí mismo, del que Sara no puede desligarse del todo porque lo lleva, como ella misma confiesa, escrito en la cara. Su relación es del todo tóxica pero, por familiar, nada fácil de disolverse.

La hija del ladrón evoca inevitablemente el cine social de los Dardenne y, en menor medida, el de Ken Loach, por ahondar más en emociones que en reivindicaciones sociales. El peso del drama, de todos los dramas condensados y de un pasado del que nada sabemos, lo carga a sus espaldas Sara: no podía haber, para esta película, título más acertado. Pero ella, casi heroína de una tragedia griega, encara una vida que no parece poder llamarse así con una determinación de origen imposible de encontrar; de nadie obtiene los ánimos. La austeridad de los ambientes es la propia de la trama: la cámara se mueve por las zonas degradadas de Badalona y en esos escenarios, el filme respira toda la verdad de esos mundos cercanos y tantas veces invisibles.

La hija de un ladrón. Belén Funes

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