Los hoteles han sido para muchos espacios donde pensarse o repensarse, cambiarlo todo o no cambiarlo nada; ocurría, por ejemplo, en el Chateau Marmont en Somewhere, de Sofía Coppola, y un hotel ha sido el escenario que Paolo Sorrentino ha elegido para mostrarnos el friso de un puñado de vidas que parecen decadentes pero que, en la visión del director, son excelsas y absolutamente bellas: las de un compositor y un director de cine casi ancianos, un actor en horas bajas recordado por sus peores papeles, Maradona y la sentimental hija del músico, abandonada por su marido.
Como adivináis, la temática y las cuestiones palpitantes que Sorrentino despliega en La juventud no difieren mucho de las de La gran belleza, aunque en la primera quedase subrayada con más nitidez la necesidad de la fealdad para que percibamos la belleza, e incluso más allá, lo imprescindible de lo feo como vía para acceder a las cotas más altas de lo bello. El Jep Gambardella de La juventud lo encontramos en Fred, el personaje interpretado por Michael Caine: si el primero buscaba nuevas motivaciones para escribir y el sentido de una vida que parecía sumergida en la frivolidad; el segundo trata de reconocerse en su vejez, de entenderse y entender su pasado.
Como La gran belleza (quizá, o no, de forma más mitigada), el camino para hallar el sentido, más que de la vida, de sí mismo, de la alegría, no lo encuentra solo en la reflexión solitaria y ensimismada, sino en la claudicación de aquella ante el goce de los placeres sensoriales; como comenta en un momento dado del filme el actor en crisis, lo que no es deseo es horror, y el primero nos hace escapar del segundo.
La espiritualidad de Sorrentino no viste de negro ni es silenciosa: se encuentra en lo interior pero también en lo externo, en la música, la belleza física, la capacidad de ilusionarse, la de vivir con esa ligereza tan difícil de alcanzar…En La Juventud funde, una vez más, lo moral y lo carnal, y por eso el cine del italiano es provocador: porque nos hace sobrecogernos tocando nuestras teclas más sensibles; reflexionando sobre asuntos universales y atemporales que a todos nos preocupan o preocuparán y apelando a nuestros sentidos, nuestra emoción y nuestros pelos de punta. Estética, fotografía y música hacen el resto.
No hay innovación en La Juventud respecto a La gran belleza, pero hay, sí, una gran belleza y una mirada sobre lo divino y lo humano personal y apabullante. En fondo y forma.