Tras su paso por París, Québec, Seúl, Shangai o Lisboa, hoy se ha inaugurado en el Círculo de Bellas Artes, y puede visitarse hasta febrero de 2023, una exhaustiva muestra dedicada a Georges Remi, el artista belga de múltiples talentos, honda curiosidad y mejor memoria al que todos conocemos como Hergé.
En la senda de anteriores proyectos centrados en Banksy, Kubrick o Bowie (que, por cierto, suena aquí en su faceta espacial), esta exposición cumple con los requisitos que la institución aplica a este tipo de propuestas de largo alcance popular, como ha explicado Valerio Rocco, su director: implica la colaboración con instituciones internacionales, en este caso el Museo del autor en Bélgica; aspira a lograr un gran impacto en la ciudad -una reproducción del Moulinsart y un photocall han salido a las calles- y profundiza en una figura interdisciplinar, como lo es la propia actividad del CBA.
En la Sala Picasso y la Sala Goya se despliegan, articuladas en nueve secciones, hasta trescientas piezas entre dibujos originales, bocetos, pinturas, documentos y obras que no son (solo) Tintín del creador de Tintín: podremos comprobar cómo este dibujante, enormemente precoz, recurrió a todos los medios de los que pudo disponer para llevar sus composiciones donde quería y cómo también se mantuvo al tanto de las corrientes artísticas fundamentales de su tiempo y supo inspirarse en ellas para sus fines, desde las vanguardias al arte abstracto y el minimalismo pasando por el Pop Art (He de escoger: la pintura o Tintín, dijo). Autodidacta y admirado por Dalí, sus inquietudes se extendieron a las civilizaciones antiguas y a las que llamaba artes primitivas, como se refleja, de forma más evidente, en sus ilustraciones, dibujos animados y sus trabajos publicitarios en prensa (todo un hallazgo).
Reconocemos sus cómics por algunos sellos inconfundibles: los trazos simples y precisos, esa línea clara tan propia de la historieta de origen franco-belga que va más allá de la estética y el estilo gráfico, y por supuesto, por su uso de todos los elementos del tebeo (desde los encuadres a los rótulos pasando por los diálogos) para hacer más comprensibles las historias para los lectores. Delimitó sus personajes, desde el rigor y la minuciosidad, con líneas depuradas y continuas; prefirió las tonalidades puras, por su frescura, frente a matices o degradados y, en lo estrictamente narrativo, respetó los procedimientos del relato clásico sin ceñir estrictamente los suyos al montaje de viñetas, valiéndose de elipsis, gags y MacGuffins para estimular la imaginación de sus lectores y conjugando los mundos cotidianos, en los que el público podía fácilmente identificarse, y los nacidos de la pura inventiva.
Casi cualquier lector ocasional de las historietas de Remi, y de Tintín y sus aventuras, recuerda a la cantante de ópera Bianca Castafiore (uno de sus escasos personajes femeninos) o al amable comerciante portugués Oliveira da Figueira, pero solo en ese cómic se dan cita nada menos que 350 figuras y hay que recordar que incluso las muy aparentemente secundarias pueden acabar adquiriendo mucha relevancia.
Esta exhibición internacional se adelanta al centenario de la primera aparición del rubio del flequillo enhiesto (fue en enero de 1929, cuando el mundo se acercaba a muchos precipicios) y proporciona la ocasión de conocer los que fueron los bosquejos de aquella obra, la faceta pictórica de Hergé a principios de los años sesenta, las que fueron sus fuentes estilísticas de inspiración, variadísimas como avanzábamos (desde Durero hasta Miró; una reproducción del catalán colgaba en su estudio) o algunas de las piezas que formaron parte de su colección privada (las adquirió de Lucio Fontana, Sol LeWitt, el gran amante del cómic Roy Lichtenstein o Andy Warhol, y este último lo retrató). También recoge la muestra huellas de esa brillante carrera como gráfico publicitario y diseñador (en los treinta creó L’Atelier Hergé-Publicité, junto a su socio José de Launoit; sus carteles son una de las grandes sorpresas del recorrido).
Son más de 250 millones de cómics los que se han vendido en todo el mundo de este autor y por sus planchas originales se han desembolsado en subasta varios millones de dólares, pero en un principio, mediado el siglo XX, la poca relevancia cultural dada a las viñetas afectó a su trayectoria: sus trabajos despertaron entusiasmo pronto, pero tardaron en ser reconocidos como verdadero arte (él esperaba conseguirlo en los 2000).
Y, sin embargo, amaba Hergé, a partes iguales, contar historias e ilustrarlas y, nutriéndose del cine mudo y en blanco y negro, del expresionismo alemán o de sus lecturas infantiles y adolescentes, desarrolló sólidos conocimientos del arte del découpage, de la construcción y representación de los relatos. Desde una doble óptica de autor y diseñador, creaba atmósferas, escenarios y entornos, construía narrativas e intrigas y creaba personajes, manteniendo estas virtudes en continua evolución a lo largo de su carrera.
Hubo en ella algún año vital y la exhibición hace hincapié en ellos, como su encuentro en los treinta con Tchang Tchongjen y la publicación de El loto azul, donde confrontó los modos de ver de la juventud occidental y la oriental desplegando ambiciones narrativas mucho mayores a las de aventuras anteriores. También el de 1940: las tropas alemanas ocupan Bélgica y desaparece Le Vingtième Siècle y, con él, Le Petit Vingtième, las publicaciones en las que había trabajado. Se quedó Hergé sin soporte para difundir sus dibujos, hasta que otro periódico, Bruselas Le Soir, anunció su intención de crear un suplemento semanal para los jóvenes.
La reaparición de Tintín tendría lugar primero en la revista Le Soir Jeunesse, hasta julio de 1941, y más tarde directamente en Le Soir, en forma de tiras diarias; se trataba, sin embargo, de prensa controlada por las fuerzas de ocupación, lo que traería a Remi muchos quebraderos de cabeza tras la liberación hasta que despejó recelos. Más que quebraderos, de hecho: detenido varias veces para ser interrogado, resultó absuelto en 1946; en mayo de ese año logró su “certificado de civismo”. Y en aquel tiempo alumbró, por cierto, al capitán Haddock, uno de sus personajes preferidos (Tiene tantos defectos que le tengo casi como un amigo íntimo, como un hermano, como otro yo…).
Antes y después de la contienda, uno de sus puntos fuertes fue, sin duda, el retrato: sus trazos a lápiz parecían volverse mágicos al concentrarse en personajes. Los apreciemos de cerca o lejos, resulta evidente su buen manejo del dibujo, desde la sensibilidad y la destreza técnica; observa y juega, a menudo experimenta (otros posaron para él) y el resultado es magistral.
Las relaciones (espirituales) entre los dibujantes y sus personajes suelen ser íntimas y duraderas, pero las más fecundas de Remi fueron las que mantuvo, desde luego, con Tintín y Milu (como sus lectores). Algo menos profundos serían, por ejemplo, sus lazos con Quique y Flupi, aunque estos dos niños experimentan aventuras y situaciones inspiradas, en parte, en la propia infancia del autor, y mucho más diluidos quedan sus vínculos con Jo, Zette y Jocko, realizados por encargo.
De cualquier manera, unos y otros formaron parte de la receta infalible de aquel gran curioso que fue Hergé para atraparnos, son historia del siglo XX y, sobre todo en el caso del periodista, han logrado seducir, por ahora, a tres generaciones.
Si esta propuesta viene adaptándose a sus distintas sedes por razones sobrevenidas o impuestas (desde la pandemia a la censura china en materia tibetana), en Madrid las especificidades llegan de la mano de las actividades complementarias: un ciclo de cine, un encuentro con animadores de la capital, mesas redondas donde no se esquivarán asuntos controvertidos como el colonialismo o una charla sobre divismo con Joan Matabosch, responsable del Teatro Real.
El reportero es excepcionalmente popular en nuestro país, pese a que a nuestros quioscos llegó en 1958, casi tres décadas después de nacer (hasta 1976 siguió alimentando novedades). La expansión patria del fenómeno sería lenta pero irreversible, especialmente desde que en los ochenta los adultos que fueron niños en su recepción primera impulsaran la agitación tintinófila, como ha recordado hoy uno de ellos, el escritor Joan Manuel Soldevilla; el fruto de sus esfuerzos llegaría en los noventa, con exposiciones relevantes, una de ellas en la Biblioteca Nacional; cursos universitarios y la aparición, incluso, de asociaciones dedicadas a su estudio. La máxima concreción de esa admiración acaba de llegar a la calle Alcalá.