Els Encantats: una encrucijada

05/07/2023

Elena Trapé. Els EncantatsCinco años después de Las distancias, la película en la que llevaba a un grupo de amigos a la casa de uno de ellos en Berlín para probar que, mediada la treintena, las experiencias y los caminos individuales habían convertido su antigua complicidad en incomunicación, Elena Trapé ha presentado en cines su segundo largo, Els encantats. Su terreno sigue siendo el de las relaciones que no tienen sentido pero dejan vacíos a los que sí hay que encontrárselo; y su trama y su protagonista común nos lleva, aunque no queramos, a entablar una continuidad temporal imaginaria entre esta historia y la que Alauda Ruiz de Azúa planteaba en Cinco lobitos, sobre los primeros años de una maternidad y el modo en que esta transforma la percepción de la propia familia.

Laia Costa interpreta aquí a Irene, una joven que acaba de separarse de su novio en circunstancias que desconocemos -y así será hasta, prácticamente, el desenlace del filme- y que se aleja por primera vez de su hija de cuatro años, cuya custodia comparte con el padre. Desde la despedida de la pequeña, en el ambiente poco íntimo y ruidoso de la calle, descubriremos la dificultad que implica ese momento para las dos y el viraje vital que supone para Irene, que en un primer momento intenta refugiarse en la organización de su nueva vivienda y en sus amistades, con poco éxito. La inquietud la conduce al pueblo pirenaico donde cuenta con una casa familiar; el propósito de Trapé no parece ser, en este caso, proponer nuevas reflexiones en torno al medio rural como espacio donde encontrarse o comenzar formas de vida alternativas, ni sobre las ventajas o inconvenientes de residir en el campo, sino más bien situar a la protagonista en un contexto diferente donde iniciar el camino nuevo que se ve obligada a arrancar.

Preocupada por su hija hasta un punto comprensible pero insano, y agobiada por su madre por esta misma razón, no se lo pone nada fácil a su expareja, ni al buen tipo con el que trata de iniciar una relación sin ningún deseo de compromiso. Se tortura a sí misma en cada uno de esos frentes y es incapaz de guardar silencio ante los deseos de felicidad ajenos; solo puede experimentar curiosidad y cercanía hacia la joven más libre de este pueblo (Gina, Ainara Elejalde), que sabiéndose enferma sin curación vive sin ninguna atadura, y hacia su padre (Pep Cruz), seguramente porque la conoce desde niña y sabe quién era antes de la separación de su pareja y, temporalmente, de su hija; supo de esa versión anterior de ella misma que ya no puede recuperar, abandonada puede que como este pueblo, Antist, un lugar de paisaje, a su vez, tan abrumador como la soledad que la protagonista transmite experimentar. Metafóricamente comparte limbo estrecho y oscuro con los encantados, que según la leyenda versionada en la película pueblan las grietas de esas montañas de Aigüestortes, salen de noche y tienen el poder de encantar a quien se encuentren, haciendo que se queden a vivir allí para siempre.

Sus emociones tienen que ser oteadas por el espectador, porque la joven no las pondrá apenas palabras hasta el desenlace y porque parece moverse entre la confusión y la desesperación, sin seguir ningún camino lineal que la lleve a recuperarse y sin que sepamos si realmente lo encontrará; si será en el campo o en la ciudad, en la soledad o la compañía. Trapé nos conduce en esta obra al ritmo imprevisible de sus impulsos, sugiriendo su incertidumbre más a través de su gestualidad y de sus pasos en falso que del guion; por esa misma razón, logra que consiga, alternativamente, el rechazo y la simpatía de un público incómodamente sentado frente a una mujer en crisis, llena de ambivalencias. En un duelo de varias caras involuntariamente convertido en trauma.

Ninguno de los personajes de Els Encantats, del ligue sin suerte de Irene a la hippie Gina, desempeña un rol menor en esta historia, sin maniqueísmos ni lecturas sencillas.

Elena Trapé. Els Encantats

 

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