Amazing Grace, una experiencia religiosa

08/10/2019

Amazing GraceSu voz llenaba y dejaba pequeños discos y escenarios y también resulta más que suficiente para devorar un documental que es más que eso: un tesoro de época.

En 1972, cuando se encontraba en la cima de su carrera y había cosechado decenas de éxitos, Aretha Franklin decidió volver a sus orígenes y, a la vez, dar una vuelta de tuerca de cara a su público: quiso grabar en directo un disco en la iglesia de New Temple, centrándose en la música religiosa, el góspel, que había cantado en sus inicios e incorporando al alma de la grabación las reacciones de quienes acudían a escucharla, por supuesto libre y gratuitamente (entre ellos Mick Jagger, Charlie Watts, Clara Ward y el padre de la artista, el reverendo C.L. Franklin, pero sobre todo decenas de anónimos que compartían orígenes y espíritu con Aretha).

El encargado de filmar el concierto (más que concierto, una catarsis) fue nada menos que Sidney Pollack, y lo que pasó por los ojos del director de Memorias de África entonces no pudo haber salido de ningún guion: Franklin se convirtió en electricidad e hizo vibrar a todos los espectadores y todos los cables.

Se grabó durante 200 horas, pero un error dio al traste, entonces, con el proyecto: Pollack olvidó utilizar la claqueta, así que sonido e imagen no pudieron sincronizarse y nada pudo salvarse hace casi cincuenta años. El celuloide quedó oculto en un sótano de la Warner y ha sido Alan Elliott el encargado de recuperarlo y darle forma, con muchas dificultades, algunas llegadas de la propia Aretha cuando estaba viva (cuestiones económicas y de derechos).

Y sin embargo… visto el resultado se hace imposible pensar en haber dejado escapar aquellas cintas, las bambalinas visuales de la grabación del disco que se convertiría en el más vendido de la Franklin.  Amazing Grace recoge toda la fuerza de su talento -el que es- pero también la magia de un instante congelado e irrepetible en el que a los reunidos les pareció imposible sustraerse a una magia hecha voz: nada dice Aretha más allá de sus canciones y sin forzar en ningún momento su interpretación conduce a los presentes al llanto, la risa, el baile, el éxtasis en sus múltiples formas o, casi, el desmayo.

Suya parece la capacidad de invocar la fe y de hacerla carne como no podría conseguirlo ningún predicador: no canta sino que hipnotiza y traslada al que la escucha a otras dimensiones. Parece consciente de que no entona para ella, ni siquiera para un auditorio entregado, sino para entes más elevados. Si el trance en el que entran los demás se hace evidente en lo físico, el suyo es también obvio pero lo lleva por dentro. Amazing Grace es una obra tan carnal como mística.

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