La capacidad de persuasión que logró el arte barroco español con los fieles podría considerarse, dentro de la Historia del arte, una hazaña sin parangón. Si habláramos en términos contemporáneos, diríamos que fue una campaña de publicidad perfecta de la Iglesia católica o, para los más líricos, la historia de una gran seducción. El verismo de aquellos santos y santas, de apariencia tan humana como la de quienes los contemplaban fue, sin duda, determinante para lograrlo. Ser, o parecer, alcanzables hacía más fácil a los fieles seguir sus modelos de virtud, lo que estimulaba la devoción.
No parece que nada nuevo se pueda ofrecer ya en una exposición sobre la santidad en el barroco español. Sin embargo, siempre es posible aportar una nueva mirada y el Museo Carmen Thyssen Málaga lo ha hecho, gracias al entusiasmo de un apasionado estudioso de este periodo, como es Pablo González Tornel, director del Museo de Bellas Artes de Valencia, y a la voluntad del museo malagueño de presentar siempre enfoques audaces que nos hagan ir un poco más allá. En la ciudad andaluza podemos ver hasta el próximo mes de febrero “Fieramente humanos. Retratos de santidad barroca”, cuya clave del éxito es —además de la calidad de las piezas expuestas y de la palpable buena sintonía que se percibe entre estas dos instituciones que la han hecho posible—, que se trata de una exposición que apela a algo tan atemporal como son los sentimientos. Por eso, y a pesar de los más de 400 años que separan las imágenes expuestas y nuestra mirada, su vigencia se mantiene hoy en día. Asimismo, vemos también aquí cómo muchos de esos sentimientos y emociones que se despertaron con la contemplación de las obras clásicas pueden ser activados igualmente desde el arte contemporáneo.
Según Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, “varios siglos después, aquellos seres divinos, tan realistas en su aspecto y sus emociones, mantienen el impacto visual de su verismo sin ambages, su carácter más fieramente humano y conservan intacta su capacidad de apelar a la empatía y sensibilidad de quienes los contemplan”.
Para comprender ese poder de persuasión de las imágenes barrocas hay que entender el contexto en el que nacieron: la llamada Contrarreforma puesta en marcha tras el Concilio de Trento (1545-1563). El catolicismo reformado, frente al protestantismo y su negación de las imágenes religiosas, potenció enormemente el carácter visual y performativo de la religión, dando lugar a un periodo brillante dentro de la Historia del arte.
Asimismo, la defensa del catolicismo por parte de la dinastía de los Habsburgo propició la propaganda de la fe y —por, o para ello— la acumulación de santos (cuantos más mejor) que demostraran la santidad innata del reino español. Se ponía en marcha así un nuevo catolicismo, decididamente icónico, y fue así como la visión de lo sagrado, como categoría de experiencia religiosa, pero también como género artístico, se consolidó en la época barroca, tal y como recuerda Pablo González Tornel, comisario de la muestra, en el texto escrito para el catálogo, citando a su vez al historiador y crítico de arte Victor Stoichita (El ojo místico. Pintura y visión religiosa en el siglo de Oro español. Madrid, Alianza Editorial, 1996).
Conectar con las emociones y conmover con las imágenes. En estas premisas del arte sacro barroco hace hincapié la exposición, formada por 35 obras maestras de los principales pintores y escultores españoles, y alguno italiano, del siglo XVII. El arte, convertido en vehículo de la experiencia mística, fue capaz de mover a los fieles hacia la verdadera fe. Ya hemos señalado cómo el naturalismo y el realismo fueron esenciales en la configuración de esas imágenes cercanas y verosímiles que apelaban a las emociones. El recorrido por la exposición se plantea en dos secciones: “Ser eternos” y “Arañar las sombras”, títulos inspirados, como el de la propia exposición, por la poesía de Blas de Otero, en un guiño a la actualidad de las angustias existenciales que las obras de la muestra capturaron con maestría en el marco, entonces, del espíritu contrarreformista del catolicismo.
En “Ser eternos” encontramos una selección de obras que plasman santos, santas o personajes venerables muertos en olor de santidad, tanto de su tiempo —Teresa de Jesús, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara— como de tradición más antigua, como San Pedro o San Pablo, cuyo culto se revitaliza en la España del siglo XVII, donde se multiplicaron las canonizaciones de santos patrios.
Destacan bellos ejemplos como el San Pedro en lágrimas (1650-1655) de Bartolomé Esteban Murillo, procedente del Museo de Bellas Artes de Bilbao, o el San Jerónimo como escriturario (1613) de José de Ribera, del Bellas Artes de Murcia. También de Ribera podemos ver Santa Teresa de Jesús (hacia 1945), préstamo del Bellas Artes de Valencia, que audazmente es presentado junto a El patio de las tentaciones de Equipo Crónica, del IVAM.
La segunda parte de la exposición, “Arañar las sombras”, nos introduce en un capítulo del arte en el que, además de conseguir imágenes realistas, estas debían transmitir un intenso sufrimiento. Para alcanzar la redención era necesario padecer. Sufrir por el sufrimiento ajeno, compadecerse, se convirtió en un eje central del hecho religioso y los creyentes debían llorar por Cristo, en cuya imagen se intensificó el dolor de la crucifixión, así como la crueldad de los martirios en el caso de los santos. No podemos olvidarnos en esta sección de los santos y santas penitentes y anacoretas, que en la mayor de las soledades se mortificaban para alejar las tentaciones que los separaban de la divinidad y cuyos cuerpos decrépitos, junto a las habituales calaveras que los acompañan, nos recuerdan su inevitable final, trágico y humano.
El Abrazo de San Francisco de Asis al crucificado (1620) de Francisco de Ribalta; San Pablo ermitaño (1640) y Santa María Egipciaca (1641), ambos de Ribera y préstamos del Museo del Prado, así como la Magdalena penitente (1605), de Luca Giordano, del que también se expone el Martirio de San Bartolomé (hacia 1650) del Museo de Bellas Artes de Valencia, dan cuenta de la fabulosa selección de obras que conforman esta muestra.
Las tallas del Ecce Homo y La Dolorosa de Pedro de Mena están acompañadas en la sala por Místico (1974) de Darío Villalba y por una Crucifixión de Antonio Saura. Se establece así ese novedoso diálogo entre obras clásicas y contemporáneas que obliga al espectador a ver más allá del lienzo y conectar con la experiencia vital del artista moderno que retrata su sufrimiento. En todos los casos, son la manifestación del dolor humano, que es universal y atemporal.
“Fieramente humanos. Retratos de santidad barroca”
Plaza Carmen Thyssen. C/Compañía, 10
Málaga
Del 29 de septiembre de 2023 al 18 de febrero de 2024
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