Seis años después de que el Museo del Prado acogiera una muestra dedicada a la producción religiosa de Antonio María Esquivel, pequeña en tamaño pero relevante por su reivindicación del romanticismo en Sevilla, el Museo Nacional del Romanticismo brinda a este autor la exposición “Esquivel místico”, que de nuevo repasa esa faceta de su pintura, cada vez más relevante en los propios fondos del centro -que cuenta con un centenar de sus piezas- desde el año 2000.
Recoge por primera vez los cinco lienzos que el Museo conserva del apostolado inconcluso del artista para la Catedral de su ciudad, tres de ellos restaurados recientemente, y las dos últimas adquisiciones de este género firmadas por el andaluz: Judith entregando a su criada la cabeza de Holofernes, una compra de 2017 que acaba de ser restaurada en el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), y Las tres Marías y san Juan Evangelista, incorporada en 2024. Completan el conjunto dos piezas fundamentales del acervo de este espacio: Agar e Ismael en el desierto y Santas Justa y Rufina.
Nacido en 1806, Esquivel se formó en la Academia de Bellas Artes sevillana bajo la influencia del Barroco andaluz y de Murillo hasta que, en 1831, emprendió su andadura en Madrid, donde adquirió reconocimiento como retratista e impartió clases de pintura en el Liceo Artístico y Literario antes de convertirse en pintor de cámara de Isabel II y ocupar la cátedra de Anatomía Artística en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aunque hasta época reciente no era la vertiente más conocida de su trabajo, fue uno de los autores más relevantes de su tiempo en cuanto a pintura religiosa se refiere, acentuándose la espiritualidad de sus telas a raíz de una ceguera puntual que padeció en 1839 (en agradecimiento a quienes lo apoyaron entonces realizaría La caída de Luzbel, donde innovó en la iconografía de este tema: pintó al arcángel San Miguel sin casco ni espada, dando a entender que únicamente necesitaba la luz para derrotar al mal).
En el Museo Nacional del Romanticismo contemplaremos pinturas de carácter devocional, encargos para el culto o para la devoción privada; a este último caso responde la mencionada Las tres Marías y san Juan Evangelista (1841), una de sus numerosas telas de mediano formato, el más adecuado a las demandas burguesas.
Las obras del apostolado, por su parte, fueron un encargo del deán Manuel López Cepero en 1837 para redecorar la sillería del coro de la Catedral de Sevilla, de ahí su diferente formato alargado, sin embargo este proyecto, en el que se planeó que participaran también otros artistas, no llegó a materializarse. Esquivel llevó a cabo un total de siete apóstoles, de los que este Museo guarda los cinco que se exponen: san Pablo, Santiago el Menor, san Judas Tadeo, san Mateo y san Felipe, habiendo sido los tres últimos restaurados.
Las grandes pinturas de composición, por último, prueban cómo el género fue ganando importancia en el ámbito académico durante el Romanticismo y que Esquivel fue uno de sus mayores renovadores, también en cuanto a iconografía: en Santas Justa y Rufina (1844) no representó a la manera tradicional a las patronas de Sevilla, junto a la Giralda, sino en su martirio, bajo la influencia barroca. Obedece a una tipología igualmente académica Judith entregando a su criada la cabeza de Holofernes, donde destaca la expresividad de los rostros femeninos tras la decapitación del general asirio.
Concebidas como ejercicios académicos, son testimonios de su buen hacer en el manejo de la anatomía y de los modelos clásicos, referencias que él conjugó con la del naturalismo barroco sevillano; trató capítulos escasamente abordados hasta entonces y numerosos temas del Antiguo Testamento. En la tercera composición de ese grupo, Agar e Ismael en el desierto, volvió a un asunto del Génesis en el que trabajó en varias versiones diferentes; la aquí presente, deudora del orientalismo y del carácter exótico propio del Romanticismo, data de 1856, poco antes del fallecimiento del artista, en el año siguiente.
La muestra puede visitarse hasta el 26 de enero de 2025 en la Sala del Encuentro (Sala XXV) y pone punto final al recorrido de la colección permanente, que como dijimos cuenta con un número muy importante de pinturas de Esquivel de otras temáticas, especialmente retratos, como los del general Juan Prim, la actriz Bárbara Lamadrid, el poeta José de Espronceda y dos autorretratos, además de miniaturas o acuarelas de asunto costumbrista.
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