Suzanne Valadon no nació bajo ese nombre, sino con el de Marie-Clémentine Valadon, en 1865, en la región de Lemosin y en una familia sencilla, y tuvo vidas varias -se cuenta que trabajó en un circo hasta que un accidente la obligó a abandonar- antes de convertirse en pintora, dibujante y grabadora y atender a todos los géneros artísticos, pero sobre todo al del retrato femenino.
Autodidacta, llegó pronto a Montmartre junto a su madre, cuando este distrito parisino era el mayor referente para la modernidad creativa, y tuvo la oportunidad de contemplar de cerca cómo trabajaban algunos de los artistas más eminentes de su época, como Toulouse-Lautrec, Puvis de Chavannes, André Utter, Steinlen o Renoir, entre muchos otros para los que fue modelo.
Su carrera se extendió entre finales del siglo XIX y el advenimiento de la II Segunda Guerra Mundial, y se mantuvo distante de movimientos concretos: conjugó las influencias de autores que le eran cercanos con la consolidación de unos códigos pictóricos personales que se convertirían en su sello.
Vería Valadon cómo Montmartre evolucionó desde la modernidad artística de fines del XIX hasta ser cuna de las vanguardias de inicios del siglo XX: casi todos los ismos pasaron por allí y delante de ella. También coincidió con Santiago Rusiñol y Ramón Casas, pero sobre todo con Miquel Utrillo, con quien tuvo una relación relevante en su biografía (y nada apacible).
Lo conoció en 1882, se dice que en Le Chat Noir, cuando Utrillo formaba parte de un grupo de artistas catalanes que residían en París, incluyendo los mencionados Rusiñol y Casas, que eran sus íntimos. Valadon y Utrillo, Utrillo y Valadon, se retrataron mutuamente y una de aquellas obras -retrato de él a ella- es conocido como La guerra de los siete años, aludiendo al tiempo que tardó Utrillo en reconocer legalmente al hijo de los dos: Maurice Utrillo, que sería después igualmente pintor.

Sus lazos llegaron, además, a la temprana cartelería: Valadon se convirtió en la imagen de un elemento publicitario de las sombras chinescas, un affiche diseñado por el propio Utrillo para el Théâtre d’Ombres Parisiennes. Este autor se había convertido en un gran experto en este ámbito en locales como aquel Le Chat Noir o l’Auberge du Clou, en París, pero más tarde expandiría esas sombras a Estados Unidos y a Els Quatre Gats de Barcelona, donde sería el alma de estas actividades. En aquel momento, el cartel se estaba abriendo camino en las paredes de París y de otras grandes ciudades del mundo para anunciar todo tipo de productos comerciales, y solían estar protagonizados por mujeres, se tratase de modelos o de estereotipos.
Mientras fue modelo ella, casi todos desconocían que Suzanne dibujaba por su cuenta, pero Degas sí apreció su talento y le sugirió que perseverase. Fue él quien la enseñó a grabar en su propio taller e, incluso, llegó a coleccionar sus obras. De hecho, la mayoría de los dibujos y grabados de los primeros años de Valadon –la pintura al óleo fue posterior–, casi todos escenas de toilettes o más o menos íntimas, evocan con claridad el legado del pintor de bailarinas, cuya muerte ella sintió mucho.

El autorretrato llegaría a su carrera algo después. Siempre interpretamos que este género proyecta una autoafirmación del artista, pero se hace hincapié en esa lectura en el caso de una mujer que antes ha sido modelo en el contexto de finales del siglo XIX. Valadon trabajó esta tipología a partir del óleo, el pastel y el lápiz, y en algunos ejemplos, incluso, los incorporó a composiciones que representan grupos familiares. A través de ellos veremos su evolución hacia la vejez, pese a que no son muy numerosos.
Cuando retrató a terceros, sobre todo terceras, buscó la intimidad. Se trata a menudo de escenas domésticas ambientadas en espacios recluidos o cerrados, en las que no aparecen hombres. Las pueblan mujeres en solitario o en pareja, que realizan alguna actividad o charlan entre sí, en atmósferas de complicidad. Solía utilizar perspectivas ligeramente elevadas que favorecen algún efectismo y una paleta cromática viva, con perfilados gruesos.
También representó a parejas y familiares, a veces en grupo, a intelectuales, críticos de arte o coleccionistas. Muchos de ellos eran retratos de compromiso o de encargo que, además, reflejan el estatus adquirido por Valadon en el campo profesional y social.

De sus inquietudes intelectuales hablará también otra de sus relaciones sentimentales: la que mantuvo con el músico Erik Satie durante sólo medio año, entre enero y junio de 1893. Fue breve, pero dejó rastro: un célebre retrato del compositor por Valadon, que él conservó siempre, y las Vexations de Satie, que ideó durante el proceso de duelo del que fue su único noviazgo conocido.
El desnudo femenino se convertiría en una temática esencial de la producción de madurez de Valadon, por el número de obras que le dedicó y por su indagación en perspectivas y posturas. Son éstas las escenas donde se alcanza el nivel más elevado de intimidad en su trabajo; eran habituales en la época, pero no tanto desde una autoría femenina y menos desde una sexualidad explícita. La antigua modelo, desafiando estereotipos, se situaba al otro lado del caballete.

Y dentro de ese género, realizó una serie de pinturas de mujeres recostadas en sofás o divanes que, atendiendo a los expertos, suponen la cumbre de su producción: destacan por sus trazos orientalistas con variable carga sensual y por su sentido decorativista, como se aprecia en telas exuberantes y motivos florales que remiten a Matisse o Bonnard. Alternó los cuerpos femeninos desnudos con los vestidos, a veces en la misma obra, buscando el contraste.
En menor medida, y también en su madurez, se zambulló en las naturalezas muertas, especialmente en la Primera Guerra Mundial y los veinte -en realidad, habían aparecido esos bodegones como fondo o complemento de sus retratos, y en muchos de sus desnudos-.
Conoció Valadon el éxito en vida y el Estado francés le adquirió una primera obra en 1924, pero tras su muerte, en 1938, cayó en un parcial olvido hasta hace unas décadas. Picasso o Braque acudieron a su entierro en la iglesia de Saint Pierre y sus restos reposan en el cementerio de Saint-Ouen, en Montmartre, el barrio donde para ella empezó todo.

BIBLIOGRAFÍA
Suzanne Valadon. Una epopeya moderna. Museu Nacional d´Art de Catalunya, 2024

