Es posible, aunque pueda no parecerlo por la popularidad y difusión interminable del movimiento, que algún artista impresionista haya escapado a nuestro radar (alguno de vosotros seguramente sonreirá cuando sepa que Renoir acusó a un coetáneo de demasiado comercial, pero hay que recordar que esta corriente y no las nacidas en las primeras décadas del siglo XX fue, en puridad, la primera vanguardia).
Queremos hablaros de seis artistas que, de forma puntual o más extensamente, se acercaron al tratamiento impresionista de la luz y el color y a su atención a las escenas de la vida urbana moderna, pero no han gozado de la popularidad de sus compañeros.
MARIE BRACQUEMOND
Bracquemond es, junto a Mary Cassatt y Berthe Morisot, una de las tres mujeres fundamentales del impresionismo, quizá también la menos célebre. Participó en tres exposiciones del movimiento, en 1879, 1880 y 1886, pero hoy es prácticamente desconocida porque abandonó la pintura en 1890 (su marido, el artista gráfico Félix Bracquemond, no apoyó la modernidad de su arte) y muy pocas de sus obras forman parte de colecciones públicas.
Su formación fue clasicista, junto a Ingres, y su segundo maestro sería Paul Gauguin, a quien Félix Bracquemond llevó a su casa en 1880. De ese año data La merienda, que muestra a Louise, la hermana de Marie, sentada a una mesa al aire libre y sosteniendo un libro que no termina de llamar su atención, pues su mirada va en otra dirección. Su rostro, frontal y hierático, podría evocar el de Madame Moitissier del autor de La odalisca. y el pequeño bodegón de la mesa, sobre todo la bandeja de plata con uvas, también puede recordarnos el banquete con frutas de El baño turco.
Aplicaba Bracquemond pinceladas muy pequeñas y pegadas, con finas gradaciones de tonos rojos, azules y verdes, para representar juegos de luces y sombras. El rostro y las manos descubiertas están plasmados, de hecho, de modo especialmente fino, mientras el sombrero da sombra a los ojos y la frente, generándose una transición lumínica hacia la parte inferior de la cara, más clara. Algunas manchas de luz, en los vestidos y el matorral de fondo, son de un blanco puro y resplandeciente.
Ese mismo año, en El té, Cassatt había representado a su hermana Lydia; probablemente ambas artistas se presentaron los lienzos en la quinta exposición de los impresionistas en 1880. Lydia aparece sentada en una habitación, a la izquierda; a su lado vemos una visita, que no se ha quitado el sombrero y los guantes, como era habitual si solo se iba a tomar el té. Cassatt también extiende una naturaleza muerta en primer plano, un juego de té sobre el que reluce la luz de modo similar a los puntos de sol en la obra de Bracquemond. El estilo de Cassatt es más blando porque se sirve de un pincel más ancho; la pincelada distendida casi se acerca a lo abstracto en el tapizado del sillón.
GIUSEPPE DE NITTIS
De Nittis llegó a París, procedente del sur de Italia, en 1867 y allí se convirtió en una destacada personalidad en la esfera artística, consiguiendo atraer la atención de dos reconocidos marchantes. El primero en contratarlo fue Reitlinger y el pintor tuvo que someterse a sus deseos, así que comenzó realizando cuadros de época, entonces en boga. En 1871 pasaría a representarlo Goupil y con él empezaría a dedicarse a la pintura de paisaje, pasando para ello algunas semanas con su amigo Caillebotte en su país.
Ya entonces desarrolló una trabajada conciencia espacial y sus líneas enérgicas impresionaron a otros autores, empezando por el mismo Caillebotte, que se dejó influir por él en El puente de Europa en la Estación de Saint-Lazare, y siguiendo por Van Gogh, que elaboró un dibujo a partir de la pintura del Puente de Westminster en Londres del italiano.
De Nittis solo participó una vez, en 1874, en una muestra impresionista, con cinco obras que se colocaron en lugar desfavorable por culpa de Renoir, que le consideraba demasiado conservador y comercial. Degas tampoco llevó bien que se le concediera la Legión de Honor por sus méritos en el arte en 1878 y le tachó de burgués.
Muy prolífico, de su producción destacaremos Flirteo, que tiene como tema al público parisino presente en las carreras de caballos. A diferencia de Degas, a quien le interesaban las figuras de esos animales y sus movimientos, y los gestos de quienes los montaban, De Nittis se centraba en los espectadores.
Una joven pareja aparece sentada en primer plano, mientras el resto del público ha abandonado los asientos que se encuentran en la sombra. El escenario está imbuido del ambiente festivo de unas carreras de caballos de domingo, pero las dos personas protagonistas están tan aisladas del resto que la narración puede centrarse en ellos. El grueso tronco de árbol, en el lado izquierdo, marca el primer plano, que se encuentra en la sombra que proyectan las copas de los árboles. El fondo, soleado, está limitado por una serie de estacas. La perspectiva espacial se desarrolla a lo largo de una enérgica diagonal desde el lado anterior izquierdo al posterior derecho y se corresponde también con la mirada de la pareja, en dirección a las dos mujeres que pasean en el extremo derecho del lienzo.
De Nittis no quiso proporcionar una reproducción fiel y de aire fotográfico, sino incidir en el carácter poético de la escena; logra una suerte de equilibrio entre lírica y autenticidad.
WALTER RICHARD SICKERT
Este pintor alemán guardó especial relación con el teatro, porque había trabajado primero como actor, y también se fijó más en el público que en lo que ocurría en el escenario. Sus motivos preferidos los encontró en Londres y en los music-halls, especialmente el Bedford Theatre de Camden Town le sirvió de inspiración.
En La galería de Old Bedford se concentró específicamente en los espectadores de los palcos, sobre la masa en el patio de butacas; posiblemente esta imagen estuviese pensada como pendant a otra obra suya, Little Dot Hetherington en el Bedford Music Hall, en el que se puede ver a esa cantante, poco conocida. Sabemos que en una actuación de 1888 cantó la canción The boy I love is up in the Gallery (El chico al que amo está en la galería), mientras señalaba con el brazo hacia allí, como aquí representa Sickert.
Desde entonces, este artista se había dedicado a dibujar la decoración interior de este teatro, en ese momento pasado de moda: La galería de Old Bedford forma parte de una serie de pinturas sobre este espacio, datadas todas en la década de 1890, diferentes entre sí sobre todo por cromatismo e iluminación. Esta vez, un brillo claro y rojizo se despliega sobre los palcos, reflejo de la iluminación del escenario. Los rostros de los espectadores al completo, solo hombres, se dirigen al escenario.
En combinación con el cuadro de Little Dot Hetherington que decíamos, es posible pensar que estos hombres ansían ser el muchacho al que se refiere la cantante; de hecho, esta obra parece ser un sueño en tonos rojos y dorados: solo en su mitad es real y la otra es un reflejo en el espejo.
Durante la década de 1890, Sickert era considerado uno de los grandes artistas de vanguardia: era miembro del New English Art Club, una asociación dedicada a exponer y difundir el arte moderno en Gran Bretaña; también discípulo de Whistler y amigo de Degas, con quien compartió pasión por el teatro.
MAX SLEVOGT
A Max Slevogt, nacido en 1868 en Landshut, le debemos la conmemoración pictórica de las bodas de plata en el trono alemán del kaiser Guillermo II, festejadas con un desfile que atravesó la Puerta de Brandemburgo el 13 de junio de 1913. Él lo observó desde la primera planta de un edificio situado en el lado sur de la calle.
Realizó, de hecho, dos versiones del acontecimiento: Desfile presenta lo sucedido por la mañana y la segunda versión, del mismo formato, se hizo desde un balcón elevado. Mientras la imagen de la mañana permite echar un ojo al desfile, en el de la tarde nuestra mirada resbala solo un poco por la calle animada, hasta los tejados decorados con banderas. Una de ellas, que cuelga de una barra decorada con coronitas, ha de combatir con la publicidad del Teatro Passage.
La impresión de la mañana tiene como objeto el desfile en sí: sus participantes, cuya dinámica se subraya por el curso oblicuo de la calle, apenas están bosquejados con pinceladas. Solo los tonos de la bandera prusiana y la casaca azul de los soldados permiten reconocer que se trata de un desfile militar prusiano; el pintor se concentra en el staccato de los soldados desfilando y en las sombras, oblicuas a la dirección de la marcha. Esos breves trazos definen la estructura del cuadro y se prolongan en el ritmo más lento de los troncos de árbol y de los mástiles de las banderas, verticales.
Las pinceladas con las que se caracteriza a los soldados que desfilan a la derecha recuerdan, y no es casual, a la puntuación de notas en una partitura: se aprecia la influencia del trabajo que Slevogt estaba haciendo al mismo tiempo, ilustraciones para La flauta mágica de Mozart, cuya partitura dijo admirar: Ningún artista puede emplear la pluma con más inspiración, con más gracia, con más ingenio. Ritmo y gracia se aprecian en la representación, con la que no buscaba glorificar el poder militar sino captar el ánimo festivo y un ambiente claro.
FEDERICO ZANDOMENEGHI
Este pintor veneciano fue atraído casi mágicamente por París, como De Nittis: se estableció allí en 1874 y participó en las muestras impresionistas de 1879, 1880, 1881 y 1886. Había comenzado su formación artística en su ciudad, conoció en Florencia a los macchiaioli, trabajó con ellos y luchó en la década de 1860 con las tropas de Garibaldi por la unidad italiana. En París se dedicaría por completo al arte, se hizo amigo de Renoir y Degas y compró sus trabajos Durand-Ruel.
Siguiendo los pasos del citado Degas, se dedicó a la representación de mujeres jóvenes y atractivas en varias situaciones de la vida cotidiana (aseo, paseo en jardines, café) y, al mismo tiempo, como De Nittis, se convirtió en un respetado paisajista.
Respondiendo a la demanda entonces de vistas parisinas, realizaría La place d´Anvers, incrementando el tamaño de esa plaza gracias a la perspectiva; no trabajaba buscando la fidelidad fotográfica, pero el ángulo de visión desde la espalda de una figura cortada por el límite anterior del lienzo sí recuerda una instantánea.
La hilera de árboles en el centro de la plaza lleva la mirada a la profundidad del espacio y en el centro vemos unos niños jugando; sus madres están sentadas a la derecha, a la sombra de las casas. Se atreve Zandomeneghi a tratar de materializar la luz del sol, muy clara: con ella, el empedrado casi resulta blanco. En la sombra predominan las notas de color; el adoquinado, de por sí gris, se reproduce con trazos muy juntos en tonos rojos, amarillos y blancos.
Obras como esta, muy enérgica y fresca, hacen de este italiano un pintor impresionista, aunque su relación con este estilo fue frágil: desarrolló una manera individual más cercana al simbolismo de Segantini.
FRITZ VON UHDE
En septiembre de 1882 y en Holanda, Fritz von Uhde escribió: Hoy he hecho algo realmente extraordinario, quizá como nunca antes; trabajar al aire libre, con tonos finos y vaporosos parece ser mi campo. También me resulta muy sencillo y es infinitamente más interesante pintar así, en la naturaleza, que con la aburrida luz del estudio.
Antes había estudiado en París junto al húngaro Muncaksy; en cualquier caso, la pintura al aire libre le llevaría sobre todo al arte realista, a una reproducción lo más natural posible de la realidad, incluyendo figuras que hasta entonces no se consideraban dignas de ser reproducidas, como los niños pescadores holandeses. Nacido en Wolkenburg en 1848, en la Exposición Internacional del Arte de 1883 se le acusó, junto a Liebermann, de “formar parte de los franceses”, cuando en el área de influencia alemana se rechazaba la cultura gala, por lo que solo adquirió reconocimiento desde 1900.
Entre sus trabajos escogemos El camino en el jardín, donde vemos a sus tres hijas, ya adultas, con las que mantenía una muy estrecha relación dada la muerte temprana de su madre. Ellas fueron, de hecho, su motivo más habitual, en el jardín, la escuela o leyendo, temas con las que se fue alejando del realismo para acercarse al impresionismo.
Vemos aquí una esquina de su casa, en el primer plano a la derecha; las mujeres avanzan por un camino, seguidas por su perro, y pasando por delante de fruta de espaldera, en interesante contraste con la vegetación verde y marrón. Tanto en la ropa de las muchachas como en el jardín se aprecian manchas claras de luz y los reflejos brillantes se reproducen mediante pinceladas claras y vaporosas, distribuidas por todo el cuadro. La principal atención de Uhde se dirige a la luz que cae sobre la escena, filtrada por el follaje verde.