Los jóvenes artistas y el cuerpo como medio expresivo

Alcanzamos esta semana el tercer episodio de nuestra #salaON, sección en la que nos hemos propuesto, ya sabéis, revisar las inquietudes temáticas y técnicas más frecuentes entre los jóvenes artistas partiendo del trabajo y de las palabras de los más de doscientos que hasta ahora han pasado por Fichados.

En esta ocasión prestamos atención a quienes, sirviéndose de medios muy diversos, han dirigido nuestra mirada hacia la capacidad expresiva del cuerpo como portador y reflejo de emociones universales, como herramienta para contar historias o como origen de infinitos gestos mutables que transmiten subjetividades. Este último era el caso de Julia Martos, cuya producción se ha desarrollado sobre todo en los ámbitos del teatro, el vídeo y la coreografía. Ha estudiado las posibilidades de su representación en movimiento y las relaciones entre la expresividad corporal, especialmente la derivada de su fragmentación, y los nuevos caminos del cine que escapa a esquemas: Me interesa el lenguaje del relato no lineal, la representación de diferentes capas de subjetividades, la tergiversación como herramienta para enfrentar cualquier discurso hegemónico. El cuerpo y el gesto que aparece en mis imágenes suele tener una cualidad fragmentada y mutable.

Rocío Verdejo es fotógrafa, se especializó en moda y creación artística y ha tomado las escenografías teatrales y cinematográficas como referencia fundamental en su obra. Sus imágenes, que desprenden delicadeza y sofisticación, exploran sensaciones y miedos universales a través de figuras habitualmente femeninas. En una primera mirada ofrecen sobre todo belleza, pero en una segunda contemplación surge el drama o la tragicomedia: las dualidades entre vida y muerte, realidad y deseo, reflejadas en cuerpos en tensión o sin energía, en huesos o cenizas portadas por los vivos o en espejos que no devuelven lo que ven.

El barcelonés Lluc Baños, por su parte, nos invita a reflexionar sobre nuestros órganos sensoriales: la mayoría conocemos bien su apariencia, pero no tanto su funcionamiento interno, esa maquinaria que hace que constantemente seamos capaces de percibir nuestro entorno. A ese engranaje dedica sus esculturas: a las células que permiten que gocemos de vista, oído, tacto, gusto y olfato, y relaciona, además, los mecanismos con los que interiormente analizamos esa información canalizada por nuestros sentidos con los objetos que nos permiten medir el mundo conforme a patrones que consideramos objetivos.

Florencia Rojas trabaja especialmente en fotografía y en vídeo y su centro de atención es aquello que suele escapar a la de casi todos: desde cobijos ocultos por deseo o por necesidad a los secretos que puede guardar el cuerpo. E involucra al suyo en sus procesos de trabajo, a través del paseo, la observación, la repetición de pasos. Uno de sus proyectos más interesantes es Luna-Lager Bunker, en el que, para referirse a lo que se oculta y esconde, con o sin intención y quizá irreparablemente, se escribían en una espalda letras que desaparecían imposibilitando la lectura del texto.

Por último, Iria do Castelo ha hecho de cuerpos muy distintos, canónicos, amorfos o intervenidos, un territorio para la fantasía y la inocencia o para lo terrible y lo siniestro: Me interesa el erotismo en tanto que difumina los límites entre lo permitido y lo prohibido acercándonos con fascinación a la conciencia de muerte. En su performance Be Loved exploró, trenzas mediante, los límites del amor y las fronteras de la atracción física. E Irene Cruz es autora de muy conocidas fotografías y vídeos en la que el cuerpo es omnipresente, su gran vehículo para sugerir introspección, soledad o nuestro vínculo esencial con la naturaleza.

JULIA MARTOS