El rebobinador

Roma, Pompeya, Florencia y Venecia: la primera fotografía también se ensayó en Italia

El Foro romano fue el epicentro del Imperio y, dos mil años después y debido a su importancia histórica, el núcleo de una potente industria turística. Imán para investigadores, artistas y viajeros, en la segunda mitad del siglo XIX se calcula que vivían en la capital italiana cerca de 750 fotógrafos que, como mínimo, obtenían un sobresueldo de la venta de vistas de la ciudad a las riadas de visitantes que allí llegaban entre 1840 y 1915. Se conservan de esa labor daguerrotipos, negativos en papel, instantáneas y también transparencias para linterna mágica, y sabemos que había mucha competencia entre sus autores, que en muchos casos encajaban las patas de sus trípodes en los huecos que otros ya habían creado en los mejores lugares; de ahí la coherencia estilística, las semejanzas, entre la producción de unos y otros.

Aún así, destaca el trabajo de varios de estos fotógrafos, como James Anderson, que había estudiado pintura antes de trasladarse a Roma, donde llevó a cabo copias en bronce y en miniatura de esculturas de la ciudad. En 1853 abriría un estudio especializado en reproducciones fotográficas de las obras de arte antiguas, así como en fotografías de monumentos y paisajes, en las que fue hábil y diligente hasta el fin de siglo.

James Anderson. Foro romano, hacia 1860. The George Eastman House
James Anderson. Foro romano, hacia 1860. The George Eastman House

También contaban con formación artística previa Gioacchino Altobelli y Pompeo Molins, autores de pintorescas imágenes de visitantes en los baños de Caracalla: ambos estudiaron pintura antes de tomar la cámara, y su asociación empresarial se mantuvo de 1858 a 1865. Ofrecen sus composiciones un aire piranesiano, además de resaltar en ellas el uso de sombras y luces que las alejan de cualquier visión topográfica. Los dos retrataron las ruinas con un aire romántico, de grandeza decadente, popular entre sus clientes; hay que recordar que las imágenes de las ruinas de la Antigüedad eran muy solicitadas por los turistas, sería después cuando tomaron el relevo las de la arquitectura eclesiástica o renacentista y las de otros monumentos o copias repartidas por la ciudad. Las vistas de la Roma moderna serían mucho más tardías y constituirían una parte menor de este género de trabajos.

Altobelli y Mplins. Piazza Barberini, 1855-1860
Altobelli y Molins. Piazza Barberini, 1855-1860

Robert MacPherson está detrás de esta magnífica foto de una tienda modesta situada en las ruinas del Teatro Marcello; se data hacia 1858, cuando hacía unos siete años que había aprendido el oficio. Escocés, estudiante de medicina y luego de pintura, visitó Roma y se enamoró de ella en 1840; tal fue su pasión que se instaló aquí, se convirtió al catolicismo y comenzó a desenvolverse en su comunidad artística.

Decidió aprender los principios de los nuevos procedimientos sobre vidrio para ganarse mejor el sustento y pronto se convirtió en uno de los mejores fotógrafos de monumentos y paisajes italianos; en la década siguiente, atesoraría una gran colección de imágenes de Roma y sus alrededores, bien recibidas por los educados en la estética romántica, esto es, grandiosas y decadentes, como dijimos.

Robert MacPherson. El teatro Marcello, en Piazza Montanara, hacia 1858
Robert MacPherson. El Teatro Marcello, en Piazza Montanara, hacia 1858

Los turistas más sofisticados lo dieron a conocer internacionalmente y, mediado el XIX, su obra se consideraba superior a la media por el buen gusto en la selección de los motivos y su delicadeza. Al contrario que los autores numerosísimos de vistas topográficas, que crearon grandes empresas en los sesenta y setenta, MacPherson continúo trabajando por su cuenta, no cedió ni vendió negativos a distribuidores ni emprendió campañas de promoción. Su carrera alcanzó su punto culminante en la década de 1860 y su vivienda sería punto de encuentro de artistas, visitantes extranjeros y mecenas, pero la buena fortuna le abandonaría al final de ese periodo, coincidiendo con un declive de su salud. Aunque falleció en 1872 sin dejar herencias, sus fotografías continúan encontrándose entre las mejores del momento.

Otra parada obligada para los viajeros del Grand Tour era Pompeya, que recibía a turistas cada vez más numerosos.

John Shaw Smith fue un terrateniente irlandés rico que, a principios de la década de 1850 (parece que su vocación no fue temporalmente más allá) tomó cerca de tres centenares de fotos, en los dos años que duró su periplo por el Mediterráneo, Egipto y Tierra Santa. En las ruinas de este enclave captó elegantes columnas, emblema de los ideales de la Antigüedad.

Giorgio Sommer, alemán que abrió estudio en Nápoles en 1857, recorrió junto a sus empleados Italia, Malta, Túnez, Suiza y Austria en los años cincuenta y siguientes, tomando también fotos para turistas. Fue entre 1865 y 1885 cuando fotografió varias veces el Vesubio y Pompeya, en copias a la albúmina, estereografías, retratos de gabinete y, de nuevo, transparencias para linterna mágica; sus estampas de Florencia poblada de esculturas clásicas le reportaron, igualmente, muchos beneficios.

Giorgio Sommer. Figuras en Pompeya, década de 1870. SF MoMA
Giorgio Sommer. Figuras en Pompeya, década de 1870. SF MoMA

Ya en la década de 1880, gracias al ferrocarril y los barcos de vapor, el placer de viajar comenzó a estar disponible para capas más amplias de población, lo que acentuó el éxito de estos autores. Para entonces, la técnica fotográfica había mejorado mucho, hasta el punto de que era posible captar todos los tonos y matices de la mayoría de las figuras en movimiento y presentarlos con aparente sencillez. Eran tantos los edificios y monumentos célebres en casi todas las ciudades italianas que Sommer optó por diferenciarse del resto adoptando puntos de vista personales.

El de los Fratelli Alinari -tres hermanos y sus hijos, familiares y empleados- fue un modesto estudio que abrió en esa ciudad, Florencia, en 1852, y que para los ochenta era ya un negocio próspero con más de un centenar de trabajadores. Producían y distribuían vistas topográficas y reproducciones fotográficas del arte y la arquitectura italianos; varias las coleccionó Alvin Langdon Coburn.

Los hermanos Alinari, en torno a 1865
Los hermanos Alinari, en torno a 1865

En este periplo no podía faltar Venecia. Generaciones de artistas se habían ganado la vida vendiendo reproducciones de sus maravillas y, a mediados de la década de 1850, las fotografías empezaron a ganar terreno a grabados y litografías porque eran más fáciles y baratas de obtener y, en general, los fotógrafos se limitaron a recapitular motivos, puntos de vista e interpretaciones pasadas del mejor modo posible con el nuevo invento.

Carlo Naya publicó en 1875 el álbum Ricordo di Venezia, formado por una veintena de composiciones. Se licenció en jurisprudencia en la Universidad de Pisa en 1840, era hijo de un terrateniente acaudalado y, durante quince años, pudo viajar con su hermano por Europa, Asia y África. Al fallecer su hermano y teniendo más de cuarenta años, regresó a Venecia en 1857; había practicado la fotografía como aficionado y, durante un tiempo breve, publicó y distribuyó imágenes de los canales a través del estudio de Carlo Ponti, en el marco de un acuerdo comercial que acabaría muy mal, en un enfrentamiento que se mantuvo hasta la muerte de Naya en 1882.

En 1868, abrió este último un estudio en plena Plaza de San Marcos que hizo sombra al de Ponti y al que el crítico Edward Wilson, el más experimentado en este campo de la época, describió como el más amplio establecimiento dedicado a la fotografía. Ambas firmas, la de Naya y la de Ponti, fueron las más conocidas en Venecia en la segunda mitad del siglo XIX, y el primero contrató a una abundante plantilla de la que formó parte Tomasso Filippi, autor seguramente de la mayoría de las imágenes de la ciudad a partir de 1860. Naya las llevó a cabo en toda Italia.

Carlo Naya. Ponte di Rialto, 1875
Carlo Naya. Ponte di Rialto, 1875

Ponti, entretanto, realizó vistas arquitectónicas, paisajes pintorescos a disfrutarse por placer, vistas diurnas y nocturnas de San Marcos… Se había instalado aquí a principios de los cincuenta, vendió artilugios ópticos y fotográficos (algunos de su diseño) y fue el principal productor de vistas de sus canales. Como Mathew Brady, es posible que realizara realmente muy pocas de las imágenes que firmó: gestionaría un sistema de impresión amplio, también de distribución y venta, y alquilaría o compraría negativos a otros fotógrafos para distribuirlos después con su nombre, una práctica frecuente. Sabemos que Giuseppe Bresolin, Giovanni Brusa y Paolo Salviati fueron algunos de los artífices de las fotos que dieron fama al estudio de Ponti.

Entre los artefactos para visionar estas obras que comercializó figuraban aletoscopios, grafoscopios o megaletoscopios (y otros nombres pomposos); el último, el megaletoscopio, era un visor de imágenes de gran tamaño que primero podían verse a través de la luz reflejada y luego con luz retroalimentada. Estas novedades tenían mucho éxito entre los turistas y fueron un arma valiosa para Ponti a la hora de sacar la cabeza en una profesión tan concurrida.

A Italia nunca le faltó quien la mirara.

Carlo Ponti. Vista de Venecia. Legado de Ernst August von Hannover
Carlo Ponti. Vista de Venecia. Legado de Ernst August von Hannover

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