Si tuviéramos que elegir a una figura fundamental, a una especie de patriarca, entre los pintores renacentistas castellanos, tendríamos que decantarnos por Pedro Berruguete. El de Paredes de Nava se formó en el estilo flamenco de hacia 1470: antes de terminar esta década él ya se encontraba en Italia, donde permaneció varios años, pero no abandonó sus enseñanzas de juventud, optando por enriquecerlas con novedades que luego traería a España, convirtiéndose en su introductor en nuestro país.
Fue él quien, probablemente, empleó en primer lugar escenarios arquitectónicos de estilo romano, y alguna vez de forma tan exclusiva que parecía haberse decidido a abandonar por completo el gótico, pero no fue así: alternó el viejo y el nuevo estilo hasta el final de su vida.
Tremendamente innovadora en su época fue su preocupación por la luz, a la que Berruguete trató casi como un personaje más, de primer orden; hay quien dice que por influencia de Van Eyck y quien la achaca a Piero della Francesca.
No es tan curioso que Berruguete, que manejaba la poesía de la luz de los interiores, se dejase seducir por el deseo de crear escenarios de gran riqueza, ni que los presentase muy en primer término con una tela de brocado de oro, sino que hiciera descender el techo o pintase alfarjes de grandes lazos dorados. Sus escenarios se transforman así en una especie de estuches en los que la riqueza, y no la profundidad y el espacio, es lo que se pretende realzar.
Su trayectoria artística en sentido estricto, o lo que conocemos de ella, comenzó en Urbino cuando esta ciudad era regida por Federico de Montefeltro. En su palacio (escenario de las conversaciones de El cortesano de Castiglione), las salas más destacables eran el studiolo (os hemos hablado de ellos antes) y la librería. Para el primero, el pintor flamenco Justo de Gante realizó una serie de retratos de sabios de la antigüedad y la Edad Media (serie que concluyó Berruguete, por eso en el libro que lee alguno de ellos vemos texto en castellano) y, al parecer, fue el propio artista palentino quien pintó el retrato de cuerpo entero de Montefeltro que preside el conjunto, así como algunas de las tablas de las Artes liberales de su librería.
Si tenemos que elegir, entre sus pinturas españolas, la obra que más claramente indique su adhesión al Quattrocento, tanto en cuanto a escenarios como en cuanto a manejo de la luz, podríamos indicar la Degollación del Bautista de Santa María del Campo (Burgos). Para su localidad, Paredes de Nava, pintó un hermoso retablo de la Concepción, en el que destaca la Visita del Sacerdote con los pretendientes a la Virgen para comunicarle que debe abandonar el templo y elegir esposo.
Con ese apego a lo tradicional que no abandonó, imaginó a la Virgen y sus compañeras, no en bancos y junto a una chimenea como el maestro de Flemalle en su Santa Bárbara, sino en almohadones sobre la tarima de la gloria, calentada con aire caliente: el sistema de calefacción heredero del hipocausto romano que en vida de Berruguete se empleaba en su comarca natal. De pie, María parece absorta en las razones del sacerdote para convencerla: tiene la vista baja y los ojos fijos en las manos con que él enumera sus argumentos. Su compañera, mientras, mira hacia el infinito en un gesto de melancolía y sus rostros, inmediatos, se realzan mutuamente.
Son figuras de calidad también muy notable los profetas de medio cuerpo del banco del retablo, retratos estupendos por su tono grave y por su realismo; de hecho, hay quien considera que inspiraron a Sánchez Coello y Velázquez.
Berruguete es también el autor de los retablos del convento de Santo Tomás y la Catedral de Ávila. En el primero debemos fijarnos en las Tentaciones del Santo, en las que este, triunfante sobre los pecados y tras trazar una cruz en la pared con el carbón del brasero que vemos a sus pies, recibe de los ángeles el cinturón de castidad, mientras la cortesana elegida por sus familiares para seducirle se da la vuelta.
De los retablos menores de Santo Domingo y San Pedro Mártir en la Catedral abulense proceden casi todas las tablas del pintor que forman parte de los fondos del Prado. Son especialmente interesantes las del Sepulcro de Santo Domingo (por el estudio de las luces), San Pedro Mártir en oración (por la simplicidad de la composición, que algunos relacionan con Fra Angelico), y el Auto de fe en que Santo Domingo indulta al hereje Raimundo. En el retablo mayor de la Catedral, fechado entre 1499 y 1504 -quedó inconcluso al morir Berruguete- el banco nos muestra a los Evangelistas y Padres de la Iglesia tras una galería corrida. En ellos hace un derroche de oro y color, y entre las tablas del cuerpo hay que mencionar la Flagelación, por el dinamismo en los verdugos y la luz entre las figuras.
Bajo la influencia de Berruguete y de Juan de Flandes, se formó en Palencia una activa escuela de la que formó parte el llamado Maestro de Becerril, que en su retablo de San Pelayo empleó una fábula pagana como comentario de un tema religioso (en la historia del amor brutal del Califa por el niño Pelayo introdujo relieves de fábulas mitológicas). También el Maestro de Astorga, que en su Nacimiento se fijó en las perspectivas arquitectónicas de Perugino.