Nacido hacia 1450 en Cortona, en la zona fronteriza entre Toscana y Umbría, parece que Luca Signorelli recibió su formación artística decisiva en torno a Urbino y Florencia; sobre su obra ejerció una influencia fundamental la escultura allí desarrollada, en particular la escultura en bronce, y sus maestros primeros debieron ser Verrocchio y Pollaiuolo. En el taller de este último se cree que trabajó durante algunos años.
Este autor se dedicó a estudiar a fondo la constitución del cuerpo humano, incluso sus funciones motrices, volviendo a tratar así el que fue uno de los asuntos fundamentales de la pintura florentina a principios del siglo XV; sin embargo, en contraste con algunos de sus contemporáneos, él no buscó poner énfasis en el aspecto global de sus figuras, sino en lograr una réplica exacta de los detalles. Esa habilidad de captación minuciosa de lo corporal la trasladó tanto a sus pinturas de tema profano como a las de tema religioso.
En 1481 ya formó parte Signorelli del círculo selecto de artistas italianos que trabajaban en los frescos de la parte baja de la Capilla Sixtina del Vaticano de Roma -junto a Ghirlandaiao, Botticelli o Perugino, entre otros-; en esas composiciones, y en el resto de ese periodo, no debe sobrevalorarse, aunque sí sea evidente, la influencia sobre él de Piero della Francesca: podrían proceder de aquel la tendencia a un planteamiento abstracto de las imágenes (lo vemos en La virgen rodeada de santos de 1484, en Perugia) y su cuidado de los efectos lumínicos, pero el de Cortona no trataba de generar atmósferas plenas de aire y luz, sino resaltar, como dijimos, los modelados precisos del cuerpo a través del contraste entre las áreas iluminadas y los sombreados, bien definidos. Se le atribuye en el Vaticano el mural correspondiente al Testamento y muerte de Moisés, por su patetismo y por la caracterización anatómica marcada, aunque también se ha adjudicado esta escena a Bartolomeo della Gata y a ambos.
A este momento corresponde igualmente el Retablo de san Onofre de la Catedral de Perugia (1484), una suerte de sacra conversación dispuesta en dos planos en cuya figura de san Lorenzo se aprecia la influencia de Lippi y Donatello, mientras que su san Juan Bautista, de gesto claramente patético, remite a Perugino. El catálogo de referencias de Signorelli en este tiempo no finaliza aquí: un ángel tierno evoca claramente a Botticelli, y un pequeño florero en primer plano, a Van der Goes. Efectívamente, también es posible recordar a Della Francesca: en la majestuosidad de la Virgen entronizada y en la monumentalidad del obispo leyendo, semejante al san Agustín de Lisboa de aquel.
La grandiosidad, la elocuencia y la expresividad de las figuras de este mismo maestro son heredadas, asimismo, en la Circusión de Volterra (1490), y su tratamiento lumínico, sugerido en la tabla de pequeño formato Nacimiento de san Juan Bautista.
Hemos de destacar, igualmente, la sutileza expresiva que en 1491 alcanzó en La Anunciación de la Pinacoteca de Volterra, otra vez fijándose en Della Francesca: vemos a la Virgen de pie, en un soportal muy decorado, retrocediendo turbada ante el ángel mensajero, que aparece de perfil. Sin embargo, a diferencia de las de su maestro, las figuras ofrecen una vivacidad de movimientos muy teatral; y otros artistas son, asimismo aquí, homenajeados: Filippino Lippi, en el patetismo fulgurante del ángel, o Ghirlandaio, en las sombras y luces captadas en torno a la Virgen.
Quizá a raíz de la caída de los Médicis, Signorelli dejó a un lado el ámbito florentino para dirigirse a Umbría en el último lustro del siglo XV. Su producción se hizo entonces más dramática, ganó en patetismo; hacia 1498 llevó a cabo su Martirio de san Sebastián, incidiendo en su musculatura, en la composición de las armas y en las expresiones sombrías de los arqueros que hostigan al santo, pero también, en este caso, en el paisaje de fondo, donde podemos contemplar ruinas romanas, un plácido valle y un burgo italiano con caballos y soldados. Y también en este momento, y junto a su taller, se embarcó en los frescos de las Historias de la vida de san Benito del claustro grande de Monteoliveto Maggiore: diez episodios plasmados pictóricamente por encargo del abad Domenico Airoldi de Lecco. Aquí apreciamos más serenidad respecto a las composiciones anteriores, cierto naturalismo y realismo descriptivo.
La evolución de este pintor alcanzaría su punto más elevado en los frescos de El Juicio Final de la Catedral de Orvieto, realizados entre 1499 y 1503 y se dice que inspirados en la Divina Comedia de Dante. Antes, ya en 1447, Fra Angelico y Benozzo Gozzoli habían comenzado a pintar la Capilla de San Brizio de este templo, pero a finales de siglo el proyecto se volvió a encargar, teniendo Signorelli la oportunidad de involucrarse en la representación más amplia de este tema, el Juicio Final, que hasta ese momento había conocido la pintura occidental. Renunció ahora a la más mínima referencia al paisaje para concentrarse del todo en la reproducción de la figura humana y su movimiento: en ninguna obra anterior a Miguel Ángel aparece de manera tan pura como en este conjunto el concepto básico de la pintura toscana, muy influenciado, como avanzamos, por la escultura.
El color lo emplea únicamente para caracterizar a los objetos y, sobre todo, para elevar la plasticidad de sus composiciones a través del contraste de luces y sombras. Vemos líneas muy delimitadas y escorzos y posiciones de enorme riqueza, lo que nos lleva a pensar en el relieve del Juicio Final ejecutado en el siglo XIV en la fachada de la Catedral de Orvieto, y aún más estrechas son los vínculos de esta composición con las pequeñas esculturas en bronce ejecutadas a finales del siglo XV. Podemos afirmar que, para la Última Cena de Miguel Ángel, los frescos de Orvieto son el mayor antecedente; Giorgio Vasari dijo de estas obras: En la iglesia de la Madona, la principal de Orvieto, representó (…) todas las escenas del fin del mundo con una fantasía extraña y grotesca: ángeles, demonios, ruinas, terremotos, fuego, milagros del Anticristo y muchas otras cosas más, como desnudos, escorzos en perspectiva y muchas figuras bellas (…) Una imagen del horror, que reinará en los últimos días.
En su periodo final, Signorelli regresó al eclecticismo; en todo caso, en sus obras más originales dio pruebas de un tratamiento maestro de las tonalidades intensas, de la representación del cuerpo y de la captación dramática de la luz. También de una libertad y una violencia apasionada que podemos considerar, como dijimos, antecedentes de Buonarrotti.
BIBLIOGRAFÍA
Manfred Wundram. Renacimiento. Taschen, 2016
Paolucci. Luca Signorelli. Scala, 1992