La Fondation Cartier de París cerrará el próximo 21 de junio la gran muestra que viene dedicando desde marzo a Bruce Nauman, la primera del artista americano en Francia en quince años. Además de sus obras clave, incluye una selección de trabajos recientes en los que este autor ha continuado explorando las vivencias físicas y emocionales que sus proyectos pueden suscitar en el espectador; y de los trabajos y discursos que han convertido a este creador conceptual de Fort Wayne en uno de los artistas conceptuales de discurso más sólido de las últimas décadas vamos a hablaros ahora.
Para Bruce Nauman, la actividad física fomenta ciertas formas de conciencia, por eso desde 1966 utilizó su propio cuerpo como instrumento para explorar tanto la noción de arte en su sentido más amplio como la identidad de sí mismo como artista en particular. Lo ha manipulado como un patrón de medida física del espacio y como el elemento que le permite concretar una materia fragmentaria incapaz de asirse globalmente.
También ha estudiado experiencias corporales específicas tratando de determinar de qué modo éstas se relacionaban con la percepción del tiempo y del movimiento, investigaciones que entroncan con su interés por las teorías de la Gestaldt como medio de conocimiento del propio cuerpo, por la música de Steve Reich o La Monte Young y por la danza de Meredith Monk o Cunningham.
Configuró Nauman situaciones complicadas en las que se crea una tensión a través de la repetición y la ralentización temporal: detiene el tiempo, lo hace palpable y hace sobrevolar la inquietud y la duda sobre situaciones elementales y cotidianas.
Trata de conducirnos hacia cierto agotamiento psíquico al mostrarnos acciones ejecutadas monótonamente que lo atrapan pero no tienen resolución; surge el asunto de la circularidad, la insistencia obsesiva en distintas acciones que no conducen a ningún sitio, muy recurrente en su obra. Esa actitud obsesiva la encontró Nauman reflejada en las novelas de Samuel Beckett, cuyos personajes realizan extrañas actividades que adquieren gran relevancia.
Subrayamos cinco grupos de trabajos:
ARTE-MAQUILLAJE, 1967-1968. En cuatro películas, el artista se pintó el rostro para enmascarar y difuminar su identidad haciendo referencia a la pérdida o la desaparición: nos comunican que algo ha sido destruido y se ha alejado definitivamente. Estas obras pueden entenderse como esfuerzo por destruir su cara en tanto que singularidad, apareciendo dicho rostro como un elemento manipulable y como escenario de conflictos.
La búsqueda de la identidad y la amenaza de la autoexposición, la tensión entre lo que se desvela y lo que se esconde u oculta, llevó a Nauman a trabajar en los ochenta con PAYASOS, figuras que nos hablan de alienación y de extrañamiento social y plantean aquello que, oculto tras la cámara, se ignora y no llega a descubrirse. El payaso es en este caso metáfora del hombre actual y ofrece una visión desesperanzada del sexo, del individuo y de la sociedad, y de la existencia cotidiana.
Son obras marcadas por el dolor, la impotencia o la muerte que utilizan el cuerpo como vehículo expresivo. Ese sentimiento de angustia se hace aún más patente mediante el citado recurso de la singularidad.
En esa repetición agotadora, las obras elaboradas a partir de NEONES, con su parpadear constante y su sincronización milimétrica, ocupan un lugar muy destacado en su producción. CIEN VIVEN Y MUEREN (1984) se compone de cuatro columnas con secuencias cambiantes de palabras referidas a la vida y la muerte que se encienden y se apagan continuamente.
Sus contenidos son breves y amargos, vulgares y poéticos, y conforman un listado de actos cotidianos confrontados con nuestro fin.
En los noventa, por último, Bruce Nauman creó esculturas de CABEZAS de seres vivos EN MOLDES DE CERA, obteniendo reproducciones fieles de los trazos físicos. Al ponerles nombre propio y resaltar arrugas y poros, posibilitaba un mayor acercamiento afectivo del espectador hacia ellas, pero su reproducción repetida, el hecho de que no se exhiban dispuestas sobre peanas sino colgadas, sus ojos cerrados, sus narices taponadas y su aspecto de máscaras de carácter mortuorio no dejan de subrayar su carácter absurdo. Por eso, causan distanciamiento y refuerzan la impresión de un yo concentrado en sí mismo. En el fondo estas cabezas llevan la muerte impresa.