El arte japonés se dio a conocer en el panorama artístico europeo después del chino, que se difundió ya en el siglo XVII y vivió su apogeo en el XVIII (recordad las chinoisseries); pero hasta principios del siglo XIX las creaciones niponas no comenzaron a difundirse en nuestro continente.
Sería en 1854 cuando Japón firmó acuerdos comerciales con Estados Unidos y Europa que produjeron la llegada a Occidente de objetos de arte y artesanía de aquel país; además, en 1862 se celebró en Londres la I Exposición de Arte y Diseño Japonés, que ya empezaba a ponerse de moda en Gran Bretaña y fuera de ella. Cinco años después, en 1867, Japón participó igualmente en la Exposición Universal de París y, en los años siguientes, el arte llegado del país del sol naciente continuó despertando gran interés.
La mayoría de las representaciones japonesas llegadas a Europa procedían de la Escuela Okiyo-e y eran fiel testimonio de la vida y el paisaje japonés decimonónicos. Entre ellas alcanzaron especial difusión las célebres treinta y seis vistas del monte Fuji realizadas en distintos momentos del día y del año, entre 1831 y 1833, por Hokusai, que se adelantó considerablemente a las series del mismo tipo (representaciones de la naturaleza bajo distintos momentos de luz) realizadas por los impresionistas en el último cuarto del siglo.
Los artistas ligados a ese movimiento consideraron estas imágenes ejemplos a seguir: eran representaciones poco convencionales por su libertad en el uso del color, bastante irreal, y por su alejamiento de la perspectiva renacentista. Se trata de obras muy planas, carentes de detalles y de exactitud en el cromatismo, con encuadres atrevidos y puntos de vista muy originales; algunas zonas aparecían en un único color.
Descubrieron los impresionistas una nueva forma de componer el cuadro, diferente a lo establecido por la Academia, en estas estampas que tuvieron tanto éxito entre ellos, de ahí que algunos críticos de entonces los llamasen, en concreto al grupo de la Rue des Batignoles, “los japoneses”.
Manet fue un gran admirador de la estampa japonesa: su Olympia recuerda en ciertos aspectos a una geisha, y en su retrato de Zola datado en 1868 incorporó muchas referencias a lo japonés: el sumo, el biombo con motivos nipones… Zola también se había aficionado al arte de aquel país, por eso aparece rodeado de esos objetos y, por eso, muchos grabados e ilustraciones japoneses ilustraron algunos de sus libros.
Courbet, o Degas en sus bailarinas, también se dejaron influir por el arte de ese país, como Fantin-Latour y Whistler. En Capricho en oro y púrpura (1867), este último artista nos presenta una mujer ataviada a la manera japonesa contemplando estampas, muchas de Hokusai, junto a un biombo con motivos característicos.
Además, en otra obra suya, Noche en azul y dorado, Old Battersea Bridge, que se centra en el puente del mismo nombre, se aprecian influencias claras de otro pintor nipón: Hiroshige.
Baudelaire también se dejó influenciar por la moda japonesa, como los hermanos Goncourt en sus novelas: Manette Salomon recrea la impresión producida por el arte del país asiático en el protagonista.
Y Monet se apasionó igualmente por el arte japonés y lo difundió en Francia: se hace evidente en La Grenouillere, obra casi monócroma en tonos oscuros, y en su Puente de Westminster, de colorido uniforme y composición basada en la geometría de líneas verticales y horizontales, a la manera de los grabados japoneses de moda entonces.
Más tarde, en 1876, realizaría La japonesa, que presentó al Salón. Esta obra representa a una joven vestida con un kimono rojo que porta un abanico y que, a su vez, aparece sobre un fondo neutro con abanicos orientales adornando una pared. Su pose es típicamente japonesa, de medio lado con la cabeza girada hacia atrás. Tiempo después Monet renegaría de ella.
No obstante, su obra más influida por el japonismo fue La terraza de Saint Adresse, ejecutada desde un punto de vista elevado. La atención del espectador se dirige primero a los barcos del horizonte; el cielo está dividido en secciones. Después atendemos al primer plano, con distintas líneas horizontales: costa, barandilla… y las banderas encuadran la composición hacia el centro.
En definitiva, es una pintura compleja y horizontal: Monet se inspiró en una representación del Monte Fuji de Hokusai, fechada hacia 1830, en la que un grupo de mujeres en una balaustrada contempla el monte a través de una enorme extensión de agua. En esta obra el cielo también estaba dividido, y predominaban las franjas horizontales.