Los conocedores de la obra de Luis Gordillo sabéis que suele trabajar a partir del desarrollo de un tema y sus modulaciones, pudiendo sobrevenir a ese proceso un segundo o tercer tema, que sucesivamente se entrelaza con los anteriores en un devenir de opciones casi infinitas. De hecho, en su obra no podemos identificar comienzos ni finales, sino un continuum cuyas complejidades se articulan mediante encabalgamientos: se trata de una melodía infinita en la que cada color es un campo sonoro que se multiplica en espacios limitados.
Su lenguaje fugado es, por esa razón, muy elaborado, denso, de gran complejidad y tensión y esa concepción del mismo como fuga no ha cambiado en lo fundamental al paso de las décadas, salvo en este detalle tan esencial como es el progresivo dominio de su desarrollo, del que escapa el azar: ese no perder el control es justamente lo que transforma una huida en arte de fuga, en estrategia, en un ir y venir muy productivo.
Y dominado por la acción: la liberación incontrolada de la energía, a la que a duras penas parece seguir el artista, movido por fuerzas vertiginosas. La elocuencia del gesto es automática y el trabajo, impetuoso. Sin embargo, esa acción pura no sería tan feroz de no cultivarse la polarización: de la división, la dialéctica, puede derivar casi todo; el acto de crear es, para muchos artistas contemporáneos, polarización.
En significativos autores, desde la II Guerra Mundial, encontramos una fluctuación entre lo extremo de la acción y lo extremo de la formación y han de encontrar el equilibrio, su propia identidad, sumidos en esa tensión clara, administrando una una energía salvaje: sobreviviendo a su propia ferocidad creativa. Pollock desplegó la mucha que almacenaba hasta salirse de la carretera en 1956, cuando su coche chocó contra una piedra y terminó volando y estampándose contra un árbol.
Gordillo inició su trayectoria coincidiendo aproximadamente con la muerte de aquel, a mediados de los cincuenta, y en su Blancanieves y el Pollock feroz podemos identificar al lobo expresionista abstracto, o lo que queda de él, sus huesos, con la retícula que encierra el espacio. Esa osamenta ha quedado convertida en meandro fosilizado, como si hubiera sido sometida a una congelación mediante radiaciones de bomba de cobalto; cobalto que es un metal muy resistente a la fundición y una variante de azul rebajada con blanco. El conjunto de esta obra del sevillano es una sinfonía en azul, o una fuga en azules, y no es del todo habitual que las obras de este artista se cimenten en esa tonalidad. El color dominante en su trayectoria seguramente sea el verde, aunque la gama de los azules, más o menos grisáceos (introvertidos y melancólicos), no haya estado ausente en su pintura anterior a esta pieza, quizá no de forma tan radiante y radioactiva como esta vez. Si el verde puede resultar ácido, el azul resulta helador, perfectamente adecuado, quizá, para la supervivencia de Blancanieves.
En cualquier caso, Blancanieves y el Pollock feroz es una obra, como decíamos, no azul sino construida por una fuga de azules: la dominante es el azul cobalto; la contrastante, el azul ultramar. La mediación es el blanco: el blanco de Blancanieves desempeña un papel complejo en esta imagen, como precipitado invisible que modifica el azul transformándolo en cobalto y como huella física y visible que incorpora un golpe de luz.
Así, se hace patente la doble condición de dicho blanco: carnal y abstracto, cuerpo y espíritu, materia y rayo, huella y energía. Pollock se conserva aquí fosilizado, pero su presencia, más o menos domesticada o en estado de hibernación, es patente en lo que tenía lo maniaco de más feroz: el horror vacui.
En el caso de Gordillo, este cobra apariencia de gérmenes, microorganismos, células, agujeros, átomos e incluso piscifactorias: el efecto de la reproducción o la multiplicación incontroladas, todo corpúsculo energético, la danza atomizada… siempre han fascinado al artista. Sobre las formas ovales u ovoides, especialmente relevantes en este trabajo como en tantos del andaluz, hay que tener en cuenta que constituyen fuerzas centrífugas y que como tales han de ser retenidas por la red. Las vemos desde una perspectiva equívoca: no nos queda claro si quedan dentro de la red, enredadas o enrejadas, o encima de ella, como átomos chispeantes en una parrilla.
Tampoco sabemos si se encuentran por delante o por detrás de esa malla, pues el espejo se ha transformado en espejismo y las distancias se vuelven confusas: se ha suprimido la noción de distancia en una composición en la que no distinguimos entre plano y fondo o en la que, muy al estilo de Gordillo, las mismas figuras devienen fondo. En cualquier caso, las ovoides, siendo autónomas, componen un puzzle y están pintadas y están pegadas: pintadas como fondo y como superficie y pegadas como fondo y como cubierta. Crece el artista y se multiplica en varias direcciones.
BIBLIOGRAFÍA
Juan Pablo Fusi, Francisco Calvo Serraller. El espejo del tiempo. La historia y el arte de España. Taurus, 2012
Luis Gordillo. Super yo congelado. Actar D, 2000.