Berthe Morisot nació en 1841 en Bourges y murió en 1895 en París y, de los ocho cuadros que llevó a cabo en 1876, justo a sus 35 años, la mitad muestran a una mujer en el instante del aseo, aunque solo uno lleva título, y no precisamente objetivo: se trata de Psiqué. Junto a Joven empolvándose, de 1877, lo presentó a una de las exposiciones impresionistas, la de ese mismo año; Renoir y Caillebotte mostraron entonces su respeto por esta artista y esta última obra la compraría el mecenas y coleccionista Ernest Hoschedé, que la subastó más tarde con sus fondos sobre impresionismo y que cayó en manos… de Mary Cassatt, quizá seducida por la cercanía del motivo con su propia producción.
Pero nos centraremos en Psiqué: contiene a una joven que se contempla en un enorme espejo, este a su vez puede que ubicado en una pared entre dos ventanas, dada la elevada iluminación de la escena. La joven parece ensimismada en su visión: con sus manos en la espalda, está abriéndose el corsé, mientras una mano le cae por el hombro. La pincelada es muy suelta: las formas de las manchas y los trazos aluden al dibujo de un tapiz, y también nos resulta poco nítido el sofá situado delante de la ventana del fondo y del espejo. El alto marco de este último, que sobresale de la composición, ofrece un “cuadro dentro del cuadro” que recuerda a las representaciones de bailarinas de Degas.
El título de esta pieza remite a la historia clásica de Amor y Psiqué, cuyos episodios fueron representados durante siglos: en concreto en el XIX, Psiqué, cuyo símbolo era una mariposa, estaba considerada emblema del alma inmortal, que, como ese insecto, sufre transformaciones; de ahí que se reflejara como mujer joven con sus alas. En este caso, aludiría a este asunto la postura de los brazos de la joven.
Sin embargo, la Psiqué de Morisot no se nos presenta como figura clásica; más bien la protagonista es una contemporánea que observa en el espejo, y de Amor, su compañero en la leyenda antigua, no hay rastro. En todo caso, la imagen del alma, cuyo destino está muy ligado a los padecimientos y disfrutes del amor, se correspondía, parece, con el estado de ánimo de la artista en este momento: en 1874 había contraído matrimonio con Eugène Manet, el hermano del pintor, con lo que había iniciado una nueva etapa vital.
Sus intentos de compatibilizar esa boda y la maternidad con su profesión fueron dificultosos, como escribió en 1890 en su diario: La verdad es que nuestro valor radica en el sentimiento, en la intuición, en nuestra mirada, que es más sutil que la de los hombres. Podemos lograr algo, presuponiendo que no lo echemos todo a perder por la afectación, la pedantería y el sentimentalismo… Ahora, quiero seguir mi deber (frente a mi obra) hasta mi muerte; y me gustaría que los demás no me lo pusieran demasiado difícil.
Cumplió: la pintura de esta autora contribuyó a las innovaciones del impresionismo tanto como las de Pissarro, Sisley o Renoir, aunque a ella se la recuerda sobre todo por su relación, familiar y artística, con Manet, que fue su mentor. Con él podría relacionarse su Día de verano (1879): se ha supuesto que se trataba de una de las telas sobre las cuatro estaciones que Morisot pensaba ejecutar con su cuñado, pero si bien este acabó Primavera y Otoño, eligió en ambos casos una personificación notablemente distinta a la de Morisot en este trabajo, por lo que quizá pueda excluirse que las tres imágenes pertenecieran a una misma serie.
La técnica de ella, autónoma y no convencional, no se ha tenido demasiado en cuenta hasta hace algunas décadas: sus pinceladas son muy libres y generan manchas gruesas de color, dando lugar a una suerte de piel de color irregular, distante de la lisura académica de la pintura tradicional. Sus trazos parecen enérgicos e inconexos, cono si siguieran en zigzag las indicaciones de la luz y el color. Asimismo formulaba, con motivos muy personales, aspectos específicos del sexo femenino.
Morisot, que había sido madre el año anterior a la realización de esta obra, solía acompañar a la niñera en sus paseos diarios al parque con su hija Julie y seguramente la visita al Bois de Boulogne la estimuló a retomar la pintura al aire libre, encontrando un compromiso adecuado entre los deberes de la maternidad y su deseo de regresar al oficio lo antes posible.
Día de verano, en todo caso, describe una escena soleada en el agua: en uno de los lagos del Bois de Bolulogne, el parque donde solía descansar la población parisina, dos mujeres pasean en barca. Renoir eligió un motivo bastante parecido en su Barcas en el Sena, pero si en el lienzo de Morisot aparecen dos mujeres sentadas en una embarcación que ocupa por completo el primer plano, acercándose mucho a ambas y concentrándose en las figuras, su contemporáneo solo trata a estas como parte del paisaje.
Por tanto, la artista no plasma una vista espontánea de dos mujeres que esperan la salida de una barca, sino que ofrece una composición muy estudiada, ensayada en un boceto en acuarela. Ese estudio nos ofrece el motivo de manera prácticamente idéntica; es de suponer que lo elaboró igualmente en el Bois de Boulogne. Sabemos, además, que recurrió Morisot a modelos profesionales que trabajaban para Édouard Manet y que este mismo le había recomendado; las pintó, de hecho, una segunda vez, en este caso cortando flores en el mismo escenario del Bois.
Presentó la pintora los trabajos que había realizado ese verano a la muestra de los impresionistas de 1880 y fue muy elogiada, llegando a vender algunos de ellos. Varios autores llegaron a comparar su modo de crear con el de Fragonard, con quien además Morisot estaba emparentada; sobre todo fue alabado su empleo del blanco. Se la llamó una impresionista básica, sin arrepentimiento.
BIBLIOGRAFÍA
Stephane Mallarmé, Paul Valery. Berthe Morisot, pintora impresionista. Archivos Vola, 2019
Karin H. Grimme. Impresionismo. Taschen, 2008