Comenzamos con un poco de historia: el desplazamiento del Imperio romano hacia Oriente, iniciado por Diocleciano al instalarse en Spalato, se consumó con Constantino en 330, al fijarse la capital en Bizancio, entonces una pequeña ciudad a la que solo el estrecho del Helesponto separaba de Asia (después se convertiría, en la Edad Media, en uno de los núcleos mayores y más ricos de Europa).
Dada esa proximidad a Asia, no tardó Bizancio en diferenciarse de Roma como eje del Imperio. Primero Grecia impuso en ella su influencia, y la nueva capital adquirió el aspecto de una gran ciudad helenística, pero con el paso del tiempo Oriente fue extendiendo su impronta y, cuando los emperadores bizantinos reconstruyeron su palacio, tomaron como modelo la residencia de los califas de Bagdad, con sus terrazas y palacetes.
Este pueblo, que heredó el gusto por la riqueza del arte imperial romano, al contacto con Oriente acrecentó su necesidad de crear obras de intensa policromía y lujo ornamental. En su arquitectura influyó el gusto por la escenografía de las ceremonias de la Corte, manifestado en forma de atención a la perspectiva. Decía Procopio, escritor de la época de Justuniano, que el interior de Santa Sofía produce la “ilusión de un maravilloso jardín lleno de flores con el azul del fondo y el verde del follaje de los mosaicos que cubren sus paredes”. Por desgracia, no se conserva el Palacio Sagrado, pero, por descripciones del siglo X de las ceremonias que acogía, podemos suponer que su arquitectura respondería a la fastuosidad de aquellas.
Para que nos hagamos a la idea, el emperador Constantino Porfirogeneta decía que, en las recepciones, se presentaba al público en el Crisotriclinio, sobre un trono dispuesto sobre leones de oro y bajo un plátano, de oro también. Además, explicaba que, al reunirse con embajadores, el trono se elevaba entre nubes de incienso.
Volviendo a tierra, el estilo bizantino comenzó a gestarse ya en época de Constantino, pero no alcanzó su plenitud hasta el siglo VI, cuando las grandes empresas artísticas de Justiniano, que aprovecharon las enseñanzas de los edificios abovedados del Asia anterior, demostraron la existencia de una arquitectura nueva. Podemos considerar ese periodo el siglo de oro justinianeo; después, la arquitectura bizantina vivió sobre todo de lo creado hasta que, a raíz del fin del movimiento iconoclasta bajo la dinastía macedónica, conoció una nueva etapa de florecimiento desde mediados del siglo IX hasta mediados del XI. En adelante, las novedades arquitectónicas fueron escasas, pero destacó la articulación de una nueva provincia artística en el sur de Italia en la que el estilo bizantino se mezcló con el árabe y el gótico. También ganó pujanza este arte en Rusia, donde pervivió siglo después del fin de Bizancio como Imperio.
MOSAICOS, CAPITELES, CÚPULAS
Las principales novedades de la arquitectura bizantina atañen al uso de la cúpula, al capitel y su relación con el arco y a la decoración, sobre todo a los mosaicos.
Por partes: la arquitectura bizantina, como la romana, es abovedada, pero su innovación con respecto a aquella reside en el empleo sistemático de la cúpula valiéndose de las experiencias previas sirias y sasánidas. Los bizantinos llegaron a construir cúpulas de proporciones tan gigantescas como las de Santa Sofía de Constantinopla, de más de 30 metros de diámetro, resolviendo de forma admirable la manera de contrarrestar los empujes, no solo mediante estribos o muros gruesos, sino oponiéndoles otras bóvedas.
Para aligerar el peso de la media naranja y disminuir sus empujes laterales, se procuró emplear materiales como tubos de barro unidos y dispuestos en espiral, que con su oquedad disminuyen bastante su peso sin perjudicar la resistencia, o como los ladrillos de Santa Sofía de Constantinopla, doce veces más livianos que los normales.
Al margen de asuntos prácticos, los constructores bizantinos se preocuparon por la decoración de las cúpulas: más que cubrirlas de mosaicos, las decoraban con profundos gallones. Lo vemos en la Iglesia de San Sergio y Baco. En el exterior, sobre todo en épocas avanzadas después de la revolución iconoclasta, se concede mucha importancia al tambor. Se le coronaba con una moldura que, al acusar el trasdós de las ventanas abiertas en él, creaba una cornisa festoneada de lóbulos convexos.
Aunque se mantienen tipos de capiteles de origen clásico, en los típicos del orden bizantino las hojas de acanto de los corintios terminan por perder su personalidad y, en vez de proyectarse al exterior, se funden en una superficie vegetal continuada y uniforme que recubre el cuerpo troncocónico de proporciones más o menos cúbicas que constituye el capitel, por eso llamado cúbico. A fines del s. IV comienza a construirse el capitel teodosiano, en el que las hojas se labran con la técnica del trepano y aparecen movidas lateralmente como mecidas por el viento; son característicos del siglo VI.
Si en este tipo de capiteles el ábaco casi desaparece, sí adquiere un gran desarrollo el cimacio: un segundo cuerpo en forma de pirámide truncada e invertida.
En la arquitectura romana ya se daban ejemplos de arcos apoyados directamente en el capitel, pero solía tratarse de arcos y columnas adosados al muro. Los arcos romanos solían abrirse en este o apoyarse en pilares; el cargarlo directamente sobre la columna, con fines constructivos y no solo decorativos, se generaliza en la arquitectura bizantina, y ese paso tuvo una importancia vital en la historia de la arquitectura y en la belleza de los efectos de perspectiva de los interiores bizantinos.
La entronización de la cúpula con sus presiones laterales radiales, en el eje del templo, tuvo como consecuencia el predominio de la planta cruciforme de brazos iguales, es decir, de la planta de cruz griega, y el uso de plantas poligonales con varios ejes de simetría, de igual o análogo valor.
DE CONSTANTINOPLA A RÁVENA
Los monumentos principales de la época de Justiniano se conservan en la capital del Imperio y en Rávena, la capital del Exarcado, que comprendía el sur de Italia, el norte de África y España.
En Bizancio hizo construir Justiniano los templos de Santa Sofía, Santa Irene, los santos Sergio y Baco y los Santos Apóstoles. Destaca entre ellos Santa Sofía, tanto que en su época se decía que un ángel inspiraba a Justiniano al inspeccionar diariamente sus obras. Sus autores son dos griegos de Asia Menor: Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.
Este templo rompe con el esquema basilical: cuanta con una cúpula de más de treinta metros de diámetro, contrarrestada en sus empujes laterales por dos bóvedas de cuarto de esfera cuyos empujes son, a su vez, recibidos por otras menores de igual forma y por dos bóvedas de cañón, contrarrestadas unas y otras, igualmente, por gruesos estribos donde se alojan las escaleras.
Desde el interior del templo, esta serie de bóvedas, ordenadas para lograr un equilibrio puramente mecánico, al continuarse unas con otras y estar cubiertas de mosaico, producen la impresión de una gran bóveda única cuya parte central flota en el aire, suspendida sobre la faja de luz formada por sus ventanas inferiores.
A ese efecto de ligereza contribuyen los dos pisos de arquería cabalgando sobre columnas que se encuentran bajo los dos grandes arcos formeros de la nave del crucero y en las exedras secundarias de la cabecera y de los pies.
Sobra decir que la planta es de cruz griega inscrita en un cuadrado. El edificio se completa con un gran patio cuadrado, con una fuente en su centro, en forma de pila sobre doce columnas. En cuanto a decoración y como en toda iglesia bizantina, el mosaico es fundamental. Revisten el templo altos zócalos de mármol (sus columnas son también de ese material y en él están labrados los paños de decoración vegetal de las arquerías).
Y, como decíamos, en Rávena, junto al Adriático, se levantan tres obras capitales del arte bizantino. La iglesia de San Vital, construida hacia 530 por el arquitecto Juliano, es de planta octogonal, característica que se aprecia al exterior. Las arquerías de planta semicircular se repiten en todos sus lados, salvo el de la capilla mayor.
Además de por los efectos de perspectiva, este templo es bellísimo por la calidad de sus mosaicos, que retratan a emperadores y altos dignatarios.
Las iglesias de San Apolinar in Classe y San Apolinar el Nuevo son de tipo basilical constantiniano, de tres naves, pero están también enriquecidas con preciosos mosaicos. Los capiteles de la primera son de modelo teodosiano, de hojas revueltas, y ambas presentan torres cilíndricas.