NOMBRE: Ana
APELLIDOS: Esteve Llorens
LUGAR DE NACIMIENTO: Valencia
FECHA DE NACIMIENTO: 1975
PROFESIÓN: Artista
Finalizaba el año 2017 cuando pudimos conocer en el IVAM de Valencia a Ana Esteve Llorens: era uno de los cuatro artistas valencianos -junto a Sergio Barrera, Nelo Vinuesa e Inma Femenía– que, en el marco de la iniciativa IVAM Produce, presentó una intervención en ese centro; la suya se llamaba Drop, se situaba a medio camino entre el diseño y la artesanía, y exploraba hasta qué punto los espacios y los materiales interfieren en las situaciones comunicativas. Se trataba de una tela de algodón tejida en un telar de cuatro pedales y de ella surgía, casi de manera orgánica, una forma alargada que generaba un espacio singular. Para sus colores, subrayando sus procesos manuales y no industriales, se valió de tintes naturales elaborados conforme a recetas tradicionales.
Ana, que desde hace veinte años reside entre Valencia y Estados Unidos, se formó en Telecomunicaciones en la Escuela Politécnica Superior de Gandía, especializándose en Imagen y Sonido, y trabajó como ingeniera durante cuatro años antes de encaminar sus pasos a la creación y estudiar Bellas Artes en la Politécnica de Valencia, donde también cursó un máster en esta materia; otro, en Escultura y Medios Extendidos, lo llevó a cabo en la Virginia Commonwealth University.
Ha recibido Esteve Llorens, entre otros galardones y becas, una beca Fulbright, un premio a la Excelencia de AMEXCID y una beca de la Fundación Arte y Derecho; ha desarrollado residencias en en Yaddo (Nueva York), la Academia Francesa en Madrid y el Instituto Nacional de Bellas Artes en Ciudad de México; y ha presentado diferentes muestras en Europa y Estados Unidos en las que hemos podido comprobar cómo su primera formación científica se conjuga con la plenamente artística en el planteamiento de sus propuestas: en sus esculturas e instalaciones ha utilizado materiales industriales y otros tradicionalmente artísticos a la hora de extender los lenguajes de esas disciplinas.
En sus proyectos más recientes ha hecho uso de textiles de origen natural para analizar las opciones escultóricas de las fibras, componiendo con ellas proyectos abstractos, un estilo que ella asocia a la acción, a la libertad y al protagonismo de un color que no adquiere ya rol subalterno.
Hemos preguntado a Ana por sus comienzos; aunque sus primeros estudios, como dijimos, no fueron artísticos, nos cuenta que para ella esa inquietud estuvo siempre ahí: Mi interés por el arte ha sido siempre una constante. Aunque inicié mi trayectoria profesional en el campo de la ingeniería y las telecomunicaciones, posteriormente me formé como artista y es a lo que ahora me dedico al 100%.
Mi formación entre España, Estados Unidos y México ha sido fundamental para mi desarrollo artístico y en mi obra, que fusiona y entrelaza lo escultórico, lo instalativo, lo fotográfico y lo textil en una propuesta interdisciplinar. Llegué por primera vez a Estados Unidos en 2005 como estudiante de intercambio, a la Universidad de Texas en Austin. En 2009, gracias a una beca Fulbright, regresé para asistir a la Virginia Commonwealth University, donde obtuve un Máster en Escultura y Nuevos Medios. Estudiar aquí amplió para mí el significado de escultura y de comunidad, y me introdujo a nuevas tecnologías y a una forma de trabajo interdisciplinar.
En 2014, una beca otorgada por AMEXCID me llevó a la Ciudad de México, donde aprendí a valorar profundamente el trabajo artesanal y la naturaleza, así como las posibilidades hápticas de las fibras y el color. Todas estas experiencias han inspirado e influido en los proyectos que realizo, donde la relación obra-cuerpo-espacio es crucial. Actualmente sigo trabajando y viviendo entre estos tres espacios geográficos, con mi base principal en Austin.
Aunque, como avanzamos, en sus proyectos primeros Esteve combinaba el uso de materiales propiamente artísticos y los de carácter industrial, en la última década y en sus exposiciones más recientes, como “Tocar un lugar”, en la sala valenciana Set Espai d’Art el pasado otoño, desplazaba su interés hacia los textiles sin dejar de examinar sus nexos posibles con los espacios y con la corporalidad: Me interesa abordar la producción textil desde una perspectiva espacial, es decir, utilizar el textil como técnica y material para pensar en el espacio desde la contemporaneidad, y ofrecer una experiencia diferenciada.
A la hora de desarrollar estas propuestas empleó, en lo procesual, herramientas ligadas a la antropometría, el diseño y el textil; en lo conceptual, una proporción áurea que ya había llevado a varias de sus creaciones: La antropometría, el diseño y el textil son herramientas a las que recurro para solucionar las obras, a diferentes tiempos y conforme el proceso de cada una avanza. El cuerpo es una herramienta fundamental al tejer, es un proceso muy físico, pero también hay una parte de diseño de ciertos elementos, más racional, que tiene que ver con decidir las dimensiones, pensar y escoger los materiales y los colores, e integrar cada elemento en un todo coherente.
Algunas de las piezas las diseñé, en el sentido etimológico de la palabra, las dibujé, para después fabricarlas e intervenirlas, bien ensamblándolas a otras piezas o bien integrando cera de abeja virgen, como es el caso de los módulos. Pero todo parte de las mismas dimensiones iniciales, de las herramientas: el telar y mi propio cuerpo como punto de referencia.
En cuanto a la proporción aúrea, utilicé el número áureo (1,618033988749894) para obtener relaciones armónicas, equilibrio visual y una sensación de trascendencia, a partir de las dimensiones iniciales. Aunque en esta exposición fue quizás más evidente, es una relación que he utilizado en la mayoría de mis proyectos.
Me interesa abordar la producción textil desde una perspectiva espacial, es decir, utilizar el textil como técnica y material para pensar en el espacio desde la contemporaneidad.
En “Tocar un lugar” recurrió Ana a materiales naturales (cáñamo), tintes que también lo eran, procesos de teñido tradicionales, colores primarios e incluso a un telar de pedales colonial. El resultado, para el visitante de la muestra, era una experiencia que solo tenía sentido desde la fisicidad y la presencia: Al principio no sabíamos cómo iba a ser esta nueva interacción de fibras-tintes naturales (cáñamo con zacatlaxcalli, palo de Brasil y añil) porque hasta ahora no se había dado, y aún menos en esa cantidad. En este sentido, el proyecto fue innovador y toda una experiencia. El cáñamo es un material muy agradable que debería cultivarse y utilizarse más, especialmente porque es una de las fibras más sostenibles, ya que crece muy rápido, no requiere tanta agua como el algodón, por ejemplo, y es más resistente a las plagas.
El mayor desafío es siempre generar las condiciones de trabajo adecuadas para que la obra pueda darse: coordinar todo, desde la disponibilidad de los materiales hasta la disponibilidad del espacio y las herramientas para trabajar. Y cuando todo está preparado, el otro desafío es la cantidad de trabajo que el proceso de teñido con tintes naturales requiere: desde la extracción de los tintes hasta la preparación de las fibras y su mordentado o el control de los tiempos de teñido para obtener las tonalidades deseadas. Pero esos desafíos son el proceso mismo, y todo salió bien.
Me interesa mucho cómo el color, de esta manera, queda vinculado a un lugar, a una temperatura y a unas condiciones ambientales. Entonces se convierte en un registro único de algo que se da en un espacio físico y temporal concreto, y que no puede volver a repetirse. Lo especial de estos colores es que son únicos, y no se pueden reproducir.
Parte de esos procedimientos los llevó a cabo en la Escuela de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de Ciudad de México; allí se encontraban esos telares coloniales: Es una herramienta que los españoles introdujeron en la Nueva España en el siglo XVI, y que ha sido empleada, y sigue siendo utilizada, por muchos artesanos en México. Fueron las maestras de la escuela quienes me enseñaron a utilizarlos, tanto el telar colonial o de pedales (en particular, el de cuatro lisos), como el telar de cintura.
Además de todos los aspectos técnicos de manejo de herramientas y materiales, la utilización de los telares, la preparación de las urdimbres, el teñido de diferentes fibras con tintes naturales empleando recetas ancestrales… aprendí a apreciar profundamente el valor de lo artesanal, la relación con la naturaleza, las posibilidades hápticas de las fibras y el color. Pero sobre todo aprendí a no querer entenderlo todo y a no tener que tener una explicación lógica para todo, a valorar, apreciar e integrar los aspectos del proceso que no se pueden controlar.
Como resultado, como apuntó Carmen Cebreros Urzaiz, el espacio de la exposición era tan físico como afectivo y no existía rigidez alguna entre los materiales y el lugar donde se exhibían.
Los textiles hacen igualmente su parte, en las últimas creaciones de Ana: es seguramente inevitable asociarlos a pañuelos y manteles, a retales que protegen, a la intimidad y la familia. También a trabajos que han sido a menudo femeninos: en los telares de cintura que mencionaba, un telar portátil se sitúa entre el cuerpo de la tejedora y un punto de anclaje (árbol, columna), de modo que cada movimiento del cuerpo de la hacedora se transmite a las fibras. El espacio que sus brazos pueden abarcar, incluso su estado de ánimo, de algún modo generan un ritmo y una velocidad; existe un componente performativo o coreográfico en la labor.
Salvo por la aspiración al cumplimiento de una función, es posible entablar lazos entre su estética y la de la Bauhaus, dado su amor por las formas simples, el color autónomo y la abstracción. Cada una de sus telas es un fragmento particular y presente de, quizá, un conjunto que puede evocar lo absoluto.
Podemos conocer mejor la producción de Esteve Llorens en www.anaestevellorens.com