Con motivo del centenario de la primera exposición de Enrique Ochoa organizada en Sevilla, la Fundación que lleva el nombre del artista gaditano nos presenta, hasta el 24 de marzo en el Museo del Patrimonio Municipal del Ayuntamiento de Málaga, “Ochoa vuelve al Sur”, retrospectiva de este pintor que destacó en el campo de la plástica musical. Está compuesta por 251 dibujos, acuarelas y óleos procedentes de colecciones particulares y museos de toda España y algunas de estas piezas se exhiben al público por vez primera, entre ellas Imágenes Internas París 1914 y Lucha con el Ángel. No faltarán pinturas célebres como Dama Chic, Homenaje a García Lorca, Strawinsky, pájaro de fuego, El ángel rosa en la Pasión de San Mateo de Bach, La Catedral sumergida de Debussy, Caras y cemento, Otoño 1971, El olivo del amor, Picasso, retrato imaginario o El demonio.
Ochoa destacó en sus inicios, en el primer cuarto del siglo pasado, como retratista y como dibujante e ilustrador para libros y revistas, entre ellas La Esfera, Blanco y Negro o Mundo Latino, pero sus trabajos más conocidos son los dedicados a composiciones musicales, cuyo ritmo trató de plasmar a través del cuidado de los matices de sus pinceladas. En su última etapa se volcaría en el arte abstracto o el gestualismo, del que hoy consideramos que fue precursor.
El artista inició su formación marcado por la huella de El Greco y, tras instalarse en Sevilla en 1907, se ganó la vida retratando a personajes populares de los barrios de la ciudad hispalense. Después de exponer por primera vez allí, en 1914, se traslada a Madrid, donde comienza a destacar como abanderado del modernismo y se imbuye en la vida cultural de los años 20, siendo amigo de Andrés Segovia, Lasso de la Vega, Jacinto Benavente, Ramón Gómez de la Serna o José Bergamín. Posteriormente se instalaría en Barcelona y, por último, en Mallorca, donde murió. Fue precisamente allí, en la Cartuja de Valldemosa, que acogió a Chopin, donde Ochoa alumbró sus imágenes musicales inspiradas en piezas de aquel y también de Beethoven, Debussy, Bach, Albéniz o Falla. Oscilan entre figuración y abstracción y reflejan mundos oníricos.
Desde 1914 hasta los inicios de la Guerra Civil llegó a realizar una veintena de exposiciones en España, Francia e Italia y en 1936 recibió el Gran Premio de la Bienal de Venecia.
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