El Museo del Prado ha presentado esta semana los frutos de la restauración del retrato de Isabel de Borbón a caballo, de Velázquez, llevada a cabo con el patrocinio de Iberdrola y enmarcada en su proyecto de restauración y acondicionamiento del conjunto de retratos ecuestres del pintor sevillano.
La intervención sobre la obra ha corrido a cargo de María Álvarez Garcillán y se ha basado en la retirada de la acumulación de suciedad y la modificación de las alteraciones del barniz que habían transformado las tonalidades y sus relaciones, amortiguando los contrastes y generando un “velo” que reducía la percepción de los planos espaciales. Además, hacia 1634-1635, el propio artista había añadido y pintado anchas bandas laterales a izquierda y derecha del cuadro para adecuar su tamaño al espacio en el que sería colgado; esas bandas laterales se habían decolorado a consecuencia de su evolución material, distinta a la del formato original, y una serie de repintes y estucos en mal estado cubrían daños puntuales.
La restauración también se ha ejecutado sobre esas áreas, por lo que podemos valorar mejor ahora los volúmenes y la profundidad de la composición, mientras los colores ofrecen de nuevo su brillo y transparencias primeras.
Esta imagen forma parte de la serie de retratos que llevó a cabo Velázquez para los testeros del Salón de Reinos, con trabajos que debían representar la continuidad de la monarquía y su dinastía. Al sureste de la estancia, a ambos lados del trono, se situaron los retratos de Felipe III y Margarita de Austria, padres del rey, y enfrente, orientados hacia el noroeste, los de Felipe IV, Isabel de Francia (de Borbón) y el Príncipe Baltasar Carlos. Completaban el conjunto pictórico del Salón la serie de Batallas (una docena de obras relativas a las victorias ganadas por España durante el reinado de Felipe IV) y la serie sobre los trabajos de Hércules (una decena de lienzos de Zurbarán planteados como exaltación de la virtud y la fortaleza de ese monarca). También se hacía alusión a la grandeza del Reino con los escudos de los 24 reinos de la monarquía, que se pintaron en la parte superior de los muros.
Este programa iconográfico respondía a un plan general decorativo en el que se habían calculado meticulosamente los formatos de cada obra y también su emplazamiento, pero en la serie de retratos, el tamaño de cada pintura no coincidía exactamente con la ubicación de las puertas de acceso al salón ni con el espacio destinado al trono, por lo que su ubicación tuvo que avanzar aproximadamente un metro más hacia los lados.
Ese cambio conllevó modificaciones en cadena: los retratos de Felipe IV e Isabel de Borbón tuvieron que ser ampliados más de 60 centímetros de ancho, añadiendo bandas laterales de más 30 centímetros cada una. Al invadir esa ampliación el hueco de las portezuelas laterales, se recortó y pegó la parte de lienzo que ocupaba este espacio a la propia puerta; así, si esta estaba cerrada casi no se notaba el corte, pero si se abría, la puerta giraba con el fragmento de cuadro adherido a ella.
Los lienzos fueron reentelados, en todo caso, cuando se trasladaron al Palacio Nuevo (actual Palacio Real) hacia 1762, recuperando su forma original. Los añadidos se mantuvieron y se cosieron los fragmentos adheridos a la puerta.
Y el retrato ecuestre de Isabel de Borbón puede volver a contemplarse ya en la sala 12 de la pinacoteca, junto al resto de retratos reales velazqueños.

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