El Museo del Prado restaura el retrato de Velázquez de Felipe IV a caballo

El Museo del Prado presentó ayer los frutos de la restauración de Felipe IV, a caballo, de Velázquez, una intervención que ha llevado a cabo María Álvarez Garcillán durante cuatro meses y que ha permitido recuperar la riqueza cromática y la estructura original de esta pintura, que padecía los efectos del tiempo y de intervenciones pasadas.

Velázquez realizó esta pieza por encargo en una etapa de madurez para él, sin delegar en su taller, y conjugó en ella pinceladas secas con trazos cargados de aglutinante, dando lugar a texturas que devienen formas reconocibles en la distancia.

Uno de los mayores retos de la restauración ha sido el tratamiento de las bandas laterales que el mismo Velázquez incorporó al formato inicial para adaptarse a la arquitectura del Salón de Reinos del Buen Retiro. Con esos añadidos, la esquina inferior izquierda se solapaba sobre la puerta de acceso, de modo que, al igual que en el retrato de Isabel de Borbón, se optó por cortar el fragmento que invadía el paso y fijarlo a la propia puerta. Así se podía abrir, pero la ruptura quedaba disimulada al cerrarse.

Cuando ambas obras se trasladaron al Palacio Nuevo (el actual Palacio Real), los retratos fueron sometidos a un tratamiento de reentelado y esa esquina se cosió al resto del cuadro. Se mantiene visible aún la huella de esos vaivenes, pero se ha intentado que interfiera poco en la experiencia del espectador ante la imagen: se ha eliminado la sutura que unía el fragmento escindido y el estuco que lo cubría, y se ha fijado la pintura en las zonas más delicadas. Además, la limpieza ha podido reducir el barniz oxidado que amarilleaba los colores, y se han retirado repintes que tapaban la pintura original.

Esta composición forma parte de un conjunto de retratos de Velázquez destinados a adornar los testeros del Salón de Reinos, con la intención de representar la continuidad de la monarquía y de la dinastía de los Austrias. Al este, a ambos lados del trono, quedaban los retratos de Felipe III y Margarita de Austria, padres del rey, y enfrente, orientados hacia el oeste, los de Felipe IV, el Príncipe Baltasar Carlos e Isabel de Francia. Este último también ha sido recientemente restaurado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola España, que ha apoyado igualmente esta última intervención.

Velázquez representó al monarca en perfil riguroso, montando un caballo en corveta, con banda, bengala y armadura. A diferencia de otros retratos ecuestres que exaltan el poder a través del movimiento, el sevillano eligió una representación serena, inspirada en el Carlos V en Mühlberg de Tiziano, en la que el paisaje abierto y el cielo ganan importancia.

Diego Velázquez. Felipe IV a caballo (después de la restauración), hacia 1635. Museo Nacional del Prado
Diego Velázquez. Felipe IV a caballo (después de la restauración), hacia 1635. Museo Nacional del Prado

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