Desde la antigüedad los regímenes políticos se han ligado a la arquitectura como forma de transmitir un ideal, un pensamiento, una ideología. Un ejemplo muy claro y evidente es el imperio egipcio y la construcción de las pirámides. El poder absoluto y divino del faraón debía mostrarse a sus súbditos en todo su esplendor y qué mejor manera de hacerlo que edificar un monumento en forma de pirámide de tamaño colosal. Hay muchísimos ejemplos de esto a lo largo de la historia, pero mi objetivo no es analizar la vinculación entre la arquitectura y la ideología, al menos no en este artículo. Mi objetivo de hoy es mucho más sencillo. Se trata de mostrar una serie de obras de arquitectura con un patrón común: su vinculación con una ideología.
¿Puede una obra de arte valorarse de forma ajena al fin para el que fue creada? ¿Podemos aislar dicha obra de los intereses a los que sirve y centrarnos únicamente en la concreción en sí? Yo creo que no solo podemos sino que debemos hacer ese esfuerzo. Dejemos pues nuestros filtros ideológicos en el armario y empecemos a ver obras.
Nueva Cancillería del Reich.
Comenzamos con la Nueva Cancillería del Reich en Berlín. En enero de 1938 Albert Speer fue consultado por Adolf Hitler sobre la posibilidad de construir una nueva cancillería antes de una recepción de diplomáticos que tenía programada. Esa reunión sería en enero de 1939, un año después. Uno no se gana la amistad de un Führer diciendo que no, así que se embarcó en esa difícil tarea y, si bien no terminó para enero de 1939, en abril Hitler tenía nueva cancillería. El edificio es una gran representación de la idea que tenía el régimen nazi de lo que debía ser la arquitectura. Con una estética fuertemente ligada al clasicismo, grandes dosis de monumentalidad y un refinado toque de sencillez funcional y racional. Una arquitectura que transmitiese imagen de poder y eficiencia. Speer juega como un maestro con la sensación que generan los espacios en sus visitantes. Se dice que uno de los objetivos que perseguía era que, para cuando el visitante llegase al despacho del Führer ya estuviera rendido a sus pies.
El espacio más representativo del edificio es la Galería de Marmol, una majestuosa sala inspirada en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles.
En el centro de esta gran sala se hallaba la puerta de acceso al despacho de Adolf Hitler. Un despacho cuidadosamente diseñado para recibir al visitante desde una posición ventajosa.Si os fijáis bien parece que las patas del asiento del visitante eran muy cortas. Pues no lo parece, lo eran. ¿Os he dicho ya que la intención era que el Führer tuviera una posición ventajosa sobre el visitante? Otro detalle es que el escritorio se encuentra en una esquina de la sala, la esquina más alejada del acceso. Uno puede imaginarse la sensación de entrar en ese despacho y recorrer esa distancia bajo un techo con ese artesonado de madera, ante la atenta mirada de un Adolf Hitler a contraluz. Espeluznante.
Sin embargo la zona administrativa se aleja un poco (nunca del todo) del lenguaje clasicista y enfatiza en el carácter funcional y sobrio de la arquitectura de Speer, pero sin perder su monumentalidad.
El edificio fue destruido por los bombardeos aliados y desmantelado por los soviéticos, usando sus restos para la construcción de un monumento conmemorativo de la liberación en Treptower Park en el propio Berlín.
Casa del Fascio
Nuestro siguiente edificio nos lleva a la Italia fascista de Benito Mussolini, en concreto a la localidad de Como, junto al precioso lago que le da el nombre, en el año 1932. Se trata de la sede del partido fascista local, diseñada por Giuseppe Terragni y es, en mi humilde opinión, el mejor ejemplo de que una obra de arte (de arquitectura en este caso) puede ser maravillosa por muy despreciable que sea su propósito.
El edificio es un semicubo perfecto, con base cuadrada y una altura de la mitad del lado de dicha base. Sus cuatro fachadas son diferentes pero comparten una férrea modulación. La fachada principal, la más característica, es una cuadrícula porticada de 5 módulos de ancho por 4 de alto y un paño opaco, requisito fundamental del partido para poder colgar carteles con propaganda. Aquí se encuentra el acceso al edificio, un espacio acristalado remetido con respecto al plano de fachada y con el pavimento exterior penetrando hacia el interior. El interior del edificio está dominado por un gran atrio central cubierto con vidrio.
La estructura del edificio es la que nos marca esa cuadrícula que se traduce en la fachada, extendiéndose en las 3 direcciones del espacio. Nos encontramos pues ante un magnífico ejemplo de arquitectura del movimiento moderno, el mejor ejemplo quizás del racionalismo italiano junto con la villa Malaparte de Adalberto Libera, pero también nos encontramos con un ejemplo de monumentalidad lleno de evocaciones al clasicismo, tanto en sus materiales (mármol de Bolticino) como en sus proporciones.
Tras la caída del fascismo el edificio fue reconvertido a Casa del Pueblo y ha sido utilizado por diversos organismos administrativos.
Universidad Laboral de Gijón
En España el régimen franquista también quiso tener un estilo arquitectónico reconocible y también quiso que ese estilo estuviese impregnado de neoclasicismo. Un ejemplo muy conocido es el Ministerio del Aire en Madrid, del arquitecto más prolífico en tiempos del régimen, Gutiérrez Soto. Pero he preferido traeros un edificio mucho menos conocido pero, para mí, más interesante. Es la Universidad Laboral de Gijón de Luis Moya.
En la década de los 40, tras un accidente minero en Asturias, el régimen franquista decidió crear un orfanato de acogida para niños cuyos padres habían sido víctimas de accidentes laborales. En ese orfanato se debía formar a los niños y, por tanto, debía contar con todas las dependencias necesarias para la enseñanza (escuela, talleres, residencia, instalaciones deportivas, iglesia -no olvidéis en qué época estamos-, teatro… etc). Posteriormente, una vez iniciada su construcción, se decidió añadirle una parte de formación laboral para cuando esos niños se convirtiesen en jóvenes. Así se acabó creando la Universidad Laboral de Gijón.
Como vemos se trata de un complejo edificatorio, más que de un edificio en sí, pero el objetivo del arquitecto es dar una imagen unitaria y completa. Huye de la fragmentación del programa en varios edificios que dialoguen entre sí, enfrentándose a la difícil tarea de articular una unidad compuesta de muchas partes. La articulación de dichas partes se realiza mediante la disposición de patios, a modo de El Escorial, destacando el patio principal donde se encuentran el Teatro y la Iglesia.
La Iglesia, con su geometría elíptica, tiene una posición predominante dentro del complejo, no solo por su disposición central en la composición del edificio sino también por su posición como remate del eje de la plaza principal. La composición de las fachadas dota al conjunto de la pretendida unidad arquitectónica.
Con la caída del régimen y la llegada de la democracia el complejo pasó a ser un instituto de enseñanza secundaria y tras ser prácticamente abandonado se acometió su rehabilitación siendo hoy en día un lugar que acoge una gran cantidad de ofertas culturales.
Concurso para el Palacio de los Sóviets
En 1931 el régimen de Josef Stalin decidió que era el momento de hacer un cambio (uno más) en la imagen que Moscú debía de tener. Para ello qué mejor que derribar un monumento del pasado, vinculado con los zares que promovieron su edificación (y además religioso) para edificar un coloso administrativo que albergase congresos y convenciones de gran envergadura. Por tanto se decidió la demolición de la Catedral de Cristo El Salvador y se convocó un concurso internacional para la construcción del Palacio de los Sóviets en su lugar. Fue el mayor concurso de la época con más de 160 participantes (sí, en esa época un concurso con 160 participantes era un hecho histórico; ahora es lo habitual). Participaron arquitectos de todos los estilos, desde Albert Kahn hasta Waltar Gropius. Uno de los participantes fue nada más y nada menos que Le Corbusier. El Corbu había valorado a la Unión Soviética por su concepto de “grande” y eso viniendo de alguien que opinaba que los rascacielos de EE.UU. eran pequeños es mucho decir. Así pues no pudo resistirse a participar en el concurso más grande convocado para el edificio más grande de un estado que lo hacía todo a lo grande.
Así pues se puso a proyectar y diseñó un complejo en el que predominaban dos grandes espacios, una sala de conferencias principal y otra menor, articuladas entre sí mediante edificaciones menores. Si os fijáis utiliza un concepto arquitectónico opuesto al ejemplo que hemos visto anteriormente. Aquí Le Corbusier huye de la creación de un edificio con una imagen unitaria articulado mediante patios y plantea dos piezas reconocibles dialogando entre sí.
El proyecto sigue gran parte de sus fundamentos teóricos, destacando la utilización del nivel de suelo para todo tipo de comunicaciones, tanto para automóviles como para peatones, elevando las edificaciones sobre pilotes. Pero si hay un elemento característico en el proyecto es el arco estructural de la sala principal.
La referencia fundamental que encontramos de un elemento así son los hangares para dirigibles que diseñó el ingeniero Eugène Freyssinet en Orly que podemos ver en la siguiente imagen:
Apunta Josep Quetglas otra posible referencia para el diseño de este arco tan impresionante; una referencia más asentada en las tradiciones del lugar (algo que a Le Corbusier le interesaba mucho), más arraigada en la cultura rusa. Un elemento que plasmó en este croquis que dibujó al llegar a la estación en Moscu:
No se trata del arco del triunfo conmemorativo de la victoria sobre Napoleón. Tampoco se trata de las cúpulas bulbosas de la Catedral de San Basilio. Se trata de algo más cercano. Efectivamente, el collar del caballo. Un sistema de collar, en forma de arco, que no entra en contacto con el animal, típico de Rusia. Si esa referencia es cierta o no nunca lo sabremos, pero la verdad es que apetece creerla.
Lamentablemente no fue considerado el mejor proyecto en el concurso por parte del jurado. Los intereses arquitectónicos soviéticos, al igual que en otros muchos aspectos, habían ido cambiando, quedándose apartadas aquellas propuestas de vanguardia constructivistas, suprematistas… etc. y fueron instalándose en las mentes del aparato del Estado visiones más figurativas y clasicistas. Lo que se acabó llamando “Gran Estilo” (recordad, es la Unión Sovietica, siempre grande). El concurso lo ganó Boris Iofan con un edifico clasicista de 400 metros de altura y coronado por una enorme estatua de Lenin.
El Palacio de los Sóviets no llegó nunca a terminarse debido, entre otras cosas, al estallido de la II Guerra Mundial. A comienzos de los 60 la Unión Soviética decidió abandonar oficialmente el proyecto y utilizó la excavación de la cimentación para hacer unas piscinas. En los 90 se decidió reconstruir la Catedral demolida.
Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937
Es 1937. Nos encontramos en la antesala de la II Guerra Mundial. La tensión entre los Nazis de Alemania y los Comunistas de la Unión Soviética es palpable, se corta con el filo de una navaja. En España se ha producido el golpe de estado del ejército contra el gobierno de la Segunda República y nos encontramos en plena Guerra Civil. Y es en esta coyuntura cuando llega la Exposición Internacional de París. Los estados deben realizar un pabellón en la capital francesa donde exponer elementos de su cultura. ¿Qué mejor ocasión para llevar la ideología al terreno de la arquitectura?
La Unión Soviética construyó un pabellón coronado por la enorme escultura de 24,5 m. de alto “Obrero y Koljosiana” de Vera Mújina. Alemania le encargó la construcción de su pabellón a Albert Speer quien, tras conocer mediante una filtración el proyecto soviético y ver que se trataba de dos figuras avanzando triunfalmente hacia su pabellón, decidió construir una gran masa cúbica que se opusiera a dicho avance. Por supuesto más alta que la de la Unión Soviética. En esta imagen queda patente la batalla de egos entre ambas potencias.
Mientras tanto, situado junto al pabellón alemán se construyó un pequeño pabellón, humilde, sin grandes pretensiones monumentales, pero no por ello con menos carga ideológica. Se trata del Pabellón de la República Española de Josep Lluis Sert y Luis Lacasa. El pabellón pretendía trasladar la imagen de un pueblo combatiendo al fascismo. Para ello lo fundamental era el diseño del contenido expositivo, que fue obra de José Gaos, Joseph Renal y Max Aub. Fueron estas tres personas quienes decidieron que el edificio fuera obra de Sert y Lacasa y una de las piezas fundamentales de la exposición fue el Guernica de Picasso.
Sert y Lacasa deciden realizar un pabellón racionalista, con un estilo ligado al Movimiento Moderno, pero a la vez con referencias a la construcción mediterránea. El edificio tenía tres plantas, fundamentalmente diáfanas, con un patio en medio. Construcción sencilla, rápida, modulada, casi prefabricada. Salas de exposiciones neutras, bien iluminadas, muy flexibles gracias a su compartimentación mediante paneles móviles, conectadas mediante escaleras y rampas que llevaban al espectador a modo de Promenade corbusieriana
Hacia el exterior el pabellón se mostraba, en coherencia con el resto, sencillo, modulado, ligero, sincero. Una visión que nos recuerda a la Casa del Fascio que hemos visto antes, pero descarnada de toda monumentalidad. Su objetivo era ser contenedor neutro de las obras de arte que eran quienes se encargaban de mostrar la lucha del pueblo español frente al fascismo.
Una vez finalizada la Exposición Internacional el edificio fue desmontado, destruido si queréis, como era su destino. Fue concebido como una obra de carácter efímero, temporal y así fue como terminó. Posteriormente en 1992, con motivo de los juegos olímpicos, se edificó una reconstrucción en La Vall d’Hebron (Barcelona) y acoge hoy en día una biblioteca especializada en la Segunda República.
Colonia Siemensstadt en Berlín
La última obra arquitectónica de este recorrido por la ideología nos lleva donde lo comenzamos: Berlín. Pero esta vez vamos a viajar a una época y una arquitectura mucho más moderna, es decir, unos años antes de la llegada al poder del Nazismo.
Nos encontramos en la antesala de los años 30, en la convulsa República de Weimar, con sus revoluciones obreras, sus amenazas ultraderechistas. Y entre medias haciendo malabares políticos el Partido Socialdemócrata. Es en este momento cuando el partido gobernante en Berlín decide hacer de la vivienda social su bandera. Aparece la figura del Consejero de Desarrollo Urbano, el arquitecto Martin Wagner, que crea la Gehag, una cooperativa estatal dedicada a la construcción de vivienda social. La Gehag se encarga de la construcción de varios barrios residenciales y promueve el desarrollo de otros a manos de entidades privadas. Este último es el caso de la Colonia Siemensstadt (Ciudad de Siemens). La ciudad de Berlín, por medio de Martin Wagner, convoca un concurso para el diseño urbano de este barrio y el ganador es Hans Scharoun que, para quien no le conozca, es el arquitecto autor de la maravillosa Filarmónica de Berlín.
Del lápiz de Scharoun sale el diseño de un barrio con los criterios del Movimiento Moderno. No debemos olvidar que la República de Weimar es el entorno en el que aparece y llega a su máximo esplendor la Bauhaus, primero en Weimar y luego en Dessau. Sus teorías urbanísticas hablan de la edificación en bloques de unas 5 alturas (sus estudios indicaban que era la altura más eficaz en cuanto a la relación de economía y bienestar) rodeados por un entorno natural. Todo esto quedó reflejado en el diseño de Scharoun para la Siemensstadt. Pero estamos hablando de Scharoun, un exponente de la arquitectura organicista, así que introduce elementos que se alejan de la visión racional-funcional que caracteriza a otros miembros de su grupo estilístico. Elementos curvos, no ortogonales, más expresivos, más relacionados con la percepción que con la pura racionalidad. Un ejemplo de esto es la disposición de los dos bloques que marcan el acceso a la urbanización, en disposición oblicua, en forma de embudo.
En el área central Scharoun genera una gran zona verde. Un parque al que los bloques de viviendas acometen de forma transversal. Un parque concebido como espacio de relación social. En el espacio entre bloques incorporó más zonas verdes arboladas, de menor escala, que hacen de transición desde la parte edificada hasta el gran parque.
Una vez definido el plan urbanístico quedaba diseñar los bloques. De eso se encargaron miembros del grupo Der Ring, al que pertenecía el propio Scharoun, así como Walter Gropius, Hugo Häring, Fred Forbat, Paul R. Henning y Otto Bartning. Cada uno de ellos deja su impronta y sus inquietudes en el diseño de los bloques.
En resumen, un catálogo de obras del Movimiento Moderno que consigan transmitir la imagen de una ciudad moderna, alejada de estilos representativos, preocupada por el confort y el bienestar de los trabajadores, que permitan una alta calidad de vida en la clase media alemana. Una arquitectura que transmita los ideales de la socialdemocracia alemana.
Dejamos la Alemania de 1929 y volvemos a nuestro presente, a nuestro hogar. Ya podemos volver a ponernos nuestros filtros ideológicos y respirar tranquilos. Podemos volver a ver al Nacionalsocialismo como la barbarie que fue, a Stalin como el sátrapa dictador que fue. Incluso podemos vestirnos de un cierto aire de superioridad y decir que nosotros nunca nos habríamos dejado comprar por ideologías para servirles de propaganda. Pero también espero que, cuando en algún viaje veáis un edificio erigido a mayor gloria de la ideología de turno, os despojéis de vuestros filtros y podáis percibir la belleza de la obra en sí.