La cara y la cruz del Coliseum y Jacinto Guerrero

El Museo Cerralbo celebra su arquitectura en el 90º aniversario de su construcción

Madrid,

Si pensamos en el edificio Coliseum de Madrid se nos vendrá primero a la mente la que es su fachada principal a la Gran Vía, que destacó por su modernidad en los años treinta y que con el tiempo, en el marco de la calle bulliciosa, parece haber perdido parte de su energía original. Frente a otros edificios cercanos, como los de los cines Barceló o Capitol, no podríamos quizá identificar sus rasgos con una etapa histórica concreta: parece intemporal y fácilmente podríamos datarla con posterioridad por su ascetismo, no exento de sutileza, pero también es posible encontrar sus raíces en el art decó o los rascacielos estadounidenses.

Edificio Coliseum. Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, 1930-1933. Fundación Guerrero
Edificio Coliseum. Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, 1930-1933. Fundación Guerrero

Obra de Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, refleja también esta fachada, la que podemos llamar cara de la construcción, expresivos claroscuros muy del gusto del primero y una expresividad más matizada, la de los retranqueos curvados presentes en los nervios verticales que organizan, casi matemáticamente, la cuadrícula de los ventanales. Aunque no llegó a ejecutarse por razones económicas, estaba previsto que esa secuencia vertical de nervios generara una gran cascada de luz que atrajera al público.

Con el objetivo de zambullirnos en la intrahistoria de un edificio junto al que tantos pasean cada día, la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero presenta en el Museo Cerralbo la muestra “El Colisevm, fantasía arquitectónica”, que recuerda que fue ese compositor, Jacinto Guerrero, una de las grandes figuras de nuestro teatro musical en la primera mitad del siglo XX, quien promovió su construcción con el fin de dotar a la capital de un teatro cómodo, moderno y técnicamente avanzado en un momento en que el espectáculo se consolidaba en España como forma de ocio y negocio entre diferentes capas sociales. Corría 1932 y no se había completado el urbanismo del tramo final de la Gran Vía, donde se ubica.

Bajo el comisariado de Alberto González Lapuente, podremos saber más, no solo de aquella cara, sino también de su adentro y de su cruz: la fachada a las calles laterales de General Mitre y San Ignacio, mucho menos observada por los viandantes pese a ser uno de los ejemplos más tempranos del racionalismo madrileño, de vocación funcionalista. En ella se hace aún más patente esa sencillez carente de ornamento que Fernández-Shaw llamaba ausencia de estilo.

En cuanto al interior del Coliseum, que aunaba viviendas, oficinas y las estancias propias del Cine-Teatro, este viene determinado por el encajonamiento del conjunto entre dos medianerías, por eso sus autores desplazaron la gran sala de espectáculos hacia la calle General Mitre y reservaron la planta baja para un vestíbulo extenso, que se inicia en el tránsito desde el exterior y continúa con varios tramos de ambiente “déco” y carácter constructivista hasta desembocar en una rotonda que sirve de introducción a la sala y los elementos verticales de comunicación, así como de charnela que estructura el obligado cambio de orientación del eje de la composición.

Ese vestíbulo, de efecto multiplicador, es el elemento que concentra la escasa decoración del conjunto, aunque en realidad esta se genere propiamente a partir del cojeado estructural del techo, las dos secuencias de pilares, las vidrieras con diseños de Muguruza, el tratamiento de las puertas de acceso, las barandillas de trazado geométrico y veladas referencias a pentagramas o del diseño del pavimento basado en dobles juegos de círculos concéntricos y secantes, en diálogo claro con las grandes y modernas lámparas circulares empotradas, también carentes de ornamentación.

La gran sala de espectáculos, concebida para que albergara indistintamente teatro, cine o conciertos, musicales o variedades, adoptó una forma abocinada que subraya su carácter unitario e ininterrumpido. Para evitar interrupciones estructurales, se construyó una gran viga-puente de casi treinta metros en la que se apoya el piso entresuelo, pero a la vez sus aristas, las únicas de la sala, se disuelven e integran en el espacio, concatenando una sucesión de líneas, planos y superficies alabeadas que modelan los pisos superiores y los palcos. Los muros se curvan y enlazan con la bóveda acústica colgada de la estructura metálica de la cubierta y destacan a nuestra vista la embocadura del escenario, el lucernario circular empotrado y los dos grandes nichos laterales que albergan pinturas decorativas de Fontanals. No hay más decoración que los puntuales y ligeros aparatos de luz de Juan José García y, cuando esta no existe, los mismos elementos arquitectónicos concentran toda la intensidad expresiva posible.

Edificio Coliseum. Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, 1930-1933. Fundación Guerrero

La sala, por cierto, parece materializar la “gran cueva” de la cripta del proyecto de 1929 de Fernández-Shaw para el concurso internacional del Faro de Colón y también recupera los interiores de sus presas sobre el Guadalquivir. Hay que subrayar, además, que para diseñar este teatro aquel y Muguruza se documentaron a fondo sobre los más modernos construidos en este género en Europa y Estados Unidos, al entender anticuados la mayoría de los escenarios madrileños; llevaron a cabo por eso interesantes aportaciones en cuanto a acústica, mecanización de escenario, telar y montaorquesta, seguridad, materiales, etc.

La muestra forma parte de la programación de las Jornadas de Zarzuela 2022, dedicadas a los “espacios singulares del teatro musical”, y coincide con el 90º aniversario de la inauguración del Coliseum, en diciembre de 1932.

Edificio Coliseum. Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, 1930-1933. Fundación Guerrero
Edificio Coliseum. Casto Fernández-Shaw y Pedro Muguruza, 1930-1933. Fundación Guerrero

 

“El Colisevm, fantasía arquitectónica”

MUSEO CERRALBO

c/ Ventura Rodríguez, 17

Madrid

Del 26 de enero al 18 de marzo de 2022

 

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