Domenico Gnoli por Germano Celant

La Fondazione Prada le dedica una retrospectiva

Milán,

Nació en una familia más que vinculada a las artes (su padre era el historiador Umberto Gnoli y su madre era pintora y ceramista) y a la impronta de ambos le sumó Domenico Gnoli las enseñanzas de nada menos que Carlo Alberto Petrucci, quien ya en 1950, cuando él no había cumplido los veinte, le animó a mostrar una serie de dibujos en la Galleria La Cassapanda de Roma. Asistió a clases de decoración teatral de la Accademia di Belle Arti de la capital italiana, pero pronto las abandonó para convertirse en actor en la Compagnia Pilotto-Carraro Miserocchi, formación que le permitió trabajar con éxito en la puesta en escena de funciones como Como gustéis de Shakespeare, dirigida por Robert Helpmann y representada en 1955 en el Old Vic Theatre londinense.

En 1956 viajaría a Nueva York con motivo de su primera exposición individual en Estados Unidos, celebrada en la Sagittarius Gallery de Nueva York, ciudad donde se instalaría un año después y donde trabajó como ilustrador para publicaciones como Vogue y Sports Illustrated. Sería ya en los sesenta cuando el italiano decidió concederle una mayor importancia a su carrera de pintor, en obras realistas y estáticas donde representaría objetos cotidianos, especialmente muebles, que serían muy bien recibidos por una crítica y un público cercanos entonces a una sensibilidad pop. No obstante, es fácil percibir en su obra huellas de movimientos artísticos también europeos de la primera mitad del siglo, como el surrealismo, el realismo mágico y la pintura metafísica.

Viajó Gnoli, en adelante, por todo el mundo hasta que en los últimos años de su vida residió en el pueblo mallorquín de Deià junto a su esposa, la también artista Yannick Vu. Y murió de cáncer a los treinta y siete años, cuando su trayectoria estaba en pleno auge.

Domenico Gnoli. Fondazione Prada
Domenico Gnoli. Fondazione Prada

Tras dedicar muestras a artistas representativos del devenir artístico en la segunda mitad del siglo pasado, como Edward Kienholz, Leon Golub y William Copley, la Fondazione Prada milanesa dedica este otoño una antología a este autor que subraya su discurso libre de etiquetas y documenta sus vínculos con la cultura internacional, explicitando lazos y subrayando afinidades. También pretende esta muestra, concebida por el historiador Germano Celant antes de su muerte en 2020, ampliar los puntos de vista de quienes, en el pasado, interpretaron la obra del artista desde un enfoque histórico y crítico original, reconociendo la inspiración que encontró en el Renacimiento y destacando el valor narrativo de sus imágenes.

Se han reunido, coincidiendo con el medio siglo transcurrido desde la muerte del creador, cerca de un centenar de pinturas que realizó entre los cincuenta y los setenta, junto a otros tantos dibujos y abundante documentación; estrechándose lazos entre su producción puramente pictórica y su labor como escenógrafo e ilustrador. La consideración de su obra ha tenido mucho que ver con los contextos culturales y 1964, año en que Rauschenberg obtuvo el León de Oro de la Bienal de Venecia, fue un punto de inflexión en su trabajo: Siempre he trabajado (como pintor) como lo hago ahora, pero no llamó la atención ya que era el momento de la abstracción. Solo ahora, gracias al Pop Art, mi pintura se ha vuelto comprensible (…). Siempre empleo elementos simples, dados, no quiero agregar ni quitar nada. Ni siquiera he querido deformar; yo aíslo y represento. Mis temas vienen del mundo a mi alrededor, de las situaciones familiares, la vida cotidiana… porque nunca trabajo activamente contra el objeto, experimento la magia de su presencia.

A partir de ese momento, su trayectoria bebió del minimalismo, el hiperrealismo y el arte pop, incluso si él describe nuestros objetos mundanos en vez de popularizarlos y aunque se sintió parte de una tradición “no elocuente” de la pintura italiana iniciada por Masaccio y Piero della Francesca y transmitida por Piranesi, De Chirico, Carrà, Severini y Campigli. También se dejó influir por sus contemporáneos Bacon, Balthus, Dalí, Magritte, Shahn y Sutherland; sin embargo, como explicó Salvatore Settis, “para lograr la impasibilidad de las cosas y la magia suspendida de una realidad impersonal, tuvo que dar la espalda a la tradición que amaba tanto y en la que volcaba su jerarquía de valores. Negar lo decorativo mediante una nueva exploración de la realidad a través del detalle”. Él hacía hincapié en la sensualidad inherente y la energía propia de lo cercano.

Su pintura destaca, asimismo, por su textura física: resaltaba las superficies, los colores y la sustancia de los elementos orgánicos e inanimados y mimaba, asimismo, un escrupuloso encuadre fotográfico. Ponía todas las cosas, naturales y artificiales, en un mismo plano, desde un deseo igualitario que tenía algo de posibilitación de la venganza de lo insignificante: del bajo, el secundario, el auxiliar, el despreciable, decía Celant.

La inesperada aparición en el lienzo de elementos aparentemente incongruentes, como bustos, mechones de pelo, zapatos, sillones, cajones, corbatas y botones, proporciona además al espectador una ligera sacudida mental y supone una invitación a completar el misterio. Llenos de significado, los detalles en las imágenes de Gnoli sugieren biografías enigmáticas de los objetos representados y dan testimonio de su convicción en la búsqueda de una reinterpretación radical de la representación clásica.

Domenico Gnoli. Fondazione Prada
Domenico Gnoli. Fondazione Prada

 

Domenico Gnoli

FONDAZIONE PRADA

Largo Isarco, 2

Milán

Del 28 de octubre de 2021 al 27 de febrero de 2022

 

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