El ingente peso de la tradición artística y artesanal italiana resultó determinante, como no, en el desarrollo de las artes decorativas en ese país durante la primera mitad del s XX, una etapa en la que vidrieros, ceramistas o ebanistas colaboraron con los grandes artistas plásticos con el doble propósito de traducir el deseo de progreso de la sociedad italiana cuando no había transcurrido demasiado tiempo desde la unificación, y de configurar, precisamente por esa razón, un auténtico “estilo italiano” que hiciera identificable su labor internacionalmente.
A ese periodo de intensa creatividad dedica el Museo de Orsay la muestra “¿Dolce Vita? Del Liberty al diseño italiano (1900-1940)”, que puede visitarse hasta el próximo 13 de septiembre y que cuenta con un centenar de piezas articuladas en un recorrido cronológico dividido en dos secciones: la primera centrada en el llamado estilo Liberty, propio del cambio de siglo y de las creaciones de Carlo Bugatti, autor de excéntricos muebles; de Eugenio Quarti y Federico Tesio, que en Orsay entablan diálogo con obras de pintores divisionistas; y la segunda volcada en el futurismo, cuya estética ligada al progreso técnico y a la velocidad impregnó tantos aspectos de la vida italiana desde los años diez y dio lugar a objetos igualmente extravagantes que hoy nos siguen sorprendiendo.
Más tarde llegaría el regreso al clasicismo de la mano de las cerámicas de Gio Ponti o los vidrios de Carlo Scarpa y la consolidación del severo lenguaje del Novecento y del estilo racionalista, al que tanto debe el diseño de hoy.
La creatividad y el entusiasmo que hicieron posible este espléndido periodo de las artes decorativas en Italia contrastan llamativamente, sobre todo desde mediados de la década de los diez, con el sombrío momento histórico que desembocaría en el régimen de Mussolini, de ahí que esta exhibición busque investigar cómo pueden hacerse ambos aspectos compatibles, “cómo puede existir una creatividad excepcional, en una nación que se precipita hacia la catástrofe”, aunque no sea la primera vez en la historia que esto ocurre.
EL LIBERTY, EL ART NOUVEAU ITALIANO
Volviendo al origen, hay que recordar que el Art Nouveau en Italia adquirió la denominación de Liberty, un estilo que tuvo su centro en el Norte del país y su año memorable en 1902, cuando tuvo lugar en Turín la primera Exposición Internacional de las Artes Decorativas Modernas. Allí el citado Bugatti presentó muebles cubiertos de pergamino con formas fantásticas y zoomorfas; Eugenio Quarti llevó su ligero mobiliario incrustado de hilos metálicos y nácar y el ferretero Alessandro Mazzucotelli expuso obras inspiradas en la naturaleza. Bugatti, por cierto, era cuñado de Segantini, representante significativo del divisionismo italiano.
Fruto de la fuerte y diversa identidad artística de las regiones del país, encontramos en Venecia genialidades del maestro vidriero Vittorio Zecchin, que también diseñó muebles, mosaicos y tapices en un estilo que recogía influencias del arte bizantino y de la Secesión vienesa; en Florencia, piezas de formas y técnicas muy originales a cargo del pintor y ceramista Galileo Chini, cuyo Liberty contiene también huellas renacentistas; en Faenza, las poéticas creaciones en loza de Domenico Baccarini y en Roma objetos modernos de Duilio Cambellotti y su alumno Alberto Gerardi inspirados en la tradición del arte italiano y en la naturaleza.
Recién estrenado el s XX, en 1909, y tratando de recoger el deseo de renovación de los jóvenes artistas, el poeta Marinetti fundó el movimiento futurista, que tuvo en Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo y Gino Severini a sus grandes figuras artísticas y que promovió el progreso y el dinamismo como valores creativos.
Los principios de esta corriente se materializaron, por ejemplo, en la casa de Balla, donde todo en ella estaba en venta y cuyo comedor presentaba formas extrañas y un vivo colorido; o en la Casa del Mago que Depero abrió en Rovereto, con tapicerías, carteles publicitarios o juguetes que evocaban una humanidad mecánica imaginaria. Hubo más casas de arte futuristas en otras ciudades italianas, siguiendo el ejemplo de éstas.
Del encuentro de uno de estos futuristas, Carrá, de Filippo de Pisis y De Chirico en 1917, en un hospital militar, nacería la corriente metafísica, a la que también Giorgio Morandi terminaría uniéndose durante algún tiempo.
Esta tendencia retomaría las relaciones del arte italiano con el clasicismo y tendría su etapa de apogeo en los veinte. Sus creaciones exploraron lo oculto y profundo de las cosas a partir del encuentro inesperado y poético de los objetos, y aunque en sentido estricto fue un movimiento estrictamente pictórico, sí tuvo cierto eco en las artes decorativas, por ejemplo en las cerámicas de inspiración clásica y gusto decó de Gio Ponti o en los originales vidrios de Buzzi y Martinuzzi.
NOVECENTO, EL CLASICISMO CONTEMPORÁNEO
La senda emprendida por la pintura metafísica se ensanchó desde los veinte de la mano del Novecento y su recuperación de los valores de la tradición. Sironi, Funi y Oppi fueron los primeros en defender sus formas puras y sus composiciones armónicas; en arquitectura, fue valedor de esta corriente el citado Gio Ponti, inventor además de numerosos motivos decorativos de inspiración clásica; y Zecchin, Martinuzzi y Scarpa crearon obras en cristal de formas puras utilizando inéditas técnicas de fabricación.
Con el tiempo, el Novecento pasaría a considerarse “arte oficial” del fascismo y produciría mobiliario de formas simples y sólidas, como el de Portaluppi. En paralelo a él se desarrollaría el Realismo mágico, impulsado por Felice Casorati y Antonio Donghi, que también propuso volver al clasicismo pero reclamando una interpretación original del mismo.
HACIA EL RACIONALISMO
Ya en 1926, un grupo de jóvenes arquitectos lombardos próximos a las teorías de Gropius y Le Corbusier, según los que las formas de los edificios y de los objetos usuales están determinadas por su función, fundaron el “Gruppo 7”, naciendo así el movimiento racionalista italiano.
Elaboraron muebles con formas depuradas y carentes de ornamentación; utilizaron nuevos materiales, como los tubos metálicos, y trataron de integrar el mundo de las artes en el de la industria y la producción en serie.
En Como, Terragni diseñó la emblemática Casa del Fascio y los artistas abstractos Manlio Rho y Mario Radice colaboraron en su decoración.
Entre los ejemplos más significativos de este periodo de transición, encontramos objetos innovadores como el Mueble radio de Franco Albini y la Lámpara “Bilia” de Gio Ponti, diseñada en 1931 pero puesta en producción muchos años después, porque se consideraba demasiado vanguardista.
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