El Museo Reina Sofía ha inaugurado hoy “Disonata. Arte en sonido hasta 1980”, la primera de sus muestras otoñales dedicadas al arte sonoro, uno de los ejes de su programación expositiva este año (próximamente llegarán la propuesta del Niño de Elche “Auto Sacramental Invisible. Una representación sonora a partir de Val del Omar” y la continuación de esta exposición, “Audiosfera. Audio Experimental Social, Pre-y Post-Internet”, que constará únicamente de proyectos sonoros).
“Disonata” ha sido comisariada por Maike Aden, musicóloga además de historiadora del arte, conforme a un proyecto de Guy Schraenen, figura poliédrica (galerista, editor, coleccionista, comisario, investigador y escritor) que, además, impulsó el desarrollo de una red transnacional de creadores que buscaron caminos novedosos para la producción, multiplicación y difusión de ideas y obras de arte, desafiando convenciones comerciales. El fin de este proyecto es analizar cómo artistas fundamentales del siglo XX, desde las vanguardias hasta sus últimas décadas, se adentraron en el sonido como campo creativo, al margen del terreno musical.
En el recorrido cronológico de la muestra encontraremos dos centenares de piezas, entre grabaciones, pinturas, instrumentos, esculturas, partituras, maquetas, textos y manifiestos, fotografías y filmes que ponen de relieve cómo, desde el futurismo a Elena Asins, el sonido no fue objeto infrecuente de estudio y medio de creación por parte de autores de épocas y tendencias diversas, por más que este haya sido uno de los ámbitos menos estudiados del arte contemporáneo hasta fechas recientes.
Artistas futuristas, dadaístas o surrealistas primero, creadores vinculados a Fluxus o al arte de acción después y hasta hace unos años figuras como Ulises Carrión, Esther Ferrer o la mencionada Asins se adentraron en los procesos sonoros, antes campo de trabajo exclusivo de los músicos, para trabajar en experimentos acústicos que desafiaban clasificaciones; de esa misma senda participarían también poetas o ingenieros.
Las distintas secciones que articulan “Disonata” se dedican a fases fundamentales en esas indagaciones sonoras, desde los instrumentos que entonaban ruidos llevados a cabo por los futuristas hasta proyectos nacidos en los ochenta en la corriente pospunk, pasando por experimentos de los cincuenta que vinculaban sonido, espacio y trabajo multimedia, como el dirigido por Le Corbusier para el habitual Pabellón de Philips en la Exposición Universal de Bruselas de 1958; por otros derivados del magnetófono o por las aportaciones de Zaj.
Entre los artistas pioneros en el trabajo con el sonido se encontraron futuristas como Marinetti, al que le interesaron sobre todo los avances técnicos y mecánicos en su producción y el paisaje sonoro urbano, o Luigi Russolo, creador de intonarumor: entonadores de crujidos, rugidos y ruidos varios cuyas réplicas encontraremos al inicio de la exposición. También dadaístas como Duchamp, que en Erratum Musical se sumergió en los azares compositivos, o Man Ray, creador de un instrumento que se negaba a sonar o de un metrónomo con ojo que llamaba la atención sobre la duración de los procesos creativos. La vanguardia rusa en torno a la Revolución de 1917 también está presente en la muestra, a través del filme de Vertov Entusiasmo: La Sinfonía de Donbass (1930), cuya banda sonora incorpora ruidos industriales.
Cuando, tras la II Guerra Mundial, se buscó trabajar desde cierto humanismo, aunque fuera con la tecnología como base, las creaciones sonoras se incorporaron a la Exposición Universal de Bruselas de 1958. En aquella ocasión la empresa Philips no contó con un pabellón al uso, sino que este se diseñó para albergar Poème électronique, un proyecto compuesto por un collage de proyecciones ideado por Le Corbusier y un trabajo sonoro de Edgar Varèse.
Utilizando, asimismo, centenares de altavoces conectados, se generaba un espectáculo multimedia que tenía el ambicioso propósito de ilustrar la historia humana; los espectadores se desplazarían a través de las cavidades de un estómago, en alusión al “renacimiento” de nuevas comunidades tras la contienda. El arquitecto quiso conjugar aquí cinco formas de juegos electrónicos (luz, color, ritmo, imagen y sonido); una maqueta y un vídeo da fe en el Reina Sofía de su intención.
Como decíamos, la exposición continúa explorando experimentos artísticos con el magnetófono. La posibilidad de manipular sus bandas a partir de superposiciones, cortes y regulaciones de velocidad permitió a Brion Gysin crear poesías visuales y también sonoras; escucharemos la grabación de su poema, de inspiración bíblica, I am what I am.
Permitía, también el magnetófono, el desarrollo de proyectos vinculados al letrismo, como La plástica parlante de Isidore Isou y, ya en los sesenta, artistas como Appel y Asger Jorn lo utilizaron para oponerse a nociones clásicas de la música. En sus discos titulados Musique Phénoménale reunieron rudas composiciones ejecutadas mediante golpes fuera de toda regla.
Otros artistas cuestionaron las divisiones tradicionales entre las artes plásticas y la música y el teatro a través de instrumentos, máquinas, estructuras y esculturas; fue el caso de Alexander Calder, del que veremos su móvil Red Disc and Gong, que produce o no sonidos aleatorios sobre los que no ejercemos control; o de los hermanos Bachet, contemporáneos artesanos que desarrollaron instrumentos semejantes a esculturas. Tinguely, por su parte, ideó Radio-Skulptur, mecanismo de funcionamiento en cambio constante, como las noticias que transmitía; Takis, instrumentos que se regían por flujo magnético; Pol Bury, esculturas de cuerdas y Dieter Roth, órganos derivados del ensamblaje de muy distintos objetos, incluyendo un sintetizador.
No podían faltar en “Disonata” las creaciones del movimiento Fluxus, que en los cincuenta amplió, desde la originalidad y el atrevimiento, el concepto de creación musical. El Reina Sofía ha reunido partituras de John Cage, gráficos y textos de George Brecht y La Monte Young que propugnaban la mayor libertad interpretativa y el muy representativo y lúdico Musical Economy No. 5 de Filliou. Junto a estas obras veremos las del grupo Zaj, que también cuestionó el concepto de autoría y de unidad de la pieza artística aplicándolo al sonido, ensalzando lo aleatorio e indeterminado. Contemplaremos un ejemplar del Viaje a Argel de Juan Hidalgo y el Concierto Zaj para 60 voces de Ferrer.
La exposición avanza así hacia los setenta, cuando el arte sonoro evolucionó hacia manifestaciones nuevas tras los anteriores experimentos. Asins homenajeó a Mozart en sus estudios sobre estructuras armadas a partir de elementos finitos (Strukturen) y las películas de Józef Robakowski y Ulises Carrión recogían sucesos sonoros, como la posibilidad de contar en voz alta en movimiento.
Las propuestas punk de los ochenta, epílogo de la exhibición, llegan de la mano de filmes desencantados de Dan Graham y Pettibon y los dos trabajos que cierran la muestra apelan especialmente a la emoción: una sala proyecta, en sus cuatro paredes, las actuaciones Exploding Plastic Inevitable que Ronald Nameth grabó y Warhol promovió y Chris Burden subraya, en su Atomic Alphabet, cómo los mass media pueden introducir cada día la violencia en nuestras casas.
Un recordatorio final. En otras circunstancias, esta exhibición estaría plagada de exposiciones. El Museo ha optado, en su lugar, por poner en marcha alternativamente las obras para evitar que sus sonidos puedan mezclarse.
“Disonata. Arte en sonido hasta 1980”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 22 de septiembre de 2020 al 1 de marzo de 2021
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