Recopilaciones, constantes recopilaciones. Una acumulación de imágenes y objetos compuestos a su vez por acumulaciones de otros componen “Todo procede de la sinrazón”, la gran retrospectiva dedicada a Carmen Calvo que hasta el 29 de enero podemos visitar en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid y que ha sido comisariada por Alfonso de la Torre.
Son innumerables, pero nunca iguales: las miles de piezas que integran las obras de esta artista valenciana son distintas (fijaos en detalle) y presentan connotaciones fetichistas: Carmen no tiene ningún afán coleccionista, pero encuentra en cada pieza, en cada imagen, las caras de una realidad oculta aún por desvelar. Manipulando sin trampa los restos de lo cotidiano nos convierte en voyeurs, arqueólogos o testigos de lo vedado.
En Alcalá 31 se han reunido un total de 77 obras entre pinturas, dibujos, libros de artista, esculturas e instalaciones, fechadas desde 1969 hasta hoy y articuladas conforme a un montaje que no ha desaprovechado ninguno de los espacios de este centro y que incorpora apartados, en la planta superior (no olvidéis subir las escaleras), dedicados a las referencias fílmicas y musicales más presentes en el pensamiento de Calvo.
Seguramente sea oportuno contemplar la exposición partiendo de la premisa de Paul Valery de la que hoy se acordado De la Torre (Ver es olvidar el nombre de las cosas que uno ve) y abiertos al malentendido enriquecedor que centró el discurso de entrada en la Real Academia de San Fernando de Estrella de Diego, porque la ceremonia de naturalezas muertas de aspecto vivo que una muy emocionada Calvo ha presentado hoy tiene más capas posibles de significado que las aparentes: sus trabajos se prestan a múltiples relecturas, casi a tantas como las que pueden generar los objetos olvidados y hallados con el paso del tiempo. El tiempo es oro cuando recae sobre ellos y son redescubiertos y traídos al presente para, de paso, explicar el pasado de otra manera.
Como ha recordado Jaime de los Santos, esta exposición coincide con la presentación en el Prado de diecisiete bodegones de Clara Peeters, otra mujer artista fascinada por lo que los utensilios cotidianos podían dar de sí, y no es una casualidad baladí teniendo en cuenta el aire barroco que desprenden muchas Recopilaciones de la valenciana.
Las alusiones al arte del pasado, la metarreflexión, ha sido una constante en la producción de Calvo, y precisamente esta antología se abre con dos pinturas de un género de antigua raigambre: escenas de caza que noquean al visitante desde el inicio y que tienen mucho que ver (pueden leerse como narración), aunque varias décadas las separen y la primera nos resulte especialmente violenta y vinculada a la reflexión sobre la esencia de lo femenino.
Como ocurre con esas pinturas, el conjunto de la obra de la artista muestra intereses comunes aunque haya evolucionado hacia un refinamiento creciente: proponen un viaje inmersivo hacia la intimidad y la noción de deseo, al lado teatral de nuestras vidas y de lo que ocurre tras las muertes o al mundo denso de la culpa, y también ofrecen una invitación inevitable a reflexionar sobre lo que aquí se ha bautizado como “canibalización de las imágenes”, un apropiacionismo creativo no solo de fotografías personales y de objetos hallados en rastros que incluso en sus mutilaciones hablan de vidas privadas, también de lo más orgánico y privado, como el cabello, recolectado aquí para referirse a lazos amistosos, para incorporarse a una gran esfera con trenzas (pelo íntimo, femenino y único en piel global) o para evocar sexualidad presidiendo la exposición.
Otra de las piezas fundamentales de esta exhibición es la instalación con la que la artista participó en la Bienal de Venecia del 97 junto a Joan Brossa: un cubo cuyo interior está repleto de objetos y elementos moldeados e intervenidos por ella.
Premio Nacional de Artes Plásticas en 2013, Carmen Calvo es ante todo una artista conceptual, aunque incorpore evocaciones al Pop en sus fotografías o referencias al Arte Povera en sus instalaciones, porque parte en sus procesos de trabajo de asuntos concretos sobre los que reflexionar (infancias desmadejadas, la opresión sobre la mujer) y el desarrollo posterior de sus obras se deriva siempre de esa intención.
Por su continuo tratamiento del pasado, de la niñez y del universo femenino, se hace inevitable no ligar sus intereses a los de Louise Bourgeois, pero aunque trabaje con objetos, la base de sus proyectos es pictórica: en muchos casos, y podemos comprobarlo en la planta baja de Alcalá 31, su recopilación enmarcada da lugar a pinturas en las que no interviene el pigmento.
Hace unos días os avanzamos el programa de actividades que va a acompañar esta muestra; podéis consultarlo aquí.
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