Era hijo de curtidor, se formó como platero y terminaría ejemplificando, quizá con más intensidad que cualquier otro pintor, los logros artísticos de la Florencia del s. XV. Cuando se encontraba próximo a la veintena, Sandro Botticelli entró a formarse en el taller de Filippo Lippi y sus obras tempranas se encuentran de forma muy clara bajo su influencia; es el caso de la Virgen con Niño y san Juan Bautista del Louvre, aunque esta pieza también evidencia ya búsquedas propias en relación con la luz y el espacio, intereses que conducirían a Botticelli a la bottega de Andrea Verrochio.
Sabemos que antes de 1470, y por tanto antes de cumplir los treinta, Botticelli ya tenía taller propio y su primera obra documentada la realizó en él: hablamos de Fortaleza, que hoy forma parte de la colección de los Uffizi. Tenemos también constancia de que en 1472 el artista era miembro de la Compañía de San Lucas, la confraternidad de pintores florentinos, y que Filippino Lippi, hijo del que había sido su maestro, era ahora su aprendiz.
En adelante compaginaría Botticelli encargos de las más importantes familias de mecenas florentinos, como los Pucci, los Tornabuoni, los Vespucci y los Médicis y en aquellos años, en el transcurso de la década de los setenta, llevaría a cabo el pintor, nacido en la misma Florencia, algunos de sus mejores trabajos, como la Adoración de los Magos de la National Gallery de Londres, el San Sebastían de los Staatliche Museen de Berlín, y retratos como el de Joven sosteniendo la medalla de Cosme de Médicis. Quizá fuese este el género en el que más brilló y al que más novedades introdujo, entre ellas la tipología de tres cuartos, inédita en el contexto florentino y exportada del flamenco.
No obstante, la década más fecunda de Botticelli fue la de 1480, y parte de la “culpa” la tendría Ludovico Sforza, duque de Milán. Tras realizar en 1480 para los Vespucci el fresco de San Agustín, se trasladó a Roma en 1481, invitado por el Papa Sixto IV junto a Ghirlandaio y Roselli, para unirse a Pietro Perugino en la decoración de la Capilla Sixtina, donde pintaría Las pruebas de Moisés, Las pruebas de Cristo y El castigo de los israelitas rebeldes. De regreso a Florencia en 1482, retomó su relación con los Médicis, para quienes pintó obras maestras de inspiración neoplatónica, como Alegoría de la Primavera, Nacimiento de Venus y Palas y el centauro. Algo después llegarían las igualmente imprescindibles Madonna del Magnificat o Marte y Venus.
Desde 1487 se aprecian cambios notables en su pintura, cada vez más centrada en temas sacros y con un estilo tan simple y ajeno a excesos ornamentales como emocionalmente más directo. Aunque estos cambios, acentuados tras 1490 y visibles también en Lamentación sobre Cristo muerto, suelen atribuirse a su conversión al ideario de Savonarola, se cree que esta se produjo hacia 1496-1497, fecha en que trabajó en el grabado Triunfo de la Fe, probablemente basado en un dibujo suyo que ilustra un sermón del dominico.
Las obras de Botticelli que mejor participan del credo llamado piagnone, como la profética Natividad mística, son posteriores a la caída de Savonarola en 1498 y consecuencia de la pena que su muerte causó al pintor. Aunque su prestigio se mantuvo al final de su vida (son pruebas de ello que en 1498 Luca Pacioli lo elogiaba en su Suma de Arithmetica, Isabel de Este se interesaba en 1502 por hacerse con sus servicios y en 1504 integraba la comisión que decidió la ubicación del David de Miguel Ángel), tras 1500 su estilo había sido superado en el gusto de los mecenas florentinos por la maniera devota representada por Perugino y el joven Rafael, Leonardo y Miguel Ángel.
Seguramente Botticelli fue consciente de su cierto desfase y trató de renovarse en su última Adoración de los Magos, bajo la influencia de una obra de Leonardo con la misma temática. Su fortuna crítica es, hasta cierto punto, reciente: la fama de Botticelli permaneció eclipsada hasta la última década del siglo XIX -solo lo reivindicaron mínimamente prerrafaelitas y nazarenos.
El Museo de Bellas Artes de Boston acoge, hasta el 9 de julio, “Botticelli and the Search for the Divine”, la mayor antología dedicada al artista en Estados Unidos hasta la fecha. Se centra en analizar las transformaciones temáticas y de estilo de su pintura desde sus representaciones de dioses clásicos a sus austeras obras religiosas, y en la relación que aquellos cambios tuvieron con los que se sucedieron en el ambiente político y devoto de la Florencia de su siglo.
Si en sus escenas mitológicas (pueden verse en Boston Minerva y el centauro y Venús, llegadas de Florencia y Turín) apreciamos figuras elegantes, contornos fuertes, poses líricas y cortinas transparentes y fluidas que remiten tanto a modelos antiguos como a las preferencias de sus clientes, en su última etapa Botticelli se convirtió en un pintor severo, como decíamos, bajo la influencia del austerísimo Savonarola, que instauró en su ciudad una teocracia tras el exilio de los Médicis, en 1494.
La producción del artista se contagió de aquel ambiente rígido en el que los actos personales se sometían a severo escrutinio y los bienes mundanos (no solo cosméticos, espejos, instrumentos musicales y ropa lujosa, también desnudos pictóricos y obras de tema pagano) ardían en el fuego, en una suerte de hoguera de las vanidades.
La exposición también incluye pinturas de su maestro Filippo Lippi, su discípulo Filippino y otros contemporáneos. Han sido veinticuatro las obras cedidas a esta exhibición por prestadores internacionales que acompañan a la obra tardía Virgen y Niño con San Juan Bautista, perteneciente a los fondos del propio MFA de Boston, y a importantes préstamos del Isabella Stewart Gardner Museum.
“Botticelli and the search for the Divine”
Avenue of the Arts
465 Huntington Avenue
Boston, Massachusetts 02115
Del 15 de abril al 9 de julio de 2017
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