Con la colaboración del Centre Pompidou parisino y tras su paso por Barcelona, CaixaForum Madrid presenta desde hoy “Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo”, una exposición que examina los diálogos entre creación y medio natural en los siglos XX y XXI desde disciplinas muy diversas: de la pintura a la arquitectura, pasando por la escultura, el cine, la fotografía y el diseño. Como es de esperar, surrealismo, arte povera y land art adquieren protagonismo en el recorrido de esta muestra, que además de referirse a la persistente atracción de los artistas por las formas orgánicas o la vida microscópica, subraya las perspectivas críticas que sus trabajos pueden abrir en relación con nuestros modos de relacionarnos con el entorno a día de hoy.
Angela Lampe, conservadora del Pompidou, comisaría un proyecto que comienza recordando cómo, en las primeras décadas del siglo pasado, los lazos entre naturaleza y arte se vieron condicionados por el desarrollo de técnicas de fotografía microscópica que revelaron dimensiones de la vida hasta entonces insospechadas: las de microorganismos que podían manifestarse prácticamente como composiciones abstractas. Avanza el montaje exhibiendo propuestas de mediados del siglo XX en las que bosques, paisajes y plantas eran parte intrínseca del trabajo creativo y finaliza con obras más recientes derivadas de la irrupción en las técnicas artísticas de la biotecnología y de nuevas tecnologías científicas; en los últimos años, no son pocos los autores que han empleado materiales orgánicos o biomateriales para generar piezas conceptuales que, en algún caso, evolucionan en el tiempo como organismos vivos. Sobre todo en estas últimas manifestaciones, las lecturas políticas, ecológicas y sociales son claras.
Las piezas más tempranas de “Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo” datan de 1920, solo unos años antes de que Alfred H. Barr, director entonces del MoMA de Nueva York, introdujera este término en una exposición que este centro brindó a la abstracción en 1936: lo utilizó para referirse a piezas que no terminaban de encajar en los rasgos del arte abstracto y geométrico de aquel tiempo. Nos recibe la escultura de Henri Laurens Metamorfosis (1940), que evoca que el tratamiento de estas transformaciones, tanto en seres humanos como en fauna y flora, ha sido corriente en todas las culturas, también en la Antigüedad clásica; esta figura, entre lo humano y lo animal, nos sugiere dinamismo e hibridación, notas esenciales del arte contemporáneo ligadas a su capacidad para modificar nuestra percepción de lo dado.
Otro gran escultor en esta exhibición es Julio González, cuyo Cáctus II (1939) diluye las fronteras entre naturaleza y cultura, y por tanto entre lo material y lo espiritual; se acompaña de composiciones de Tanguy y Max Ernst, de las formas orgánicas que tan pronto como en 1929 filmó el neozelandés Len Lye y de uno de los trabajos de Georgia O´Keeffe en los que lo antropomórfico se proyecta en el paisaje: la pintura Red, yellow and black streak (1924). Un capítulo específico de la muestra trata, por cierto, de la transformación del cuerpo femenino en flor: de él forman parte Femme fleur del mencionado Laurens, Le chapeau à fleurs de Picasso (en este caso la hibridación se produce con un sombrero floral) o la escultura tardía de Brassaï Femme-fleur (1984), de mármol rosa, en la que esa flor simboliza lo bello, pero también el sexo y la reproducción.
No siempre las fusiones entre distintas formas de vida natural adquieren, sin embargo, una estética placentera, como prueba L’Âne pourri de Dalí, plenamente surrealista, o Femme égorgée de Giacometti, un cuerpo hecho herida.
Al margen de metamorfosis, el arte también nos ha sugerido correspondencias. Composition cellulaire au cercle rouge, de Léon Tutundjian, es la primera pieza de una sección en la que se establecen analogías entre las formas del cuerpo femenino y las vegetales; en torno a ellas trabajaron Jean Arp (en esculturas de los treinta en las que es posible reconocer miembros corporales) o Raoul Hausmann, en fotografías de la misma década marcadas por la sensualidad.
Otra vía para la relación entre naturaleza y arte la da la mímesis: una imitación que puede afectar a formas, estructuras o principios rectores de movimiento y en la que profundizaron Alexander Calder, cuyas formas suelen desplazarse como elementos del mundo real; Alvar Aalto, en muebles que remiten a la simplicidad bella de las plantas; o Hessie, artista de los sesenta y setenta reivindicada recientemente en Francia en cuyos tejidos se conectan los saberes tradicionales con dicha naturaleza.
Hablábamos de Aalto y, efectivamente, el diseño cobrará protagonismo en este episodio mimético: CaixaForum nos enseña una lámpara en forma de flor de Patrick Jouin, una mesa inspirada en hojas de ginkgo de Ross Lovegrove o una estructura de Andrew Kudless que remite a una colonia de balanos. Cultivaron igualmente la mímesis Alberto Magnelli, atendiendo a las piedras y la tierra; el fotógrafo Paul Nash, con cantos rodados; o Juan Daniel Fullaondo, que ha creado una arquitectura evocadora de una montaña para esta presentación madrileña.
Gran observador de las plantas, no podía faltar en esta exhibición Paul Klee, quien además teorizó sobre los vínculos entre la pintura y las formas orgánicas; su Pflanzenwachstum (1921) ilustra desde la abstracción el proceso de crecimiento de vegetaciones y animales… y de una obra de arte. Kupka se fijaría, en el mismo periodo, en la evolución de pistilos y estambres y, hablando del paso del tiempo, ha llegado, asimismo, a CaixaForum Madrid uno de los filmes que documenta la espiral Jetty de Smithson, casi contemporánea al trabajo de Pino Pascali Las plumas de Esopo, que vincula escritura y plumas, cultura y naturaleza de nuevo.
El land art, y otras corrientes artísticas desarrolladas en los sesenta y setenta, vinieron a introducir en la creación la dimensión de lo efímero: veremos la célebre lechuga de Giovanni Anselmo, descomponiéndose a medida que avanzan los días; desde una perspectiva distinta han contemplado las flores Jeroen de Rijke y Willem de Rooij, que en Bouquet III las asocian a la violencia, a la participación holandesa en la segunda Guerra del Golfo (y a las promesas tan poco duraderas como ellas). Por su parte, los creadores italianos ligados al arte povera se acercaron a lo natural desde un enfoque conceptual: Albero, de Penone, que alude al árbol oculto en las vigas industriales de madera, contraponiendo lo humilde al gran consumo, se enlaza aquí con un banco de madera de Benjamin Graindorge a medio camino entre lo natural y lo manufacturado.
Una última sección de “Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo” recoge trabajos que apelan a los riesgos medioambientales que enfrentamos, como los de Pamela Rosenkranz, que en Estanque de piel (relucir) se refirió a los efectos de la cosmética sobre nuestra piel y nuestra percepción del propio cuerpo; Tetsumi Kudo, autor de un jardín posnuclear con flores de formas fálicas que hemos de relacionar con las consecuencias de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; o Jeremy Deller, del que veremos la instalación audiovisual Exodus, sobre la amenaza que percibimos en los murciélagos a raíz del COVID-19.
“Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo”
Paseo del Prado, 36
Madrid
Del 19 de febrero al 9 de junio de 2024
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