En el año pasado, pródigo en centenarios, quedó en cierto modo opacado el de Juana Francés, nacida en Alicante como Juana Concepción Francés de la Campa y fallecida en Madrid en 1990. Fue la única mujer que formó parte del grupo El Paso, una de las primeras figuras de nuestro informalismo y alcanzó en vida el reconocimiento de la crítica tanto en sus comienzos figurativos como en los últimos compases de su andadura; sin embargo, ha quedado relegada en el panorama expositivo y en la historiografía, desde los sesenta hasta tiempo reciente.
Uno de los centros que con mayor ahínco viene trabajando en dar a conocer su legado es el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante. MACA, que ha dedicado últimamente exposiciones a su pintura abstracta (cajas, tierras, cometas, fondos marinos) y ahora explora sus primeros pasos en “Juana Francés. La construcción de una artista moderna, 1945-1956”.
Es la fase menos conocida de su carrera, que no la menos relevante: además de tratar de definirse y de diferenciarse a la vez, como todos los autores en sus inicios, se caracterizó por su recopilación de referentes, a priori, difíciles de encajar, como el aura italiana, el simbolismo, el surrealismo metafísico y la geometría. El fruto de tantos estudios en diferentes direcciones derivó, en su caso, en lienzos contundentes y matéricos de temáticas aparentemente tradicionales (familias, bodegones, retratos de niños y mujeres) que cobijan misticismo y misterio.
Para lograr sus texturas y empastes se valía Francés de la encáustica: mezclaba cera, resina y disolvente sobre soportes rígidos, superponiendo capas de pintura que después rompía, hería, con un clavo. Esos códigos acercaban su lenguaje al de la pintura mural y anticiparían su inclinación por la experimentación, una impronta continua en su carrera.


Se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en la segunda mitad de los cuarenta, recibiendo allí enseñanzas ancladas en el impresionismo tamizado por Sorolla y poco abiertas a las nuevas corrientes internacionales. Obteniendo becas pudo viajar, ya en los cincuenta, a Francia e Italia y allí recibió nuevas y más contemporáneas influencias: en París, las del art brut de Dubuffet, las de Picasso, Jean Fautrier, Pierre Soulages, Bernard Buffet, Wols y Hans Hartung; ya en el capítulo italiano, las de Uccello, Piero della Francesca o Andrea Mantegna.
Su primera muestra individual tuvo lugar en 1956 en el Ateneo madrileño y en ese año también emprendió ella un nuevo viaje, de largo recorrido, por Europa, donde pudo tomar contacto con otras tendencias. Desde entonces siempre mantuvo su compromiso con su trabajo, adoptando la posibilidad y el deber de vivir de él, de profesionalizarse y participar activamente en la vida artística en España.
En su etapa de formación madrileña Francés llevó a cabo las esperables copias del Museo del Prado, paisajes de ecos impresionistas, retratos de familiares y dibujos, sobre todo de desnudos femeninos. Cuando pintaba, solía expandir el óleo sobre el lienzo con una espátula, logrando de ese modo colores planos para sus bodegones, figuras humanas y maternidades. Son asuntos habituales entre las mujeres artistas, pero en la alicantina pierden dulzura en favor de un aspecto inquietante, ligado a su hieratismo y su frontalidad.
En sus naturalezas muertas, tan sencillas como sólidas, encontramos una materia rugosa de pasta espesa y sus objetos, que nos resultan extraños pese a sernos conocidos, se disponen sobre fondos claros de líneas duras o entre tinieblas más bien oscuras. Entre sus tonos predilectos figuraron el verde turquesa y el amarillo cromo.

Hacia 1952 aparecen en su producción las grandes composiciones pobladas por figuras humanas, voluminosas, de corte geométrico y un simbolismo suave. Se trata de figuras silentes, pasmadas o imperturbables, de formas arcaizantes o esquemáticas; en parte, clásicas. Curiosamente en ellas las bocas apenas se aprecian o no se pintan; en algún caso incluso se tapan con la mano: podría tratarse de una alusión al contexto político de entonces. Dominan los tonos fríos y apreciamos formas arquitectónicas irreales que sitúan estas escenas entre el realismo mágico y el surrealismo metafísico.
Sus primeras piezas claramente experimentales datan de mediados de los cincuenta: hablamos de cartones y lienzos sin perspectiva, que ya caminan entre lo figurativo y lo abstracto y parecen remitir a Kandinsky y Klee. Estas composiciones, de tonalidades más vivas y ejecutadas en técnicas como el grattage, el frottage o la encáustica, no llegó a mostrarlas, pero trazan el arranque de un camino sin vuelta atrás que desembocó en la abstracción informalista y matérica en la que se sumergió en 1957, fuera ya del periodo analizado en esta exposición.
No se conservan todas las pinturas de la artista realizadas entre 1945 y 1956, pero buena parte de ellas las preservan las cuatro instituciones a las que esta autora donó su legado: el Museo Reina Sofía, el IAACC Pablo Serrano de Zaragoza, el IVAM de Valencia y el propio MACA de Alicante. Otras piezas del recorrido proceden de la Colección Studiolo de Candela A. Soldevilla, la del Instituto de Turismo de España, la familia de Nellina Pistolesi, las de Francés Coloma e Izard Francés.


“Juana Francés. La construcción de una artista moderna, 1945-1956”
MACA. MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE ALEMANIA
Plaza de Santa María, 3
Alicante
Del 8 de octubre de 2025 al 25 de enero de 2026
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