Arte belga: medio siglo de debate con la realidad

El Thyssen malagueño explora su evolución desde el fin de siglo hasta los cuarenta

Málaga,

He hecho sacrificios a la roja diosa de las maravillas y de los sueños, necesidad complementaria indispensable para el artista, pero delito a los ojos de algún buen apóstol distribuidor de celebridades burguesas. Lo dijo Ensor, pero sus palabras podrían haber salido de algunos otros autores belgas que, en los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, participaron en la búsqueda de una modernidad que habría de aunar rasgos locales e influencias internacionales y que también transitó a medio camino entre lo real y lo imaginario, quizá con más claridad que en otros países europeos.

Al Museo Carmen Thyssen de Málaga han llegado más de sesenta obras procedentes del Musée d’Ixelles de Bruselas que repasan el desarrollo de la pintura en ese país en aquel periodo, entre el fin de siglo y los cuarenta, desde el despliegue del realismo y el paisaje naturalista hasta el surrealismo de Magritte y Delvaux. Se inicia el recorrido, en la Sala Noble del centro, recordando que los grandes autores decimonónicos franceses expusieron también en el país vecino y que dejaron huella: frente a una tradición de estrecha cercanía con la realidad palpable, el conocimiento de los paisajes crudos de Courbet y las vistas rurales austeras de los miembros de la Escuela de Barbizon estimularían allí el asentamiento de un realismo social que tendría como figuras fundamentales a Constantin Meunier, Charles Degroux o Eugène Laermans.

Asimismo, los ya belgas Hippolyte Boulenger y Louis Artan impulsarían la exploración del paisaje local desde un estilo que se alejaba de convenciones para acoger técnicas más libres en su plasmación, pinceladas gestuales que podemos considerar precursoras del impresionismo. Entre sus autores destacaron los artistas ligados al Círculo de los XX, tan influyente como breve en su actividad (pervivió entre 1883 y 1893), y a Libre Esthétique, colectivo algo más duradero (1893-1914) en cuyos salones expusieron impresionistas y vanguardistas galos. A ellos acudió, por cierto, el coleccionista Octave Maus, que atesoró varias de las piezas que ahora han llegado a Málaga y también fue crítico y animador cultural.

Théo van Rysselberghe. Té en el jardín, 1901. Donación Madeleine Maus
Théo van Rysselberghe. Té en el jardín, 1901. Donación Madeleine Maus
Jos Albert. El gran interior, 1914. Propiedad de la Comunidad Francesa de Bélgica, en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas © Joseph Pierre Albert / Jos Albert, VEGAP, Málaga, 2022
Jos Albert. El gran interior, 1914. Propiedad de la Comunidad Francesa de Bélgica, en depósito en el Musée d’Ixelles, Bruselas © Joseph Pierre Albert / Jos Albert, VEGAP, Málaga, 2022

Más allá de esos grupos, fueron numerosos los creadores que experimentaron con la luz y el color valiéndose de técnicas impresionistas o puntillistas, contribuyendo a la afirmación de un divisionismo específicamente belga: fue el caso de Théo van Rysselberghe, Willy Finch, Anna Boch y Émile Claus, pero también de Darío de Regoyos, en Bélgica por entonces. La vanguardia de la que allí participó el español fue aquella que pretendía modernizar los contenidos: plasmar la actualidad cotidiana, no la heroica sino la menos apreciada por antiestética. Y en este mismo país publicaría La España negra.

No falta en la muestra el mencionado Ensor, uno de los autores más odiados por la burguesía, por el humor incisivo que plasmó en sus fantasías grotescas de máscaras y calaveras. Pintó a los personajes más humildes de Ostende (pescadores, marineros, lavanderas, vendedores ambulantes) y a tipos que encontraba en el medieval barrio de la Puterie de Bruselas, pero también desplegó su universo de símbolos, alegoría y comedia absurda, a medio camino entre la fantasía y el reflejo de vicios privados y públicos.

Tampoco artistas que no pueden adscribirse ni al realismo basado en la observación de la vida de un país en proceso de industrialización ni al impresionismo y su pintura atmosférica, como los simbolistas: este movimiento tendría un desarrollo especial en Centroeuropa. Las escenas oníricas y nunca plácidas de Fernand Khno¢, Félicien Rops o Léon Spilliaert parecen anticipar atmósferas surrealistas e implican una ruptura con lo real que abriría en adelante territorios nuevos, como los de Rik Wouters, Louis Thévenet o Jos Albert, cuyos colores puros derivan de los fauvistas, o las escenas rurales intimistas y rurales de Anto Carte o Gustave De Smet, expresionistas por sus formas duras y sus colores terrosos.

Cierran la exhibición quizá las figuras más internacionales del arte belga, que son también los máximos exponentes de su surrealismo: Magritte y Delvaux. El primero llamó a sus lienzos “pinturas pensantes” o “pensamientos visibles” y los hacía derivar del estudio constante de ciertos motivos como modo de acercarse a un enigma. Ese misterio tiene que ver con la propia pintura y sus entresijos: entendió el de Lessines que lo que en ella vemos no son solo figuras y objetos, sino también, y esencialmente, su representación, el mismo cuadro que contiene una trampa en la que deberemos caer para desvelarla y dejarnos embaucar de nuevo. Sus recursos fueron los propios de la metapintura (las ventanas, los espejos, las figuras de espaldas, las pinturas dentro de pinturas); no eran inéditos, pero se sirvió de ellos para incidir en la preeminencia de lo inesperado y lo singular en el arte.

En los trabajos de Delvaux también nos esperan misterios o angustias: los pueblan figuras femeninas, errantes o sonámbulas, que habitan escenografías; Jean Clair afirmaba que el secreto huidizo de sus obras tiene que ver con la afinidad entre el espacio del museo y el del prostíbulo, como lugares ambos de observación y de culto fetichista. Recreó el belga, en cualquier caso, interiores burgueses, inmiscuyéndose en la intimidad de los dormitorios, pero lo recordamos sobre todo por sus espacios agorafóbicos y el contraste entre unos y otros genera inestabilidad, un sentido de lo ambiguo y de lo desconocido muy personal.

René Magritte. L’Heureux donateur, 1966. Musée d’Ixelles. Adquisición, 1966. © René Magritte, VEGAP, Málaga, 2022
René Magritte. L’Heureux donateur, 1966. Musée d’Ixelles. Adquisición, 1966. © René Magritte, VEGAP, Málaga, 2022

 

 

 

“Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles”

MUSEO CARMEN THYSSEN

Plaza Carmen Thyssen

c/ Compañía, 10

Málaga

Del 11 de octubre de 2022 al 5 de marzo de 2023

 

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