El suyo es uno de los nombres imprescindibles de la pintura europea desde los ochenta; en sus inicios se vinculó a Arnulf Rainer a movimientos como el informalismo o el tachismo, pero lo más propio y profundo de su producción son los llamados Übermalungen: repintados gestualmente expresivos presentes en su obra desde los cincuenta. Como veremos, uno de los asuntos que con mayor frecuencia ha abordado ha sido la dualidad vida-muerte, a través de imágenes oscurecidas, destruidas, en las que parece querer sacar a la luz algo nuevo: estrechas zonas iluminadas en la oscuridad sugieren calma y meditación, espiritualidad. La misma que encontramos en sus numerosas representaciones de crucifijos, nacidas de su admiración por el Retablo de Isenheim de Grünewald: entendió Rainer la forma de la cruz como abreviatura del rostro humano, al modo de Jawlensky, Mondrian o Rothko.
También le han influido las cabezas grotescas de Messerschmidt, los demonios de El Bosco, los rostros de las víctimas de la violencia de Goya o los autorretratos de Van Gogh, de hecho, sus obsesivas pinturas de muecas evocan una expresividad desesperada e inquietudes existenciales con recorrido al margen de la abstracción gestual o el action painting, porque nunca revela el artista su yo más íntimo.
El pasado 8 de diciembre Rainer cumplió 90 años y la Albertina de Viena ha aprovechado la ocasión para rendirle tributo mostrando sus extensas colecciones del creador de Baden: hasta el 19 de enero, podemos contemplar sus obras clave y algunas de sus series tempranas y percibir, tanto contemplándolas individualmente como en el diálogo de conjunto, su fiel amor por la dualidad: de línea y color, de blancos y negros, de vacíos y plenitudes, de dinamismo y de calma, de abstracción y figuración.
Podremos asimismo confrontar sus impulsivos dibujos abstractos con trabajos en los que experimentó con superficies y cromatismos, con la destrucción de las formas, y no faltarán obras dedicadas a su cruz, emblema de muerte, misterio y transitoriedad.
Un capítulo esencial de esta antología lo constituyen sus pinturas fechadas desde 1968/1969, muchas de ellas basadas en los rasgos faciales del artista. Se fotografiaba haciendo muecas en fotomatones públicos, ampliaba las imágenes resultantes y posteriormente las modificaba a discreción. Aquel procedimiento fue el punto de partida de sus series Face Farces y Body Poses, cuyos últimos capítulos escenificaría con un fotógrafo en estudio y supondrían la contribución performativa de Rainer al accionismo (vienés) y un uso innovador, e independiente, del medio fotográfico.
En aquella época, la de la posguerra, Rainer se convirtió en buscador radical de nuevos medios de expresión, y la originalidad de sus procedimientos lo emparejó con sus contemporáneos amantes de la experimentación: Gerhard Richter, Sigmar Polke, Georg Baselitz, Maria Lassnig, Bruce Nauman o Yves Klein. A sus pinturas basadas en la superposición de capas les seguirían, desde fines de los noventa, otras veladas, a veces iridiscentes: complejos espacios nacidos de la indagación en la representación de luz y color.
El propósito de esta exhibición de la Albertina es subrayar la importancia de Rainer en el contexto artístico posterior a 1945, dentro y fuera de las fronteras de Austria.
“Arnulf Rainer. Un homenaje”
Albertinaplatz 1
Viena
Hasta el 19 de enero de 2020
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