“La línea es el esqueleto indispensable de la pintura, pero ¿por qué se ha de utilizar la línea para dibujar los contornos? ¿No es acaso el ritmo mucho más importante? No existen los contornos, solamente hay transiciones de una cosa a otra, de la luz a la oscuridad, de un color a otro. Los contornos son limitaciones y existe un mundo si limitaciones donde la pintura es un mundo en sí misma sin otro límite que el exterior del marco.”
Esta cita de Anna-Eva Bergman que encontramos sobre una de las paredes de la sala de exposiciones del Palacio de Velázquez del Retiro, donde hasta el próximo mes de abril se exhibe la obra de esta artista de origen noruego, sintetiza buena parte de lo que el espectador podrá ir descubriendo al adentrarse en la muestra.
Bergman, que representa uno de los proyectos abstractos más interesantes y coherente (también de los más desconocidos) del arte de la segunda mitad del siglo XX, consideraba el ritmo un elemento esencial como parte estructural de la pintura, un ritmo fruto de combinar determinadas formas, líneas y colores. Este es, precisamente, uno de los pilares en torno a los que se articula la exposición, que lejos de ser una antológica de la artista se centra en un periodo concreto y fundamental de su obra, entre los años 1962-1971; una etapa considerada clásica dentro de su producción y que coincide con una serie de viajes por Noruega y España que le influyeron notablemente.
A través de una selección de 70 piezas —algunas de ellas rara vez expuestas en público— se abordan los temas que de manera recurrente encontramos en su obra, como son un diálogo permanente entre Norte y Sur, el aspecto desértico y la luminosidad de los paisajes, los astros, las montañas, el mar, los barcos, los acantilados o las piedras.
Otra de las particularidades de Bergman, que se refirió en alguna ocasión a su trabajo como el arte de abstraer más que un arte abstracto, es que trabaja el paisaje como reflejo de su mundo interior. Vemos que el paisaje ya no es una ventana que nos muestra algo que está fuera, como sucedía en el arte moderno. Aquí, el paisaje es memoria, son los paisajes noruegos, los fiordos, el sur de Francia y, sobre todo, España, Castilla y Carboneras.
Como brevísima y rápida presentación señalemos que, aunque nacida en Estocolmo, Anna-Eva Bergman (1909-1987) estudió Bellas Artes en Oslo, manifestando en esos primeros años su interés por captar esa luz tan especial del paisaje noruego. En 1929 se trasladó a Francia, donde conocería a Hans Hartung, y formaría parte de la Escuela de Arte de París. Con él, además, se casaría en dos ocasiones. Las primeras obras de Bergman estuvieron marcadas por la influencia de los artistas alemanes de la Nueva Objetividad, pero a partir de la década de los cincuenta su trabajo experimentó un giro radical dando paso a la abstracción pictórica y situando el paisaje y la naturaleza en el centro de su obra.
Se trata, ya lo hemos avanzado, de un paisaje voluntariamente abstraído. En ocasiones llega a hacer series que son como vocabularios, con los mismo elementos que se repiten de manera obsesiva, como sucede con el muro o el horizonte, que es la idea de lo sublime transformada en paisaje.
Varios de estos motivos empezaría a desarrollarlos en España, y, aunque en los años 30 ya había pasado una temporada junto a Hartung en Menorca, serían sus estancias en la localidad de Carboneras, en Almería, en los años sesenta y setenta, las que marcarían intensamente su trabajo. Como nos recuerda Romain Mathieu en uno de los textos que acompaña el catálogo de la exposición, al hablar sobre los viajes del matrimonio, lo que más le interesaba a la artista de sitios como Carboneras era el distanciamiento que caracterizaba esos lugares con respecto a su vida en París, donde tenía establecido por entonces su taller. En Carboneras coincidirían un grupo de creadores, entre los que también estaban Hans Haacke o Lygia Clark, que dio lugar a una notable comunidad artística y a un capítulo de la historia del arte en España interesante y poco conocido en general.
“El horizonte, lugar por excelencia de lo poético”, —explica Nuria Enguita, co-comisaria de la exposición—, “es también aquí lugar de lo político cotidiano. Bergman sintió que esos territorios almerienses le hablaban a su ser más íntimo —por el vacío y la extensión, por sus ausencias—,de forma diferente a la que lo hicieron las leyendas de los sublimes paisajes nórdicos, cristalinos e icónicos. El horizonte es aquí en esta tierra yerma el lugar donde se mira continuamente”.
Acercarse a su obra en esta exposición nos permite observar también su manera de trabajar y de entender el empleo de los materiales. La construcción de los paisajes por capas o sedimentación, sobre todo cuando utiliza láminas de oro o de plata, tiene mucho que ver, en realidad, con la propia construcción de la naturaleza. Bergman quiere trabajar al mismo ritmo que la naturaleza, que es pausado y, en parte, no exento de misterio. Un misterio que en su obra, íntima y delicada, también viene definido por un brillante manejo de la luz a través del propio material, ya sea reflejado en la cima de una gélida montaña, en una línea de fiordos o entre las piedras de un árido paisaje castellano. Es la de Bergman una obra llena de matices que transforman nuestra experiencia visual y en eso, de nuevo, intuimos la importancia del ritmo en su pintura.
El recorrido por la exposición, que no es cronológico sino temático, comienza en la sala central del Palacio de Velázquez, bajo cuya bóveda se reúnen una serie de obras como Paisaje de Noche (1968) o Muro de hielo (1971), que avanzan, a modo de resumen, la mayoría de los motivos característicos de la iconografía de Bergman que ya hemos mencionado y que se mantienen a lo largo del resto de la muestra. En un amplio espacio se exhiben una serie de paisajes de Noruega, como Montaña transparente (1967) o La gran Finnmark en rojo (1966) y frente a ellos se disponen sus trabajos de horizontes, inspirados en los paisajes de la localidad almeriense de Carboneras. No faltan las referencias a fuentes de la mitología escandinava, frecuentes en la obra de Bergman, donde sobresale el motivo de las barcas, habitual en las leyendas nórdicas y considerado un símbolo espectral y mortífero, ni la destacable serie de tinta china sobre papel que llamó Piedras de Castilla.
Por último, además de recomendaros la visita a la exposición, decir que esta se enmarca en la línea de trabajo sobre artistas mujeres puesta en marcha por Museo Reina Sofía, de la que también forma parte la exposición de Concha Jerez que puede verse en estos momentos en la sede del museo y que, en el futuro, presentará el trabajo de otras creadoras como Charlotte Johannesson o Vivian Suter.
“Anna-Eva Bergman. De norte a sur, ritmos” es también la primera materialización del convenio de colaboración firmado entre el Museo Reina Sofía y Bombas Gens Centre d’Art, que permitirá desarrollar distintos proyectos culturales de manera conjunta; además de exposiciones incluirá proyectos de investigación y estudio, congresos y jornadas, publicaciones o estancias profesionales.
“Anna-Eva Bergman. De norte a sur, ritmos”
Parque del Retiro
Madrid
Del 28 de octubre de 2020 al 4 de abril de 2021
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