Ángela de la Cruz: nuevo y conciso

La obra más reciente de la artista se expone en Helga de Alvear

Traspaso

GALERÍA HELGA DE ALVEAR

C/ Doctor Fourquet, 12

Madrid

Madrid,

Desde el próximo 6 de noviembre y bajo el título de “Traspaso”, la Galería Helga de Alvear presentará la segunda muestra individual en sus salas de Ángela de la Cruz, un repaso por trabajos recientes de la artista coruñesa dominados, como el resto de su producción, por la economía y la concisión en los recursos y por un lenguaje cercano al Minimalismo que en este caso se manifiesta en el uso de una monocromía predominantemente azul.

En “Traspaso” pared y lienzo se desvinculan y alcanzan valor de entes independientes, el primero como mero punto de apoyo de las obras, de acabados excepcionalmente cuidados y perfectas en su apariencia torturada. Dobladas y descompuestas, llegan a parecer desechos. El suelo también cobra importancia en la exposición: es la base de lo que podría haber sido una pintura y que Ángela de la Cruz nos presenta como escultura.

PINTURAS CON VOLUNTAD DE ESCULTURAS, ESCULTURAS CON VOLUNTAD DE LIENZOS

En esa línea, en Helga de Alvear veremos lienzos con voluntad de esculturas (como los pertenecientes a las series Nothing y Roll) y esculturas con voluntad de pinturas (Throw). Los trabajos que componen Nothing son lienzos reducidos a su esencia, a la mínima expresión, esferas que parecen estar a punto de desplegarse; componen Roll pinturas enrolladas que descansan sobre el muro y junto a ellas podremos ver Drop, una pieza de gran tamaño en la que aparecen marcas dejadas por la silla de ruedas que utiliza la gallega.

Bajo el epígrafe de Throw, se exhiben esquemáticas piezas de aluminio monócromas cuyas formas remiten a las de cajas de cartón dobladas. En ellas, como en un juego de trampantojo, lo que aparentemente es duro, resulta blando al tacto. Y estos trabajos en tres dimensiones, que el espectador espera contemplar en el suelo, se nos muestran colgados en la pared, a modo de trofeos.

Subvertir formatos ha formado siempre parte de los procesos de trabajo de Ángela de la Cruz que, hace ya veinte años, en 1996, comenzó a romper literalmente cuadros, bastidor y marco incluidos, con la pretensión de transformarlos en un arte distinto y de prolongar los límites del lienzo hasta acercarlo al medio escultórico. No buscaba únicamente dejar a un lado superficies planas para centrarse en el desarrollo de objetos tridimensionales, sino hacer hincapié en el devenir físico, provocado por la artista de forma sistemática y deliberada, que convierte a las primeras en los segundos: en las fases de arruga, deformación, pliegue y, por último, quiebra.

Ese acto casi violento de romper y deformar lienzos no está exento de humor negro y de una voluntad de desacralización de las dos dimensiones; Ángela de la Cruz cuenta que cuando corta las telas, se deshace de un plumazo de la “grandiosidad de la historia de la pintura”.

Nominada al Turner Prize en 2010 y residente en Londres desde hace casi treinta años, la creadora coruñesa juega también en estas piezas recientes con las nociones de serie, repetición, reciclaje y escala y ensalza la imperfección que humaniza: en sus trabajos, lo roto es menos intimidante, más cercano y comprensible que cualquier objeto sin mácula.

 

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