El reconocimiento debido a Ángela de la Cruz en su país ha tardado demasiado en llegar pero parece que, afortunadamente, crece: en 2017 obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas por “la intensidad de su obra, que explora la compleja relación entre el espacio ilusionista de la pintura y la presencia física de la escultura, y por las complejas referencias en su trabajo a maestros del arte”, la literatura y el cine español; en la pasada edición de ESTAMPA fue artista invitada en la feria, donde presentó una exposición propia, y ahora es el Azkuna Zentroa bilbaíno el que le dedica una antología, organizada en colaboración con el CGAC de Santiago, en la que podemos ver trabajos fechados entre 1996 y este mismo año, en un montaje que favorece los diálogos entre unas y otras piezas subrayando la evolución de la artista.
De la Cruz ha dedicado su carrera a explorar los límites del medio pictórico y las posibilidades de convertir la pintura en objeto maleable, acercándola o fusionándola con la escultura cuando las necesidades expresivas lo requieren. Cuando sea difícil encontrar en su trabajo las fronteras entre una y otra disciplina, nos pide no tomar partido sino abrir la mirada: Es una escultura utilizando el lenguaje de la pintura y viceversa. Es una pintura y una escultura.
Da título a esta exposición una de las primeras obras que la artista llevó a cabo prescindiendo del bastidor, rompiéndolo: se trata de Homeless (1996), que fue también uno de sus primeros trabajos en dialogar con el espacio que lo rodeaba integrándolo en su esencia: tanto como marco que lo contenía, como a la hora de acentuar en él el drama ya planteado por la ruptura de la estructura pictórica tradicional. Se trata de una gran pieza de tono amarillento cuyo bastidor, quebrado sin remilgo, se alza sobre el suelo, en una esquina de la sala de exposiciones, como resto arqueológico que en otro tiempo determinó todo. Como su nombre ya indica, aquella obra representaba a quienes viven con su casa a cuestas debido a conflictos o a cuestiones políticas, sociales o económicas, anticipando la atención que Ángela de la Cruz desarrollaría después por temas de actualidad relativos a la desigualdad social, las consecuencias del cambio climático, las guerras o el terrorismo.
No sigue la muestra un orden cronológico, sino que su recorrido atiende a los nexos que podemos entablar entre los trabajos de la artista en estos últimos veinte años, vínculos normalmente derivados de su lenguaje híbrido y de su carácter de contenedores, no solo de pintura más o menos expandida o quebrantada, también del cuerpo humano en las mismas condiciones, porque De la Cruz siempre ha concebido el bastidor como extensión o metáfora del propio cuerpo y toda su producción gira, de hecho, en torno a sus proporciones.
Es justamente la ruptura de esa estructura habitual, el accidente, lo que dota de fisicidad sentimental a obras que, de otro modo, serían superficies monócromas claramente deudoras de la tradición minimalista. Las amputaciones y la disposición de las piezas en cualquier lugar del espacio expositivo y no necesariamente colgadas (en una esquina, de pie en el suelo, apoyadas en la pared) convierten a estas obras en entes casi dolientes.
Todo comenzó con su serie Pinturas de lo cotidiano, realizada en la segunda mitad de los noventa: se trata de pinturas convertidas en objeto a partir de su mutua interacción y asociadas a sentimientos humanos a través de sus títulos y su ubicación en el espacio. De ese conjunto forma parte la propia Homeless, o Ripped y Painting and a Half, and a Parasite I. Después llegaron las Commodity Paintings o Pinturas comerciales, serie aún en proceso que inició en 1997 y que dedicó a explorar las nociones de serie y repetición y sus posibilidades en el campo de la pintura. De ella forman parte a su vez conjuntos como Loose Fit, Deflated o Damaged.
En los 2000 un nuevo elemento se sumó a las investigaciones de la artista: el volumen. Incorporó a sus pinturas fragmentos de objetos cotidianos, como muebles, convirtiéndolas a sí mismas en enseres domésticos poco plácidos. La masa y el peso, cualidades propias de la escultura, pasaron a formar parte de la obra sin etiquetas de Ángela para no marcharse, poco antes de que lo hiciera también el reciclaje, otra constante en su producción a partir del proyecto Recycled Paintings, en el que se sirvió de bastidores y lienzos de pinturas antiguas. Desde un espíritu parecido llevaría a cabo Clutter, que podríamos traducir como amasijo: una serie cuyas piezas contienen restos de otras pinturas dentro de bolsas y cajas, a veces dentro de armarios.
Tras un periodo de inactividad, aproximadamente entre 2005 y 2008, en 2009 reabrió su taller emprendiendo nuevos trabajos de una radicalidad controlada; ella habla de “violencia serena”. Llevó a cabo, por un lado, pinturas en tela que manipuló sin llegar a rasgar, cubriéndolas de plástico o colgándolas sin bastidor -hay que recordar que, en su etapa anterior, pintaba primero para desgarrar después, presentándonos los frutos de esa visceralidad-; por otro, comenzó a investigar las posibilidades del aluminio con cajas en ese material que golpeaba o distorsionaba antes de pintar. El resultado transmite quietud y calma, pese a que esas cajas puedan ocupar suelos y paredes.
Al margen de su evidente introspección y su intensidad expresiva, muchos de los proyectos de Ángela de la Cruz expuestos ahora en Bilbao llaman la atención sobre su humor, patente en los títulos. De algún modo rebaja las tensiones formales y la evidente emocionalidad, invita a encontrar las formas sugeridas tras las visibles y enlaza con la presencia precaria de cada trabajos de esta autora: dispuestos sobre el suelo o la pared, transmiten temporalidad y hablan de lo vulnerable de los lienzos y de los cuerpos, pero también de su potencia al margen de manipulaciones.
Ángela de la Cruz. “Homeless”
Plaza Arriquibar, 4
Bilbao
Del 25 de octubre de 2018 al 20 de enero de 2019
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